Por Javier Marías |
Del italiano Infantino ya me ocupé meses atrás, cuando tomó la ridícula
decisión de prohibir a las televisiones insertar planos de público femenino
atractivo, a fin de torpedear su ruin objetivo de “tentar a los espectadores
masculinos”; los cuales no verían partidos, según él, de no ser por ese sucio
señuelo. De paso ofendió a la mayoría de la población mundial, pues no vio
inconveniente en los planos de mujeres feas ni en los de varones feos o guapos.
Y en España contamos con dos individuos, Rubiales y Tebas, que por lo visto se
llevan a matar, pero que no obstante reman en la misma dirección de desvirtuar
y destruir el fútbol.
El segundo, por ejemplo, está empeñado —a qué se deberá
tanta tabarra— en que se juegue un encuentro de Liga en Miami, lo cual no sólo
es una mentecatez, sino que adulteraría la competición al privar al equipo
local del factor campo y del aliento de su hinchada. También perjudicaría a los
demás clubs visitantes, que disputarían sus choques como eso, visitantes, a
diferencia del Barça, que sería el beneficiado en este caso. Si Tebas se
saliese con la suya, no crean que ahí pararía: supondría el acicate para que en
próximas temporadas se celebrasen partidos de Liga en lugares absurdos como
Tokio, Taskent, Qatar o Tegucigalpa. En este sentido, malo es el precedente que
se establecerá mañana (escribo el 8 de diciembre): me pregunto qué necesidad
tenía Madrid —una ciudad asediada por las manifestaciones, las maratones, los
triatlones, los días de la bici, las procesiones, las ovejas y la armagedónica
Carmena— de añadirse una invasión de feroces forofos porteños al albergar la
vuelta de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors. Confío en que
no haya incidentes graves y en que la capital no sea destruida —aunque de eso
ya se encargan los atilas del Ayuntamiento—, pero en todo caso se ha sometido a
Madrid a un sobreesfuerzo en seguridad y se ha fastidiado a base de bien,
durante días, a los ciudadanos. A ello han contribuido no poco los medios, que
han dado mucha más importancia a esta Final foránea que a la jornada de Liga
del fin de semana.
Digo mal: la Liga hace tiempo que no se disputa en fin de
semana. Hay partidos los viernes y los lunes. Las televisiones han impuesto
horarios estrafalarios, como la una del mediodía. Pero lo que más delata el
propósito de acabar con el Campeonato es que entre Rubiales, Tebas e Infantino
han logrado que no haya forma de seguirlo. La continuidad de la Liga es un
factor primordial de su interés, y ahora es un torneo deshilachado y
discontinuo, al que parece que se le reservaran las sobras, las fechas de la
basura. Las interrupciones debidas a los “ensayos” o amistosos de la selección
nacional siempre han constituido un engorro, algo que a los aficionados
verdaderos nos sentaba como un tiro. En vista de lo cual se han multiplicado,
con la invención de un trofeo engañabobos llamado Liga de las Naciones, creo.
Nadie ha sabido quiénes ni por qué compiten, y a casi nadie le ha importado un
comino. Nos han “tocado” Inglaterra y Croacia como podían haber sido Portugal e
Islandia. Por suerte no hemos ido lejos, de lo contrario nos aguardarían más
parones latosos, y ahora viene el de Navidad como remate. Lo cierto es que,
cada vez que reaparece la Liga, en plan Guadiana, ya no nos acordamos de ella,
de quién la encabeza ni de quiénes están en descenso. Han conseguido que no
interese, que sea un galimatías, que nos dé igual quién la gane o la lleve
encarrilada. Se la ha devaluado a conciencia.
Al parecer hay una razón semioculta, y aquí entra el cuarto
personaje, el defensa Piqué, al que inexplicablemente se hace caso. No contento
con haber certificado la defunción de la Copa Davis de tenis —sí, de tenis—,
pretende también, tengo entendido, arrumbar las Ligas nacionales —que son el
alma y la columna vertebral del fútbol— en favor de una Superliga europea reservada
a los clubs pijos y neopijos, que amparan dicho proyecto clasista. Como si no
viéramos ya demasiados Madrid-Bayern, Barça-Juventus y Manchester City-PSG en
la Copa de Europa, ahora se procurará que los partidos entre esos equipos nos
produzcan hastío. Porque además serían eternamente los mismos, ya que no habría
descensos ni ascensos. El resultado de estrujar la gallina y querer un
“acontecimiento” semanal es que nada es ya un acontecimiento, sino todo
reiteración y rutina. Si hay varios Brasil-Argentina o Alemania-Italia cada
temporada, se pierden la gracia y la expectativa. Añadan a todo esto que los
futbolistas se agotan y se saturan. La mayoría no deben de saber qué están
disputando cuando saltan al césped. ¿Es la Copa del Rey o la Liga, la Copa de Europa
o la Eurocopa, las Naciones, el Mundial o un apestoso amistoso? Desde luego los
espectadores empezamos a no tener ni idea. Y lo que es peor, nos empieza a
traer sin cuidado.
© El País Semanal
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