Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro |
López Obrador y Bolsonaro serán los dos polos de la nueva
fase histórica que se abre en América Latina. Es lógico: en términos de tamaño
y poder, México y Brasil son los únicos países que pueden aspirar al papel. Que
sus líderes tengan el physique du rol,
es otro tema: a veces la historia se divierte en colocar a hombres
inverosímiles en el lugar equivocado en el peor momento.
Alrededor de cada uno
de ellos tenderán a agregarse, como satélites alrededor del sol, los otros
planetas: cada uno a su manera, por supuesto. ¿Surgiría un típico equilibrio de
poder? ¿O una tensión constante entre dos frentes irreconciliables?
En ese segundo caso, América Latina estaría a punto de
repetir, con diferentes actores, un guión antiguo: por un lado, un país que
aspira a liderar una coalición panlatina, pisando las huellas de los Perón,
Castro y Chávez; por el otro lado, un país decidido a reunir a los secuaces de
la perspectiva panamericana, como lo hicieron, entre otros, los militares
brasileños durante tanto tiempo.
Se entiende que México tome el liderazgo del panlatinismo:
tampoco es la primera vez. La herencia hispana en que se basa, está ahí más
arraigada que en otras partes; su nacionalismo se formó en oposición al gran
vecino sajón y protestante: es obvio que el anti-liberalismo impregne el humus
de su cultura política; y lo es también que busque su camino basándose en ese
antiguo acervo: después de ganar las elecciones, López Obrador nombró al Papa a
su numen; ¡más claro que eso! Con él, la nación católica mexicana, se tomó la
revancha contra el Estado laico creado por la Revolución.
Igual se entiende que Brasil maneje las riendas del
panamericanismo: gigante entre enanos, por decirlo de alguna manera, se
diferencia de los vecinos por historia y cultura; no del todo, pero bastante.
Desearía conducirlos, nunca lo logra. Potente pero inseguro, inmenso pero
diferente, siempre le resultó natural unirse a un socio poderoso y remoto,
Estados Unidos, en busca de ayuda y protección. De hecho, fueron buenos aliados
durante la mayor parte de su historia. Consistente con esta alianza, adhiere al
panamericanismo y sus valores: al menos en teoría, dado que sus clases
dirigentes han a menudo invocado emergencias para pisotearlos. ¿Hoy también?
¿Debemos por lo tanto estar preparados para una temporada de
espadas cruzadas como lo fue entre ALBA y ALCA, Castro y la OEA, Perón y
Braden? Tal vez sí y la primera prueba es inminente: Venezuela. Pronto Maduro
inaugurará su nuevo mandato y contará a los amigos, a los enemigos, a los
avergonzados. Poco antes lo hará también Bolsonaro, quién ni siquiera lo invitó:
¡más claro no se podría! Es previsible que promueva iniciativas para ponerlo de
espaldas a la pared; es fácil prever que podrá contar con otros pilares del
frente panamericano: Chile y Colombia en primis.
A Maduro, en cambio, López Obrador le dio la bienvenida a su
inauguración. ¿Qué significa? El frente panlatino, tan fuerte fue en la última
década, hace tiempo se desbandó. ¿El presidente mexicano desea resucitarlo?
¿Está dispuesto a ensuciarse las manos tomando la batuta de figuras como Maduro
y Ortega? Lo dudo. Lo más probable es que intente despejar la fachada yendo a
las raíces. ¿Cuáles? Invocando la matriz católica. La mezcla de liberismo y
evangelismo encarnada por Bolsonaro se diría un blanco ideal para devolverle
las alas. No es casualidad que AMLO haya invocado al Papa: solo él puede, desde
su autoridad, revivir la tradición panlatina agregando desde los nostálgicos
del cardenismo hasta los huérfanos del peronismo; dejando, de paso, que el
silencio se lleve el último fracaso en familia: el chavismo.
(*) Ensayista y profesor de Historia en la Universidad de Bolonia
© La Nación
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