Por Carmen Posadas |
Acto seguido,
la mujer de un ministro destacado del gobierno de Franco llamó indignada a los
estudios del paseo de la Habana para que de inmediato se pusiera fin a tal
ignominia. «¡A esa señorita se le ven hasta las intenciones, hagan algo!»,
dicen que dijo la iracunda.
Íñigo nunca confirmó la veracidad de este punto,
pero, sea como fuere, ya en la segunda canción la memorable delantera de la
artista aparecía difuminada tras un casto chal de encaje. Aquello marcó un
antes y un después en los anales de la televisión. La anatomía de la Jurado
solo había podido vislumbrarse durante tres o cuatro minutos, pero, a partir de
ese día, el velo del templo de la moral –o mejor dicho de la moralina– se rasgó
de parte a parte dando paso a una nueva era. Fue el principio del fin de una
censura de decenios que, tras la muerte de Franco, alumbraría la era del
destape, a la de «mi cuerpo es mío», encarnada en otra escena también icónica.
La de Susana Estrada mostrando sus poderes a Tierno Galván en una entrega de
premios. «No vaya a constiparse», fue el comentario del circunspecto profesor
cuando Susana le explicó que solo había sido «un desliz de pecho». «No hay que
darle más vueltas», declararía más tarde ante la prensa. «Se me salió sin
pensarlo y yo solo dejé hacer a los fotógrafos».
Eran otros tiempos. Entonces los escotes, los
destapes y el desnudo se consideraban un acto de libertad. «El único sujetador
que me importa es el mental», le gustaba decir a Rocío Jurado cuando le
preguntaban por la escenita del chal. Y eso que a ella no se la puede encuadrar
entre las damas del destape. Tal vez sus vestidos fueran los más sexy, pero
siempre prefirió mantener tapados lo que ella llamaba ‘sus misterios’. No así
otras artistas, que hicieron del desnudo una bandera. Incluso una insignia
política, porque entonces lo progre y lo feminista era destaparse. Como Marisol,
que apareció desnuda y espléndida en la portada de Interviú en 1976. Sin
embargo, recientemente, es decir, cuarenta y dos años después de su
publicación, al periodista y profesor Juan Pablo Bellido le dieron tremendo
disgusto a causa de tan célebre portada. Descubrió que le habían bloqueado su
cuenta por colgar en su muro aquella foto mítica puesto que Facebook, en su
política de censurar desnudos e imágenes con connotaciones sexuales evidentes,
la consideró «poco apta».
Algo similar está ocurriendo también en Televisión
Española. Como en una paradigmática réplica de lo sucedido con Rocío Jurado en
el 72, los responsables del Ente Público han dado a entender que la política de
la casa con respecto a los escotes debe adaptarse a la «sensibilidad actual».
Según ha recogido la prensa, la administradora única de Televisión Española,
Rosa María Mateo, una confirmada feminista, desea hacer patente su búsqueda de
la igualdad y del empoderamiento (cómo me carga este palabro, dicho sea de
paso) de nosotras, las mujeres. Con este fin se tiene pensado alterar la imagen
de los presentadores de la gala de fin de año, en especial el vestido de Anne
Igartiburu y el tamaño de su escote. «Un gran escote –se ha dicho– no debe
servir para que se ponga en cuestión la profesionalidad de la presentadora. Hay
que demostrar que el trabajo de la señora Igartiburu está por encima de
cualquier otro ámbito más superficial». Y yo me pregunto: ¿qué hace que
una decidida feminista como Rosa María Mateo sintonice, cuarenta años más tarde,
con el criterio de aquella señora de un ministro franquista? ¿Un
vestido sexy la convierte a una en menos profesional? Personalmente sigo
pensando que, entonces como ahora, mi cuerpo es mío y no necesito que nadie me
diga cómo tengo que vestirme para ’empoderarme’. O, dicho en palabras de la
Jurado: los únicos sostenes que me importan son los mentales.
© XLSemanal
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