Por Fernando Laborda
Muchos se preguntaban apenas una semana atrás qué podía
esperarse del G20 en Buenos Aires tras el caos y los violentos incidentes que
habían signado un año antes la cumbre realizada en Hamburgo. Y muchos más se
interrogaban si un país cuyas fronteras han sido caracterizadas como un colador
para el terrorismo internacional y que ni siquiera puede organizar un clásico
entre River y Boca sin hinchas visitantes podía estar en condiciones de
garantizar la seguridad durante un encuentro con más de 20 jefes de Estado de
todo el mundo.
Hoy la respuesta es conocida. Se logró el objetivo. Que la
cumbre del G20 se desarrollara y concluyera en paz ya constituyó un éxito no
menor para el gobierno de Mauricio Macri . Que, además, el Presidente se
comportara como un buen anfitrión y exhibiera junto a su equipo de
colaboradores particular habilidad para conducir la reunión y acordar un
documento conjunto, y generar para la Argentina oportunidades de inversiones
extranjeras por unos 6500 millones de dólares en los encuentros bilaterales,
significa un plus que tampoco es menor.
Pero lo más destacable es quizás la capacidad para mostrarle
al mundo que los argentinos hemos cambiado. Cristina Kirchner asistió a varias
cumbres del G20, pero utilizó este espacio como un escenario para lanzar
críticas al capitalismo global, profundizando el aislamiento argentino; a no
ser por su acercamiento a China, que se convirtió en una importante fuente de
financiamiento a cambio de negocios que no siempre se caracterizaron por la
transparencia. Macri le dio otro uso al G20 y trató de extraerle el mayor jugo
posible a su presidencia temporaria, apuntando a reposicionar a la Argentina en
el mundo.
Y en ese reposicionamiento quedó claro que para Macri la
Argentina no está en condiciones de pelearse con nadie. Requiere tanto de la
ayuda de Donald Trump, cuyo apoyo político ha sido en su momento decisivo para
cerrar el acuerdo con el FMI , como de los chinos, para incrementar y
diversificar sus exportaciones agroindustriales a ese megamercado asiático y
también conseguir financiamiento adicional para inversiones en infraestructura.
Se ha dicho con razón que Macri se siente más cómodo
dialogando con los principales líderes mundiales que negociando con
empresarios, sindicalistas y dirigentes de la oposición locales. De allí que
enfatice el apoyo que sus políticas logran entre mandatarios extranjeros, que
no se canse de repetir que "diecinueve jefes de Estado nos han dicho que
estamos haciendo las cosas bien" y que busque poner la política exterior
en el centro de su gestión.
El primer mandatario argentino aprovechó una gran
oportunidad para revalidar su autoridad y exhibir una cualidad que venía en
deterioro, como su capacidad de liderazgo, para organizar bien algo que parecía
mucho más complejo que una final entre River y Boca . El interrogante que hoy
se formulan todos los analistas es cuánto podrá capitalizar políticamente el
Presidente el éxito de la reciente cumbre de Buenos Aires.
Es cierto que al jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez
Larreta, la eficiente organización de los Juegos Olímpicos de la Juventud le
reportó una mejora en su imagen positiva de nueve puntos, según datos del
consultor Alejandro Catterberg, de Poliarquía. No es tan sencillo imaginar que
las repercusiones de la cumbre del G20 representen algo similar para el
presidente de los argentinos.
En la Casa Rosada, en medio de un especial cuidado por
evitar pronósticos, luego de los variados yerros de los últimos tiempos en
materia económica, se espera que el final del G20 coincida con el inicio de un
clima más amable hacia el Presidente. Pero en un país donde los asuntos
internacionales no preocupan a la mayoría de los ciudadanos, Macri tendrá que
evitar la instalación de un peligroso debate por parte de la oposición y que se
termine creyendo que es mejor canciller que presidente.
© La Nación
0 comments :
Publicar un comentario