Por Jorge Fernández Díaz |
Sus ocurrencias, y las de su fallecido esposo (Ernesto
Laclau), son sopa recalentada con Lacan: ya las había descubierto Perón en Mussolini.
Y de hecho muchas de ellas están en Revolución y Contrarrevolución, de
Jorge Abelardo Ramos (sus hijos deberían cobrarles regalías), pero igualmente
tienen el renovado atractivo de que hoy hacen furor en una Europa acojonada y
de que Chantal es tan ingenua como para ofrecer la fórmula y revelar sus trucos
más inconfesables. Extremar la grieta y entronizar a un líder carismático y
anticapitalista son algunos de ellos, aunque no el más decisivo: "El
pueblo no es la población, no es un referente empírico -pontifica-. El pueblo
es una construcción política. Este pueblo no está dado, hay que
construirlo". Oda suprema a la retórica y al relato. Olvida en sus páginas
que también la "oligarquía" debe fabricarse, tal vez porque descuenta
que quienes no piensan como los populistas serán directamente funcionales al
"enemigo": a lo sumo cipayos neoliberales, oligarcas sin plata. Los
aspirantes a populistas europeos la escuchan arrobados y toman nota; los
cristinistas la leen regocijados, para confirmar que el peronismo cavernícola
es la vanguardia universal.
Este panfleto refleja la enorme capacidad para edificar argumentos
falaces y transformarlos, a fuerza de voluntad política, en verdades firmes del
sentido común. Si es posible crear de la nada hasta un pueblo imaginario, mucho
más sencillo resulta instalar en la conciencia colectiva otras falacias menores
pero destructivas, sobre todo cuando enfrente el kirchnerismo tiene una
coalición que abandona ese terreno en la errada idea de que el "círculo
rojo" ya no influye en la sociedad. Esa deserción fatal facilita que los
kirchneristas implanten cómodamente un camelo entre los segmentos más
politizados, que estos lo expandan y lo hagan masivo por medios y redes, y que
un domingo cualquiera un actor popular pero apolítico lo pronuncie con
naturalidad en la mesa de Mirtha Legrand o en el living de un programa de
chimentos. Así fue como gestaron la consigna "un gobierno de ricos que
gobierna para ricos", siendo que la inversión en programas sociales se
incrementó, los votos de noviembre demostraron el respaldo de sectores humildes
de todo el país y bajo esta misma gestión, por primera vez en la historia
argentina, 110 de los empresarios más poderosos fueron procesados por
venalidad.
Con la misma desidia, el oficialismo dejó que le cristalizaran en la
opinión pública la imagen de "ajustador perverso" y la certeza del fracaso
económico, cuestiones difíciles de remontar. Para empezar, ¿quién no fracasó
económicamente en la Argentina moderna? Alfonsín, Menem, Duhalde y Cristina Kirchner fracasaron de manera
diferente, pero igualmente estrepitosa. Más allá de cierta mala praxis instrumental
y de estériles polémicas alrededor del shock, Cambiemos es incapaz de explicar
lo que sucede en serio en esta Argentina detonada. Permite, por lo tanto, que
sus antagonistas ocupen la cancha vacía con sus explicaciones parciales e
interesadas acerca de la actualidad, que para ellos por supuesto está formada
por el puro presente y elude el pasado pesado, como si cada uno de nosotros
fuéramos únicamente lo que hicimos este año, o la semana última, y no el fruto
de toda una formación y una serie concreta de acciones y antecedentes
desacertados. Miguel Ángel Pichetto , por insólito que
parezca, fue más eficiente que todo el aparato oficial: analizó con realismo en
la revista Noticias nuestros padecimientos, y admitió que se deben a la
pésima gestión de "los últimos cuatro años del kirchnerismo". Según
Pichetto, "estaban dados todos los factores para anidar una crisis
profunda que no se concretó por el cambio de gobierno". Macri
se endeudó, mientras pudo, para que esa bomba no explotara y el
dolor fuera digerible; el ideólogo del peronismo federal lo acusa de haber
encarnado así un "kirchnerismo blanco". El gran economista Ricardo
Arriazu le dijo a José Del Rio que, durante los dos años de gradualismo,
"la gente creía que estábamos en un ajuste salvaje, cuando en realidad
seguíamos de fiesta". El problema es que el crédito se acabó y la
"Argentina no tenía más alternativa que aceptar el programa del FMI":
no nos estamos cayendo a un lugar extraño e inmerecido, sino al pozo donde las
políticas de saqueo y quebranto kirchneristas nos habían destinado desde el
comienzo. ¿Era evitable esa caída? Media biblioteca dice que sí, media que no.
Pero lo indiscutible es que el oficialismo no quiso esclarecer los hechos y
ahora es víctima de esa equivocación garrafal: le achacarán a Macri la crisis
profunda que premeditó y amasó Cristina. A cantarle a Gardel.
La construcción de una "oligarquía vendepatria" encontró
algunas dificultades durante el G-20, ese raro acontecimiento que nos permitió
ser durante 72 horas lo que no somos: un país normal. La Pasionaria del
Calafate se equivocó al impulsar una contracumbre, porque demostró que estaba
rodeada de anacrónicos y despechados, y porque allí se vivaba con fuerza al
chavismo y a la próspera revolución cubana; mientras la televisión mostraba el
lujo y la potencia de los líderes más importantes del mundo, Ferro exhibía una
república bananera. Es por eso que la jefa envió a la camporista Cecilia Nahón
a reescribir apresuradamente los sucesos. El libreto refería que el Gobierno
recibió apoyo internacional porque favorece al imperialismo occidental,
olvidando taimadamente que Xi Jinping y Putin -antiguos aliados de la doctora-
también formaron parte sustancial de la partida. Después Nahón añadió que la
Argentina había aceptado su triste destino de "inserción
primarizada", como si el cristinismo hubiera erigido en sus doce años de
poder absoluto y viento de cola una industria nacional pujante y diversificada
con gran capacidad de exportación. Zonceras criollas que se estrellan en
Angola.
En el plano donde las cosas más se les complican a los incansables
inventores populistas es en el espinoso y controversial código para las fuerzas
federales. Su reacción automática consistió en lanzar consignas rápidas y a
ciegas, como "licencia para matar", "fascismo" y
"gatillo fácil". Un sector del electorado de la arquitecta
egipcia es de clase media, abolicionista de salón, cheguevarista de café,
pobrista cultural y romantizador del lumpen, al que considera de manera tilinga
como una víctima del sistema y como una especie de "sujeto
histórico". Ese simpatizante resulta, por supuesto, sensible a cualquier
avance punitivo. Pero otro electorado potencialmente cristinista y mucho más
amplio vive en zonas pauperizadas del conurbano, y tiene la idea de que ya lo
han convertido en blanco del fascismo callejero y el gatillo fácil de los
delincuentes, a quienes jueces permisivos les otorgan licencia para matar. Para
matar laburantes. El conflicto es evidente: Chantal Mouffe recomienda hacerse
cargo de las demandas ocultas de la sociedad, y la inseguridad es una de las
más acuciantes. Lula y Dilma no le hicieron caso, y la consecuencia fue el
alumbramiento de una tragedia política. Se pueden construir un pueblo
imaginario y una oligarquía falsa, pero no se puede ignorar a los muertos con
nombre y apellido. Porque como en La pata de mono, de W. W. Jacob, el
muerto luego toca a tu puerta.
© La Nación
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