Por Jorge Fernández Díaz |
No basta con aludir a la cadena de fracasos gestionarios de
nuestra economía a lo largo de los últimos cincuenta años, ni reducir el
fenómeno a la desigualdad: ambos factores son decisivos, pero de ningún modo
únicos y excluyentes, puesto que sobre esas desgracias operaron creencias que
venían desde antes, pero que el último formato peronista potenció y convirtió
en cultura oficiosa. No solo fueron conniventes con barrabravas, negligentes
con el narco, cómplices de la policía corrupta, socios del minimalismo penal,
amigos íntimos de las patotas y apologistas del pobrismo; también introdujeron
ideología en las aulas: una generación entera aprendió allí una historia
apócrifa de amigos y enemigos, donde Sarmiento era un asesino, Roca un genocida,
Perón un progresista, y aquellos "jóvenes idealistas" de los 70,
armados hasta los dientes, unos abnegados paladines de la democracia. Esa
pedagogía mentirosa y binaria, propaladora del resentimiento y glorificadora de
los setentistas, presume explícita o implícitamente que hay entonces una
"violencia buena", la que ejercen en defensa propia los de abajo
contra los de arriba y los de adentro contra los de afuera; que la Nación sigue
siendo hoy sojuzgada por el imperialismo norteamericano, y que una carencia es
producto necesariamente de un despojo: lo que no tengo no es consecuencia de lo
que no consigo con esfuerzo personal, sino de lo que me han quitado esos chetos
y vendepatrias. A ello se sumó la lógica de que esta escuela es inclusiva por
ósmosis: los maestros no deben formarse de manera rigurosa, los chicos no deben
repetir ni aunque corresponda, y la meritocracia resulta nefasta y
"neoliberal". Esta mentalidad produjo que muchos alumnos egresaran de
esos establecimientos sin las habilidades mínimas para el trabajo más básico, y
se convirtieran de inmediato en bombas de tiempo, y también que fueran, en
barriadas de emergencia, objeto permanente de la presión de los más marginales,
aquellos que para aceptarlos en sus círculos de amistad les exigen que no vayan
a clase, que dejen de ser "gatos" y "botones". El incendio
de las escuelas es producto de estos últimos segmentos desclasados y lindantes
con el nihilismo y el delito puro y duro.
Aunque no valen las generalizaciones, y existen también
moscas blancas (maestros y directivos verdaderamente heroicos que resisten la
tendencia), lo cierto es que esa concepción complaciente y generalizada ha
nivelado todo hacia abajo, en parte gracias a que el gremio principal no
permite que el Estado recupere la potestad de regir la política educativa. A
esto se añaden las micromilitancias en muchos colegios privados, donde hacen
circular material audiovisual generado por el sistema de medios y propaganda
kirchneristas (documentales del Canal Encuentro, programas maniqueos de
Pakapaka) con el fin claro de adoctrinamiento. El aparato de cooptación
ideológica de la administración kirchnerista y su clientelismo cultural, fueron
gigantescos y no tiene parangón: hay universidades, usinas intelectuales y
organismos autárquicos donde los que critican al kirchnerismo son hoy
bloqueados, relegados y hasta perseguidos. El Gobierno no es inocente de lo que
ocurre, puesto que nunca ha creído necesario dar batalla en todos esos
territorios de las ideas, donde se sigue fabricando el nacionalismo
anticapitalista, el desprecio por las instituciones y esa Argentina cerril y
abolicionista para la que el victimario es la verdadera víctima y la Justicia
es una máquina incesante de indultar asesinos y violentos. Aquí el que las hace
no las paga, y la anomia reina. Y la vieja cultura del trabajo, que consagraron
los inmigrantes, es vista como una praxis individualista, propia de la derecha.
La sociedad se fue hundiendo poco a poco en esta ciénaga de causas concurrentes
y aberrantes, donde no puede sorprendernos el fracaso, aunque curiosamente nos
sigue sorprendiendo, y donde nos asalta de cuando en cuando el facilismo: todo
este desaguisado sistémico, amasado durante décadas, se puede arreglar en un
santiamén. Y si no se arregla así, este país no tiene destino. También a los
defensores de la democracia republicana nos acosa el pensamiento mágico. Y la
desazón rápida.
Sería útil comprender que este preocupante cuadro general
tuvo una vuelta de tuerca cuando comenzó la "nueva resistencia
peronista". Para descifrar al kirchnerismo siempre es conveniente releer
los libros de historia; preferentemente, las pícaras cronologías de Perón en el
exilio. Sugerir que Cambiemos es una "dictadura", que los juicios por
corrupción son similares a la persecución política de la Libertadora y que el
caso Maldonado resulta simbólicamente asimilable a los desaparecidos o a los
fusilamientos de José León Suárez, constituyen partes fundamentales de esta
ficción espejada. También el apoyo a cualquier protesta, sin importar su
ideología ni color ni peligrosidad, con tal de que hostigue al Gobierno y pueda
ser amplificada por los medios para demostrar el permanente "descontento
popular". Durante estos tres años, el kirchnerismo ha sido
conmovedoramente solidario en la calle con personajes variopintos pero muy
hostiles, que de hecho fueron combatidos con denuedo cuando los Kirchner
estuvieron en la Casa Rosada, como por ejemplo algunas facciones del
trotskismo. Cada vez que hubo destrozos, agresiones físicas y lanzamientos de molotov
-esa marca que ha retornado y que ya se naturaliza- los kirchneristas
convalidaron los hechos por el simple método de no repudiarlos con
contundencia. ¿Cómo hacerlo si están utilizando a los lúmpenes para lo mismo
que, salvando las distancias, Perón usaba a "los muchachos": para
dominar la calle, atizar la rebelión y mellar a sus enemigos? Después, para
seguir con las tácticas simétricas aunque aggiornadas a estos tiempos
caricaturescos, la arquitecta egipcia se demostrará amplia y nada carnívora, y
se abrazará incluso con algún Balbín; ya desde el sillón de Rivadavia pondrá
orden repartiendo fondos y leña tercerizada. Estos años, sus adláteres
anhelaron secretamente un Kosteki y Santillán ("este modelo no cierra sin
represión") que les simplificara su vuelta, y generaron en el oficialismo
y en la policía un miedo paralizante. Y siempre han propiciado la hipocresía:
una piedra contra Maduro es un intento destituyente; una contra Macri es un
acto de dulce justicia. Convendría recordarles a los estrategas cristinistas
que Perón creó desde Puerta de Hierro un monstruo en la certeza de que podría
fácilmente dominarlo. Se equivocó garrafalmente, y esa tragedia resultó
pavorosa. Alimentar la lumpenización, en nombre del agonismo y la urgente
derrota liberal, es otro error. El que levanta lúmpenes, amanece arrodillado.
© La Nación
0 comments :
Publicar un comentario