Por Carmen Posadas |
Según una reciente encuesta, los niños de hoy,
de mayores, quieren ser famosos. Para ser más precisos, youtubers o influencers,
y su deseo no parece ya tan remoto.
La revista Forbes, que todos
los años desvela la lista de los más ricos del mundo, publicó hace unas semanas
el nombre de la persona que más dinero gana en YouTube y es… ¿un adolescente
que juega con una videoconsola –literalmente– día y noche para que sus fans lo
vean?, ¿un tipo que explica los mejores trucos para encestar cosas
inverosímiles en una papelera?, ¿una chef jovencísima que comparte sus secretos
culinarios mientras cocina en topless? No, aunque bien podrían
serlo, porque de todo esto y mucho más hay en la Red cosechando likes convertibles
en millones de euros.
Según Forbes, el youtuber con
mayores ingresos del planeta es un niño de siete años. Ryan, que así se llama
la criatura, ‘trabaja’ en un canal gestionado por su familia que, en los
últimos doce meses, ha generado cerca de 20 millones de euros. Ryan ToysReview,
que así se llama su canal, empezó lentamente. Pero, un buen día, un vídeo donde
el niño aparecía abriendo y analizando una caja con más de cien juguetes de la
marca Pixas se hizo viral hasta alcanzar 935 millones de visualizaciones. Desde
entonces Ryan ha decidido ampliar el negocio y, además de juguetes, recomienda
comida infantil, ropa y artículos deportivos haciendo lo que sus fascinados
fans llaman comentarios «sinceros y entusiastas» sobre cada producto.
Fascinada, yo también entré en el canal para ver a
tal portento en acción y me quedé turulata. Ahí estaba Ryan, dispuesto a
explicarme –al igual que ya ha hecho a otros 17 millones de personas– cómo él y
su papá fabricaban un dispensador de chuches con una caja de cartón. Mientras
se jaleaban el uno al otro al grito de «¡Woow!», «¡Mira eso!», «¡Fiu, qué cool!»,
«¡Cómo mola!», etcétera, procedieron a cortar –muy chapuceramente, todo sea
dicho– la caja en cuestión hasta convertirla en una especie de cajonera de seis
compartimentos pegoteados con celo.
Y, atención, porque aquí viene la parte comercial
del asunto. Una vez en pie el adefesio cartonil, Ryan y papá, con ayuda de mamá,
que es la que graba el vídeo, empezaron a mostrarnos los dulces que iban a
meter en el recién fabricado dispensador, que, por supuesto, no eran chuches
del chino de la esquina, sino todas con nombres comerciales («¡Guau, Ryan!
¿Dónde vas a poner los M&M, en el casillero de la derecha? ¡Cool!»;
«¡Sí, mami, pero mis favoritos son estos Skittles de colorines!»; «¡Wow!, ¡eres
un mentirosillo, Ryan, ayer me dijiste que te chiflan más los Haribos y los Hot
Tamales!»). Y de este modo, comprenden ustedes, entre ¡guaus! y ¡’cooles’!, la
familia –cling, cling– va haciendo caja: hoy son marcas de chuches, pero mañana
tal vez sean refrescos, pasado Ryan puede hablar del último grito en juguetes y
luego de ropa de niño y así hasta amasar los 20 millones que le atribuye la
revista Forbes. Visto lo visto, ¿a quién puede sorprender que los niños quieran
ser youtubers e influencers?
Además, ¿para qué estudiar Matemáticas si lo único
que necesita contar uno es un puñado de chuches? o ¿para qué molestarse
en aprender Lengua si el vocabulario que necesitarán para su trabajo son tres o
cuatro interjecciones gringas? ¿Se han quedado ustedes de pasta de
boniato como yo? No desesperen, es Navidad y vamos a acabar con una nota de
optimismo. Ryan ha logrado otra gesta, esta sí muy meritoria: destronar al
famosísimo Jake Paul, el anterior y temible rey de YouTube. Gracias a Ryan y
sus encantadoras manualidades con papá y mamá, Jake Paul y las fiestorras,
gamberradas y vejaciones varias que cuelga en su canal han conseguido ingresar
este año un millón y medio de euros menos que en 2017. ¡Fiu!, ¡wow!, ¡cool,
qué alivio!, todavía hay esperanza…
© XLSemanal
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