Por Fernando Savater |
Después de todo, se trata de una convención como cualquier otra,
decretada por el Poder de manera indiscriminada, sin respeto a la voluntad de
sus víctimas. Lo mismo, digo yo, que el caso opuesto: no faltará quien a los 30
años se sienta octogenario y exija disfrutar de los beneficios de la edad
provecta, como son el merecido descanso, una buena pensión y descuentos en los
viajes o espectáculos.
No lo tomemos a broma: si a pesar de la atrabiliaria
dictadura del dimorfismo sexual hoy sabemos que cada cual tiene el género que
le dicta su íntimo sentir y no la falaz apariencia de sus genitales, de igual
modo podemos tener la edad que prefiramos en vez de la que nos impone nuestra
fe de bautismo. Además, ya no hay fe de bautismo —según creo—, así que más a mi
favor...
Las cosas son como son, pero deben ser como queremos que
sean. La auténtica rebelión es contra la necesidad y a favor de lo imposible:
contra el cuerpo, contra la muerte, contra la pérdida de lo más querido. Lo
demás es pedir que nos suban el sueldo. El holandés errado pretexta motivos
triviales, pero Lev Shestov en su admirable Atenas
y Jerusalén (editorial Hermida) alzó la demanda contra lo verosímil a
vertiginosa metafísica...
© El País (España)
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