El intelectual, político y economista Teodoro Petkoff en Caracas, en mayo de 2015. (Foto/Miguel Gutiérrez/EPA-EFE/REX) |
Pocos personajes de la historia de la izquierda
latinoamericana afectaron y reflejaron la evolución de la misma a lo largo de
los últimos sesenta años como Teodoro Petkoff. Falleció el pasado miércoles 31
en Caracas a los 86 años, después de una larguísima trayectoria recorriendo
todos los meandros de esa izquierda de América Latina.
Transitó de la guerrilla
castrista en Venezuela a principios de la década de los sesenta hasta la
crítica despiadada, acertada e ilustrada de los peores excesos del chavismo y
del actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, pasando por una larga etapa
como símbolo de una nueva izquierda: democrática, independiente de Moscú y de
La Habana, moderna y globalizada.
Petkoff inició su trabajo político a finales de la década de
los cuarenta en Caracas. Muy poco después del triunfo de la Revolución cubana,
en enero de 1959, y del primer viaje al exterior de Fidel Castro a Caracas el
23 de enero para celebrar el primer aniversario de la caída del dictador Marcos
Pérez Jiménez, Petkoff empezó a conspirar con los cubanos y con su hermano
Luben para crear un foco guerrillero en las montañas venezolanas. No tardó en
entrar en conflicto con el Partido Comunista de Venezuela (PCV), del cual eran
miembros y que —como casi todos los partidos comunistas de América Latina en
esa época— era prosoviético, reformista, pacifista y opuesto a la teoría cubana
del foco guerrillero, teorizada por el joven filósofo francés Régis Debray,
quien mantuvo una relación lejana pero constante con Petkoff todos estos años.
Tras años de lucha contra el gobierno venezolano, finalmente fueron derrotados
por el entonces presidente de Venezuela y quizás el primer socialdemócrata
verdadero en América Latina, Rómulo Betancourt.
En esos años, Venezuela fue el punto de intersección más
importante entre dos esfuerzos: los de la Revolución cubana por apoyar un foco
guerrillero y reproducir la epopeya de la Sierra Maestra y los del gobierno de
Estados Unidos —primero de Eisenhower y sobre todo de Kennedy— de contrarrestar
ese esfuerzo cubano a través de una estrategia contrainsurgente, pero también
de la alianza para el progreso y un enfoque socialdemócrata como el de
Betancourt.
Después de esa derrota, varias pasantías por la cárcel y el
paso de los años, Teodoro Petkoff entró en otra dinámica, la de la lucha
pacífica por la misma revolución, y luego por una revolución distinta.
En 1971, junto con varios compañeros venezolanos, funda el
Movimiento al Socialismo (MAS), cuyo estreno tuvo, entre otras virtudes, el
haber recibido en donación el dinero que Gabriel García Márquez recibió por el
Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos y un himno compuesto
especialmente para ellos por Mikis Theodorakis. El MAS fue la niña de los ojos
de la izquierda latinoamericana moderada, democrática, modernizada durante
muchos años. Teodoro fue candidato a la presidencia por el MAS en 1983 y en
1988, pero la organización no despegó. El viejo partido Acción Democrática, el
de Betancourt y de Carlos Andrés Pérez, nunca perdió su base obrera de los
sindicatos venezolanos y, más allá de intelectuales y estudiantes, el MAS se
marginalizó.
El partido cerró su ciclo a finales de la década de los
ochenta, después del “Caracazo” y de las desventuras de toda la izquierda
pacífica e institucional venezolana. El MAS empezó a ser sustituido por grupos
más radicales como Causa Radical y por el intento de golpe de Estado de un
puñado de jóvenes militares encabezados por Hugo Chávez, aparentemente
nacionalistas, pero en realidad formados directa o indirectamente por los
cubanos.
Teodoro Petkoff nunca fue chavista, aunque en las pláticas
que tuve con él a finales de la década de los noventa y principios de este
siglo manifestaba cierta simpatía, no por las propuestas de Chávez, sino por su
diagnóstico de la catástrofe generada por el famoso Pacto de Punto Fijo, que
sirvió de base para el bipartidismo de Acción Democrática y Copei. Petkoff fue
ministro de Coordinación y Planificación de 1996 a 1999, durante el último
gobierno del Pacto (aunque algunos no lo considerarían como tal), el de Rafael
Caldera. Durante un tiempo se convirtió en una especie de vicepresidente.
Realizó un gran esfuerzo por poner al día al Estado venezolano benefactor y
controlador, sobre todo de las gigantescas reservas petroleras de la faja del
Orinoco. En mis conversaciones con él en aquel momento, tuve la impresión de
que no obtuvo de parte de Caldera —un hombre mayor— el apoyo necesario para
sacar adelante todas sus propuestas.
Para mucha gente Petkoff se volvió neoliberal al final de su
vida política. No lo creo. Tanto en el gobierno de Caldera y luego como líder
de opinión en Venezuela durante los primeros años de Chávez —en el diario El Mundo y después en Tal Cual, que él fundó y que fue
reprimido por el chavismo— sostuvo una postura, no siempre lograda, de
izquierda democrática. Para mí, Teodoro Petkoff fue alguien que luchó por las
mismas causas desde el inicio de su carrera, en la década de los cincuenta,
hasta el final de su vida, cuando el gobierno de Nicolás Maduro arrinconó a Tal Cual y le abrió un juicio, con lo
que le prohibió a Teodoro salir del país.
Ha muerto un personaje de gran valor, honestidad y
congruencia de la izquierda latinoamericana, de la que quisiéramos que imperara
en toda la región y que nadie como él ha encarnado a lo largo de estos últimos
seis decenios.
(*) Jorge G. Castañeda es profesor de la Universidad de Nueva York,
miembro del consejo de Human Rights Watch y columnista de opinión de The New
York Times. Fue secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003.
© The New York Times
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