Por María Tausiet (*)
La vuelta de Mary Poppins a la gran pantalla está siendo
noticia estos días, aunque lo cierto es que la misteriosa institutriz nunca se
fue. Podríamos preguntarnos más bien de dónde vino y por qué todavía hoy, en
pleno siglo XXI, continúa siendo uno de los iconos predilectos de nuestra
cultura. Como sugiere su apellido, se trata literalmente de una aparición (“she pops-in”) y, si a ello unimos su nombre, podría
afirmarse que nos encontramos ante una auténtica mariofanía.
Sin embargo, pese a
descender directamente del cielo para aterrizar en el hogar de una atribulada
familia londinense, su extraño comportamiento no se asemeja a lo que cabría
esperar en una figura sagrada al uso. En ese sentido, nada sabemos sobre su origen. Desde un
punto de vista fáctico, Mary Poppins es un personaje literario inventado por la
escritora P. L. Travers, quien fue dándole vida a lo largo de una serie de ocho
libros publicados entre 1934 y 1988.
Travers fue una
experta en folclore dedicada al estudio de la religión, las leyendas populares
y los cuentos de hadas, lo que ayuda a comprender la magnitud mítica de una
niñera que no solo es también maestra, sino sobre todo musa.
Como todos los
grandes maestros, Poppins resulta paradójica y aparentemente contradictoria. En
ocasiones, actúa de forma ilógica o incluso absurda, por no decir frívola. Pero
si algo demuestran sus aventuras es que los contrarios no son tales y que, más
allá de lo verdadero y lo falso, o del bien y el mal, existe o puede inventarse
una dimensión inesperada capaz de integrar los extremos.
A diferencia de otros personajes de la literatura infantil como Peter
Pan o Alicia (Travers no creía en este concepto, pues para ella todos seguimos
siendo niños hasta el final), Mary Poppins no se hizo famosa hasta que en 1964 fue llevada al
cine por Walt Disney. A pesar de no ser estrictamente fiel a
los libros, la película, dirigida por el británico Robert Stevenson (que,
quizás no por casualidad, 20 años antes había llevado al cine la vida de otra
peculiar institutriz: nada menos que Jane Eyre), mantuvo en gran medida el
espíritu mágico y el poder liberador de la niñera.
Ahora, 54 años
después, se estrena una secuela cinematográfica técnicamente intachable
dirigida por otro Robert (el estadounidense Rob Marshall, autor de otros
aclamados musicales al estilo de Broadway), que sin duda será un gran éxito
comercial. Ha pasado un cuarto de siglo desde la última vez que Mary Poppins
abandonó a los niños que estuvieron a su cargo: Michael y Jane en la versión
anterior, aunque en los libros había cuatro hermanos. Ahora, naturalmente, son
dos adultos y en principio no deberían necesitarla, pero, debido a sus
problemas —en esta ocasión, económicos—, la niñera decide bajar de nuevo desde
las alturas para ayudarles.
Esta vez lo hace
atada a una cometa, tal y como la hacía aparecer Travers en el segundo libro de
la serie, Mary Poppins vuelve. Se supone
que todos han cambiado con el paso de los años y que la única que se mantiene
igual —más que joven, intemporal— es la institutriz. Y, sin embargo, desde mi
punto de vista, lo que resulta más inverosímil y decepcionante en esta película
es que Mary Poppins no sea Julie Andrews. Su inolvidable y mítica
interpretación del personaje, pese a las críticas de ciertos académicos más
papistas que la misma papisa (a Travers no le convenció la película, pero
siempre defendió a la actriz), resultaba tan natural como extraordinaria, tan
dulce y divertida como enérgica, y todavía se la echa más de menos después de
ver esta nueva versión.
Ello no significa
que Emily Blunt no haga a la perfección lo que se le ha pedido hacer: hablar en
un tono asertivo pero distante, moverse con elegancia, cantar y bailar con
desparpajo, a menudo a gran velocidad, como casi todo lo que sucede en este
espectáculo vertiginoso. Pero una cosa es pronunciar un guion ciertamente
interesante (que se inspira tanto en los libros de Travers como en la película
anterior) y, otra, transmitir el carisma de una figura inclasificable.
En plena era Me
Too, la pregunta que flota en el aire es: ¿Mary Poppins puede ser considerada
feminista? ¿Lo era en los libros originales? ¿Y en las dos versiones cinematográficas?
La respuesta es un rotundo sí. El personaje de Travers no solo da por sentada
la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, actuando de manera
extraordinariamente libre y sin depender de ningún varón, sino que, dando un
paso aún más allá, en contra del especismo, es capaz de comunicarse con los
animales y las plantas, e incluso con las piedras y las estrellas, enseñando a
los niños que en el mundo todo está hecho de la misma materia.
Un día en que la
institutriz celebra su cumpleaños con los habitantes del zoo, una cobra real
que, según Mary Poppins, es su “prima segunda por parte de madre”, exclama: “La
misma sustancia está presente en todo… en los árboles… y en las piedras… en las
aves, en las bestias, en las estrellas: todos somos uno”.
(*) Autora de Mary Poppins. Magia, leyenda, mito (Abada,
2018).
© El País (España)
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