sábado, 1 de diciembre de 2018

El Mundial de Macri

Hay en danza temas económicos ocultos detrás de razones estratégicas. Objetivo: finde en paz.

Por Roberto García
Justo debía realizarse el G20 para descubrir la oculta versación argentina sobre política internacional, una veta de conocimiento que hace décadas desapareció de los medios pero que al parecer se conservaba latente. Hoy son todos especialistas. Antes, esa materia ocupaba las primeras páginas de los diarios, era tapa de revistas, empalidecía por cantidad informativa a otras secciones, mientras las seguidoras televisión y radio reservaban atención privilegiada a lo que ocurría en otros países.

Sin embargo, ese interés multinacional se derrumbó por cierta propensión subdesarrollada a mirarse el ombligo, hubo más pasión por la conflictividad local que internacional, sin advertir, comparar o aprender de los acontecimientos en otros países. Pero esa omisión ha sido reparada este fin de semana, y al menos dispone de un maquillaje transitorio, y el aterrizaje de ciertos líderes, como una varita de Disney, le concederá importancia a lo que ya no es para la Argentina, sean gobernantes, periodismo o público. Luego vendrá Boca-River. Para cada mandatario hay un menú Macri, una agenda propia, sea Canadá o India, Rusia, China, Turquía o Estados Unidos. Ningún tema, claro, será más sustancial que las bilaterales entre ellos, ya que se discute por montos de plata que la Argentina ni siquiera imagina.

En juego. Hay para todos los gustos, del calentamiento global al tráfico comercial, incluyendo en esa ristra el anecdotario menor del corte de luz en la cena de Máxima & Cia. con Mauricio o las desventuras de Michetti, sin olvidar al jefe español socialista que se hizo invitar y, de acuerdo con su naturaleza, hubiera asistido con más placer a la bulliciosa contracumbre del Congreso que a los eventos oficiales de la Costanera. Pero el teorema del filósofo mendocino Baglini también impera en la Península. Ni hablar de Macron, visitando el túmulo a la memoria de los años 70 sin decir palabra ni disculpa, como sus antecesores, sobre la participación del gobierno francés –por ejemplo– en la masacre de la Iglesia de la Santa Cruz.

Tan vasto el espectáculo del G20, con medidas desconocidas de seguridad y defensa, que habilita a repasar una visita previa norteamericana en ese rubro, con ministro del área, secretarios de Estado y generales con estrellas en exceso. Un acontecimiento la llegada, con nula difusión, casi sin fotografías –parece que solo Fulvio Pompeo, por decisión propia o descarte, fue el único que se atrevió a la instantánea– y mínima presencia local de uniformados (dos de los cuatro altos mandos), a pesar de que entre los visitantes había ocho jefes de prominente graduación. Pero la distancia del Gobierno con esos encuentros y los tambaleos del ministro a cargo (Aguad) –Patricia Bullrich se quiso sacar una carga de encima y ofreció al poco digerible Burzaco– no ocultaron inquietudes que trascendieron de los cónclaves: Venezuela, China, Rusia. Son obviedades de la asignatura. A menos que se observen específicamente. Se consideró en emergencia al gobierno de Caracas y, quizás, con un desenlace indeseable por la crisis social. Abundan las versiones castrenses al respecto, aunque nadie ignora el fuerte y cuestionable lazo de este sector con Maduro, “el reparto” podría ser el título de una serie de Netflix, lo que torna difusa y complicada cualquier alternativa. La idea, por lo tanto, es ubicarse lo más lejos de esta situación explosiva, evitar provocaciones y efectos no deseados, pero contemplar una solidaridad adicional si la administración cambia y requiere asistencias.

En cuanto a China, más que discutir sobre su presencia en la Argentina, créditos al estilo italiano de los tiempos de Alfonsín (te presto para que solo compres mis productos) o formidables inversiones en energía, se reiteró una preocupación por la operatividad comunicacional en el espacio aéreo de la central instalada en Neuquén que, según dicen, con otra base en San Juan le permite cubrir un espectro de intercepciones claves para la potencia asiática (y de obvia competencia al dominio norteamericano). Del lado argentino, se recordó que esa concesión se otorgó durante el gobierno anterior, que Macri mantiene compromisos en esa área solo por razones de Estado. Si algo más se dijo, no se sabe. Y en cuanto al vínculo con el gobierno ruso, la charla recogió el propósito del aparato industrial de EE.UU. para que no se multipliquen compras bélicas o de seguridad en Moscú –“ni un tornillo”, dijo un lenguaraz– cuya reposición y mantenimiento luego se vuelvan complejos. Y más caros, aconsejaron.

Temas económicos vestidos de estratégicos, o viceversa, un apéndice tal vez de la reunión de Macri con Trump, ya que no solo se vive de carne y limones. Más que obtener negocios y relaciones, el mayor éxito para el Gobierno será la culminación en paz de la cumbre, como aspira cualquier referí de la Conmebol al dirigir una final. Piensa compensar con datos externos las fallas internas destacadas por la peripecia violenta y suspensiva del partido River-Boca, episodio que hasta motivó la presentación en sesión extraordinaria de un proyecto de ley ni imaginado por Macri hace una semana.

Responsables. La culpa de todo, entonces, será de los barras, esos inadaptados cuya creación se desconoce y a quienes los líderes políticos les han agradecido y pagado su contribución durante años. De cualquier intendente, sobre todo peronista, al mismo mandatario que utilizó a Boca como trampolín para su llegada a la Casa Rosada. Como lo intentan otros (Tinelli, Moyano) o, en ese último trámite de sueños más modestos (jefe de Gobierno o titular del radicalismo), hayan fracasado posiblemente D’Onofrio y Angelici. Por no hablar de otras figuraciones contenidas en las comisiones directivas de los clubes. Bastaría con revisar esos nombres y advertir esa conveniencia personal de ascenso social o protección.

Una suma de hipocresías, entonces, acompañó el supuesto imprevisto del ataque al bus de Boca que pareció cerrarse con la forzada renuncia del jefe policial porteño, Martín Ocampo, llegado al cargo por un allegado experto en barras (Angelici). Y su reemplazo por el vicejefe de Gobierno, Santilli, con mucha más expertise en esos grupos violentos que el dimitente.

La curiosidad: un gobierno que se rehúsa a cualquier tipo de entendimiento con el peronismo, negación que desató una grieta en su interior, les ha cedido a hombres de ese origen la responsabilidad del control de la seguridad en los dos principales centros del país. Léase Ritondo en la Provincia, Santilli y el massista Dalessandro en la Capital, sin olvidar pininos y desarrollo de Patricia Bullrich en el partido, a cargo hoy de la seguridad nacional.

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