domingo, 30 de diciembre de 2018

En plena era Me Too, ¿Mary Poppins pueder ser considerada feminista?


Por María Tausiet (*)

La vuelta de Mary Poppins a la gran pantalla está siendo noticia estos días, aunque lo cierto es que la misteriosa institutriz nunca se fue. Podríamos preguntarnos más bien de dónde vino y por qué todavía hoy, en pleno siglo XXI, continúa siendo uno de los iconos predilectos de nuestra cultura. Como sugiere su apellido, se trata literalmente de una aparición (“she pops-in”) y, si a ello unimos su nombre, podría afirmarse que nos encontramos ante una auténtica mariofanía.

Sin embargo, pese a descender directamente del cielo para aterrizar en el hogar de una atribulada familia londinense, su extraño comportamiento no se asemeja a lo que cabría esperar en una figura sagrada al uso. En ese sentido, nada sabemos sobre su origen. Desde un punto de vista fáctico, Mary Poppins es un personaje literario inventado por la escritora P. L. Travers, quien fue dándole vida a lo largo de una serie de ocho libros publicados entre 1934 y 1988.

Travers fue una experta en folclore dedicada al estudio de la religión, las leyendas populares y los cuentos de hadas, lo que ayuda a comprender la magnitud mítica de una niñera que no solo es también maestra, sino sobre todo musa.

Como todos los grandes maestros, Poppins resulta paradójica y aparentemente contradictoria. En ocasiones, actúa de forma ilógica o incluso absurda, por no decir frívola. Pero si algo demuestran sus aventuras es que los contrarios no son tales y que, más allá de lo verdadero y lo falso, o del bien y el mal, existe o puede inventarse una dimensión inesperada capaz de integrar los extremos.

A diferencia de otros personajes de la literatura infantil como Peter Pan o Alicia (Travers no creía en este concepto, pues para ella todos seguimos siendo niños hasta el final), Mary Poppins no se hizo famosa hasta que en 1964 fue llevada al cine por Walt Disney. A pesar de no ser estrictamente fiel a los libros, la película, dirigida por el británico Robert Stevenson (que, quizás no por casualidad, 20 años antes había llevado al cine la vida de otra peculiar institutriz: nada menos que Jane Eyre), mantuvo en gran medida el espíritu mágico y el poder liberador de la niñera.

Ahora, 54 años después, se estrena una secuela cinematográfica técnicamente intachable dirigida por otro Robert (el estadounidense Rob Marshall, autor de otros aclamados musicales al estilo de Broadway), que sin duda será un gran éxito comercial. Ha pasado un cuarto de siglo desde la última vez que Mary Poppins abandonó a los niños que estuvieron a su cargo: Michael y Jane en la versión anterior, aunque en los libros había cuatro hermanos. Ahora, naturalmente, son dos adultos y en principio no deberían necesitarla, pero, debido a sus problemas —en esta ocasión, económicos—, la niñera decide bajar de nuevo desde las alturas para ayudarles.

Esta vez lo hace atada a una cometa, tal y como la hacía aparecer Travers en el segundo libro de la serie, Mary Poppins vuelve. Se supone que todos han cambiado con el paso de los años y que la única que se mantiene igual —más que joven, intemporal— es la institutriz. Y, sin embargo, desde mi punto de vista, lo que resulta más inverosímil y decepcionante en esta película es que Mary Poppins no sea Julie Andrews. Su inolvidable y mítica interpretación del personaje, pese a las críticas de ciertos académicos más papistas que la misma papisa (a Travers no le convenció la película, pero siempre defendió a la actriz), resultaba tan natural como extraordinaria, tan dulce y divertida como enérgica, y todavía se la echa más de menos después de ver esta nueva versión.

Ello no significa que Emily Blunt no haga a la perfección lo que se le ha pedido hacer: hablar en un tono asertivo pero distante, moverse con elegancia, cantar y bailar con desparpajo, a menudo a gran velocidad, como casi todo lo que sucede en este espectáculo vertiginoso. Pero una cosa es pronunciar un guion ciertamente interesante (que se inspira tanto en los libros de Travers como en la película anterior) y, otra, transmitir el carisma de una figura inclasificable.

En plena era Me Too, la pregunta que flota en el aire es: ¿Mary Poppins puede ser considerada feminista? ¿Lo era en los libros originales? ¿Y en las dos versiones cinematográficas? La respuesta es un rotundo sí. El personaje de Travers no solo da por sentada la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, actuando de manera extraordinariamente libre y sin depender de ningún varón, sino que, dando un paso aún más allá, en contra del especismo, es capaz de comunicarse con los animales y las plantas, e incluso con las piedras y las estrellas, enseñando a los niños que en el mundo todo está hecho de la misma materia.

Un día en que la institutriz celebra su cumpleaños con los habitantes del zoo, una cobra real que, según Mary Poppins, es su “prima segunda por parte de madre”, exclama: “La misma sustancia está presente en todo… en los árboles… y en las piedras… en las aves, en las bestias, en las estrellas: todos somos uno”.

(*) Autora de Mary Poppins. Magia, leyenda, mito (Abada, 2018).

© El País (España)

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