Por Isabel Coixet |
Reconozco que lo que voy a relatar a continuación y mi reacción a ello
quizás a algunos les pueda parecer un pelín exagerado. Pero creo que la suma de
las cosas que me han pasado en las últimas semanas (incluido lo que ya relaté
en esta misma página en otro artículo acerca de mi perplejidad ante críticas
por comentarios que yo no he hecho) justifica la susodicha sensación de
aislamiento, gueto y hasta gulag.
Hace unos seis años le compré a un payés vecino de
un pueblo de la provincia de Barcelona siete olivos centenarios de un campo de
su propiedad que planeaba talar para hacer leña, dado que no podía atenderlos.
Trasplanté los ejemplares a un campo cercano que me pertenece. Huelga decir que
el rescate de los olivos me costó la torta un pan, pero, desde que era una
niña, me han fascinado estos árboles y me hacía ilusión darles una nueva vida.
Todos, menos uno, sobrevivieron al traslado. Seis años después están
florecientes y este año, por fin, han dado muchísimas aceitunas.
Se me ocurre poner un vídeo en Instagram
manifestando mi alegría porque, después de seis años de cuidados, los olivos
volvieron a la vida. Y entre likes de gente que, como yo, ama
los olivos recibo una serie de insultos e improperios (el más suave de los
cuales me trata de imbécil) criticando que le compre los olivos a «una empresa
de la Terra Alta» en Tarragona y que contribuya al tráfico de olivos en
Tarragona y casi casi me acusan del asesinato de Lincoln. En las imágenes de
Instagram ponía claramente las cosas como fueron: el vecino que iba a
cortarlos, la provincia de Barcelona y no mencionaba nada de ninguna empresa ni
de Tarragona ni de nada por el estilo. Me pregunto si los que han hecho
tales comentarios quizá no sepan leer. O quizá no quieran leer. O probablemente
lo único que quieren es meterse conmigo y les da igual si enseño
olivos o la receta del pastel de pera de mi tía Filomena.
Otro caso, aún más triste: posteo una foto de la
silueta del toro que podemos encontrar aún en algunas carreteras de España. Esa
silueta me recuerda a Jamón, jamón, a la entrañable figura del
añorado Bigas Luna, un director excepcional y un amigo generoso con el que tuve
la fortuna de compartir muchas tardes y sobremesas. Pues bien, entre likes de
admiradores de Bigas y su cine, se cuela un puñado de comentarios de gente que
no tiene ni idea de quién es Bigas Luna y que me acusa de antifeminista (?),
protaurina y, claro, fascista.
Quedan tan sólo 89 toros en España. Directores como
Bigas ya no quedan. Por desgracia, la estupidez nunca va a escasear.
© XLSemanal
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