Por Gustavo González |
"Personas" en tanto alianzas
sociales mayoritarias, expresiones de un clima de época y de intereses
determinados, que eligen representarse en líderes circunstanciales.
No se trata de una representatividad política por
la que el líder recibe un mandato de sus electores. Es la representación
sociológica de la que hablaba Giovanni Sartori: sectores
que eligen a líderes para que los reflejen como espejos de lo que ellos
son. Es una representación por "eco", no por mandato.
Nuevo mundo. En Brasil, una mayoría eligió a un hombre
cuyo primer acto como presidente electo fue hacer una ceremonia
evangélica, cerrando sus ojos y orando al cielo. Y que antes,
además de hablar de inseguridad y corrupción, se dedicó a reivindicar la
violencia y la tortura, y a descalificar a negros, laicos, mujeres
y homosexuales.
Bolsonaro es el reflejo de sectores sociales que
decidieron cruzar la línea de corrección política hasta ahora vigente en ese
país. Es una bisagra histórica de las que suelen ocurrir ante eventos que se
acumulan hasta generar un cambio de era y la aparición de nuevos relatos
políticamente correctos.
Esos relatos son la representación semiótica de los
sectores predominantes de cada tiempo, exponentes de sus necesidades, sus
miedos, su forma de ver el mundo. Tales intereses están en pleno proceso de
transformación. No solo en Brasil.
Su llegada a la Presidencia representa el
fin de la corrección política tal como se conocía en la región y el
surgimiento de una nueva narración socialmente aceptada.
Bolsonaro ya no es una anormalidad. Los Estados
Unidos tienen a Trump. El trumpbolsonarismo expresa en América
fenómenos similares que se repiten en Europa.
En este nuevo contexto, el norcoreano Kim Jong-un ya
no resulta tan exótico.
Cómo mutan los relatos. En el país,
durante la dictadura, la mirada políticamente correcta era la reivindicación
del orden, el desprecio por los partidos y los líderes políticos y la adhesión
a los valores occidentales y cristianos. Los hombres con uniformes militares
eran celebrados en las calles. La música popular era el folclore. Estaba mal
visto el pelo largo, la barba y el rock. En la TV eran inconcebibles las
llamadas malas palabras, los gays y referencias al divorcio o, mucho menos, al
aborto.
Un relato heredero de la guerra fría internacional
pasada por el filtro premoderno de los militares argentinos.
Luego ese relato fue mutando. A un sector cada vez
más importante de la sociedad, shockeado por las violaciones a los derechos
humanos, el fracaso de Malvinas y la crisis económica, esos valores le
empezaron a incomodar.
Ya en democracia, la opinión políticamente
correcta asumió el repudio a las dictaduras, la degradación social de los
militares y la aceptación de los políticos que no expresaran mensajes
autoritarios o violentos. Los medios cambiaron el folclore por el rock y
todo lo que antes estaba prohibido fue publicado y celebrado.
Era el regreso a la modernidad clásica, a la
posibilidad de progreso individual y colectivo, a cierta racionalidad
científica y a la fe en los partidos tradicionales.
Los cambios se siguieron sucediendo,
inevitablemente. Y llegó la posmodernidad.
Un día las puteadas ya formaban parte del discurso
mediático habitual, el aborto fue tema del prime time, el Presidente
dejó de usar corbata, los políticos tradicionales se volvieron panelistas de
talk shows y el jueves pasado un participante de ShowMatch disfrazado
de obispo llamaba a participar de una marcha del orgullo gay.
Una nueva fe. Cuando un nuevo relato se instala, el
viejo parece pertenecer a un pasado remoto, pero los cambios maduran de a poco
y explotan rápido.
La nueva mirada reemplaza a la anterior y la que
ayer parecía obvia y razonable pasa a ser obsoleta y decadente.
La costumbre de fumar en lugares cerrados o la
ahora naturalizada prohibición de hacerlo, es uno de los ejemplos más claros.
Un malestar acumulado por años que se cambia y se
resuelve en poco tiempo.
Es posible que, como en Brasil, una parte
de la sociedad argentina también esté incubando un cambio de relato, en el
que Macri sea
solo un paso intermedio.
Hay algunas señales de eso y de lo rápido que
pueden darse los cambios.
Se vio con el debate sobre el aborto. Previo a su
tratamiento en Diputados, fueron las posturas en favor de su despenalización
las que ganaron la pelea pública de la mano de celebridades, medios y
dirigentes progresistas.
La mirada contraria a la despenalización, que
apenas una década atrás representaba la única voz en los mismos medios, ahora
sonaba retrógrada y parecía minoritaria.
Eso fue hasta junio, cuando se aprobó su media
sanción.
Apenas un mes después, en medio del tratamiento en
el Senado, las voces antiabortistas comenzaron a ganar terreno y las
marchas en todo el país se volvieron multitudinarias. Así como antes los
diputados habían sentido la presión proabortista, luego fueron los senadores
los que recibieron el mensaje contrario de sectores importantes de la sociedad
y funcionaron como un espejo de ellos.
Fueron las iglesias católicas y evangélicas las
que motorizaron esas manifestaciones, con un recobrado nivel de influencia
y organización. El regreso de las religiones, con un valor como la fe que había
entrado en crisis, habla del malestar con la posmodernidad.
Macri y los macristas. Desde esos
mismos sectores ahora empiezan a animarse a criticar los valores que se
reflejan en la TV y los demás medios.
Por ejemplo, frente a la avanzada social que volvió
correctos los mensajes en contra de la cosificación de la mujer y la violencia
de género, una fuerza en sentido contrario comenzó a cuestionar la vulgaridad
del lenguaje, la obscenidad y el protagonismo gay. También critica lo que
considera una educación sexual pública guiada por una “ideología de género”:
“Con mis hijos no te metas”, advierten.
Las ideas de Bolsonaro germinan en cierta sociedad
argentina para la cual Macri es un tibio.
Verbalizan lo que antes les resultaba vergonzoso
decir.
El combate por la imposición de un nuevo relato de
época está en pleno desarrollo.
El mismo Macri representa a una alianza
social en la que conviven el liberalismo cultural y new age con el
conservadurismo social y religioso. Una convivencia que había
resultado exitosa para cuestionar el relato "nacional y
popular" del kirchnerismo.
Hoy, sin embargo, detrás de la decepción de una
parte de sus votantes con la economía, se esconde, además, el repudio a la
concepción liberal y light de Macri sobre temas como el aborto, el matrimonio
igualitario, el consumo de drogas, los subsidios a la pobreza o el derecho de
los delincuentes.
Para ellos Macri resultó un tibio.
El mundo de Obama y Lula hoy es el de
Trump y Bolsonaro. Son la expresión de una mayoría que reivindica el
nacionalismo, cuestiona el nuevo lugar de la mujer en la sociedad, le teme a la
inmigración y al diferente (negros, homosexuales) y cree que su economía está
afectada por los corruptos (en Brasil) o los países que con sus importaciones
le quitan el trabajo a los locales (en Estados Unidos).
Quizás el macrismo represente aquí el primer paso
de una ruptura más grande con un discurso políticamente correcto que evolucionó
desde el regreso democrático. Puede que el trumpbolsonarismo encuentre
en la Argentina una expresión por la cual lo que hasta ayer era indecible
mañana se convierta en el relato aceptado de una nueva mayoría capaz
de instalar a un presidente. Un Bolsonaro que sea su espejo.
El futuro es una construcción impredecible, pero
son los aciertos y errores de las sociedades los que determinan en qué sentido
construirlo.
©
Perfil.com
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