Hay en danza temas
económicos ocultos detrás de razones estratégicas. Objetivo: finde en paz.
Por Roberto García |
Justo debía realizarse el G20
para descubrir la oculta versación argentina sobre política internacional, una
veta de conocimiento que hace décadas desapareció de los medios pero que al parecer
se conservaba latente. Hoy son todos especialistas. Antes, esa materia
ocupaba las primeras páginas de los diarios, era tapa de revistas, empalidecía
por cantidad informativa a otras secciones, mientras las seguidoras televisión
y radio reservaban atención privilegiada a lo que ocurría en otros países.
Sin
embargo, ese interés multinacional se derrumbó por cierta propensión
subdesarrollada a mirarse el ombligo, hubo más pasión por la conflictividad
local que internacional, sin advertir, comparar o aprender de los
acontecimientos en otros países. Pero esa omisión ha sido reparada este fin de
semana, y al menos dispone de un maquillaje transitorio, y el aterrizaje de
ciertos líderes, como una varita de Disney, le concederá importancia a lo que
ya no es para la Argentina, sean gobernantes, periodismo o público. Luego
vendrá Boca-River.
Para cada mandatario hay un menú Macri, una agenda propia, sea Canadá o
India, Rusia, China, Turquía o Estados Unidos. Ningún tema, claro, será más
sustancial que las bilaterales entre ellos, ya que se discute por montos de
plata que la Argentina ni siquiera imagina.
En juego. Hay para todos los gustos, del calentamiento global al tráfico
comercial, incluyendo en esa ristra el anecdotario menor del corte de luz en
la cena de Máxima & Cia. con Mauricio o las desventuras de Michetti,
sin olvidar al jefe español socialista que se hizo invitar y, de acuerdo con su
naturaleza, hubiera asistido con más placer a la bulliciosa contracumbre del
Congreso que a los eventos oficiales de la Costanera. Pero el teorema del
filósofo mendocino Baglini también impera en la Península. Ni hablar de Macron,
visitando el túmulo a la memoria de los años 70 sin decir palabra ni disculpa,
como sus antecesores, sobre la participación del gobierno francés –por ejemplo–
en la masacre de la Iglesia de la Santa Cruz.
Tan vasto el espectáculo del G20, con medidas
desconocidas de seguridad y defensa, que habilita a repasar una
visita previa norteamericana en ese rubro, con ministro del área, secretarios
de Estado y generales con estrellas en exceso. Un acontecimiento la llegada,
con nula difusión, casi sin fotografías –parece que solo Fulvio Pompeo, por
decisión propia o descarte, fue el único que se atrevió a la instantánea– y
mínima presencia local de uniformados (dos de los cuatro altos mandos), a pesar
de que entre los visitantes había ocho jefes de prominente graduación. Pero la
distancia del Gobierno con esos encuentros y los tambaleos del ministro a cargo
(Aguad) –Patricia Bullrich se quiso sacar una carga de encima y ofreció al poco
digerible Burzaco– no ocultaron inquietudes que trascendieron de los cónclaves:
Venezuela, China, Rusia. Son obviedades de la asignatura. A menos que se
observen específicamente. Se consideró en emergencia al gobierno de Caracas y,
quizás, con un desenlace indeseable por la crisis social. Abundan las versiones
castrenses al respecto, aunque nadie ignora el fuerte y cuestionable lazo de
este sector con Maduro, “el reparto” podría ser el título de una serie de
Netflix, lo que torna difusa y complicada cualquier alternativa. La idea, por
lo tanto, es ubicarse lo más lejos de esta situación explosiva, evitar provocaciones
y efectos no deseados, pero contemplar una solidaridad adicional si la
administración cambia y requiere asistencias.
En cuanto a China,
más que discutir sobre su presencia en la Argentina, créditos al estilo
italiano de los tiempos de Alfonsín (te presto para que solo compres mis
productos) o formidables inversiones en energía, se reiteró una preocupación
por la operatividad comunicacional en el espacio aéreo de la central instalada
en Neuquén que, según dicen, con otra base en San Juan le permite cubrir un
espectro de intercepciones claves para la potencia asiática (y de obvia
competencia al dominio norteamericano). Del lado argentino, se recordó que esa
concesión se otorgó durante el gobierno anterior, que Macri mantiene
compromisos en esa área solo por razones de Estado. Si algo más se dijo, no se
sabe. Y en cuanto al vínculo con el gobierno ruso,
la charla recogió el propósito del aparato industrial de EE.UU. para que no se
multipliquen compras bélicas o de seguridad en Moscú –“ni un tornillo”, dijo un
lenguaraz– cuya reposición y mantenimiento luego se vuelvan complejos. Y más
caros, aconsejaron.
Temas económicos vestidos de estratégicos, o viceversa, un apéndice tal
vez de la reunión de Macri con Trump, ya que no solo se vive de carne y
limones. Más que obtener negocios y relaciones, el mayor éxito para el
Gobierno será la culminación en paz de la cumbre, como aspira cualquier referí
de la Conmebol al dirigir una final. Piensa compensar con datos externos las
fallas internas destacadas por la peripecia violenta y suspensiva del partido River-Boca,
episodio que hasta motivó la presentación en sesión extraordinaria de un
proyecto de ley ni imaginado por Macri hace una semana.
Responsables. La culpa de todo, entonces, será de los barras, esos inadaptados cuya
creación se desconoce y a quienes los líderes políticos les han agradecido y
pagado su contribución durante años. De cualquier intendente, sobre todo
peronista, al mismo mandatario que utilizó a Boca como trampolín para su
llegada a la Casa Rosada. Como lo intentan otros (Tinelli, Moyano) o, en
ese último trámite de sueños más modestos (jefe de Gobierno o titular del
radicalismo), hayan fracasado posiblemente D’Onofrio y Angelici. Por no hablar
de otras figuraciones contenidas en las comisiones directivas de los clubes.
Bastaría con revisar esos nombres y advertir esa conveniencia personal de
ascenso social o protección.
Una suma de hipocresías, entonces, acompañó el supuesto imprevisto del
ataque al bus de Boca que pareció cerrarse con la forzada renuncia del jefe
policial porteño, Martín Ocampo,
llegado al cargo por un allegado experto en barras (Angelici). Y su reemplazo
por el vicejefe de Gobierno, Santilli, con mucha más expertise en esos grupos
violentos que el dimitente.
La curiosidad: un gobierno que se rehúsa a cualquier tipo de
entendimiento con el peronismo, negación que desató una grieta en su interior,
les ha cedido a hombres de ese origen la responsabilidad del control de la
seguridad en los dos principales centros del país. Léase Ritondo en la
Provincia, Santilli y el massista Dalessandro en la Capital, sin olvidar
pininos y desarrollo de Patricia Bullrich en el partido, a cargo hoy de la
seguridad nacional.
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