Por Manuel Vicent |
De
madrugada, mientras la familia dormía, penetraron unos ladrones en su apartamento
y se abrieron paso sigilosamente en la oscuridad con una linterna por todas las
habitaciones. Solo se despertó la hija pequeña de 12 años y desde la cama vio
con terror cómo una sombra entraba en su alcoba, abría los cajones del armario
y se llevaba unas alhajas. Permaneció callada. Se hizo la dormida. Cuando el
ladrón, que se había dado cuenta, terminó su trabajo, se acercó a la niña y en
voz baja para no despertar a sus hermanas le dijo al oído: “Te has portado muy
bien”. La sombra desapareció.
A cada rato se repite esta publicidad paranoica. Ponga
usted, como lo han hecho ya sus vecinos, una alarma en casa. El anuncio viene
directamente avalado con las noticias verídicas de crímenes, robos y atracos
que se producen a diario.
Pero no todos los facinerosos que violan nuestra seguridad
entran por la puerta de la calle con una pistola o un cuchillo. En esa tableta
que usa Caperucita para sus juegos se puede colar un lobo a través de las redes
dispuesto a devorarla; también atraviesa cada día las paredes de nuestro hogar
toda la basura digital, cargada de odio y estupideces, ante la que estamos
desprotegidos y nos vemos obligados a tragar.
Estos maleantes invisibles nos llenan de mierda el cerebro
durante el día y se meten de noche en nuestra cama, pero contra ese grave
peligro nadie ha inventado todavía una alarma.
© El País (España)
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