Por Carlos Ares (*) |
En el campo de juego del poder sucede lo que ves desde la
tribuna. Un infinito superclásico insensible a los reclamos que se disputa
entre patadas y codazos. Los jueces sacan tarjetas amarillas preventivas, pocas
rojas definitivas. Procesan los odios, las broncas, someten a juicio oral para
que todos en casa, mirando la tele, podamos ejercer nuestro derecho a la
protesta, al grito, a decir aquello que sentimos. Cada tanto imponen el máximo
castigo, una condena penal. Ejecutada la sanción, vencidos ya los que intentan
chicanear, amparar, negar o atajar las imparables evidencias, el desencuentro
sigue.
El peso del pasado no se devalúa. Dos por uno, inútiles y
ladrones, es la nueva oferta electoral. Quieren recuperar sus cajas de
seguridad. Los pastores, tan impostores ellos, tan abusadores, apuestan al
diezmo que reciben de los mercaderes del templo y entre villancicos y
bendiciones mantienen a la clientela arrodillada a la espera de un supuesto reino
que no es de este mundo. La poca o mucha fe que se pueda tener es mejor
colocarla en proyectos propios a meses de esfuerzo, prueba y error. Al menos va
a dar algo de placer extra por aquello que te importa.
El dolor cotiza alto por la incesante demanda de justicia. A
la par de diciembre, el nivel de congoja crece sin motivo aparente. ¿Te pasa en
estos días que de pronto, de la nada, una riada caudalosa de pena te inunda el
ánimo? La marea de lo que ya sabés que trae y lleva, va y viene. Nombres, caras,
criminales, estafadores, miserables. En los primeros días de enero, cuando la
angustia baja un poco, deja sobre el tiempo de arena su espuma de furia. La
humedad en los ojos no seca, ni se evapora con la resaca del alcohol.
¿Qué hacer con la tristeza? ¿Hay algo para lo que pueda
servir?
Espíritu bélico. Es un exceso de indignación que estremece.
Cuando advierten el bajón, te hacen una devolución con frases de Osho o Bucay
que se escriben solas al ritmo de melodías new age, consignas políticas, citas
y hasta insultos provocadores. Te recomiendan a quién leer, a quién seguir, a
quién odiar y, de última, si nada de eso resulta, te sugieren a quién hacer
responsable y echarle encima toda la culpa.
Qué bueno saber que apenas a un clic de distancia hay tipos
a los que se puede enviar, por mail o bicicleta, la mochila repleta de dolores
para que la guarden y nos libren de la carga, del sobrepeso de tantas versiones
del fracaso. Nada que consuele. Nada, al fin, que alcance a parar la sangría de
pibes que se pierden a la espera de lo que nunca termina de pasar. Nada te saca
cuando estás así, pero se agradece la buena voluntad.
¿Cómo te pega en el debe y el haber la oferta de proyectos
que te hiciste al comenzar el año? Tranquilo, nadie le gana nunca a la
inflación de deseos. Al fin, toda promesa no es más que una ficha tirada al
paño de la incertidumbre. Cada uno contrae consigo las deudas que quiere y las
paga como puede. Salvo las que se consideren de cumplimiento obligatorio. Esas
hay que intentar renovarlas todos los diciembres. Con la copa mirando hacia al
fondo de la noche se repiten las palabras ya dadas, “sobrevivir con cierta
dignidad”, y se aguarda que el eco del universo cierre el trato, “de acuerdo,
no te defraudes”.
(*) Periodista
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario