La cumbre del G20 en 2008. (Foto/AFP) |
Además de trastornar la vida diaria de miles de personas
impidiéndoles cumplir sus tareas, trasladarse y comunicarse, aparte de su
altísimo costo organizativo en momentos de crisis y ajuste, además de
proporcionarle al país organizador cinco minutos de fama (como diría el
legendario performer Andy Warhol), de generar una fugaz primavera para la
industria hotelera de la ciudad sede, y de pasar rápidamente al olvido para
ceder su lugar a la próxima edición, ¿para qué sirve el G20?
¿En qué mejora la
vida de las personas reales, de carne y hueso, esas que las estadísticas y los
papers olvidan o transforman en abstracciones? Por supuesto, la pregunta es
retórica. Lleva incluida la respuesta de quien la formula.
Desde que se creó el G20, el 25 de septiembre de 1999, los
19 países que lo integran (más la Unión Europea) se reúnen cada año. En los 19
años de su existencia el planeta asistió a una devastadora crisis económica, de
la que nunca se recuperó totalmente, debido al estallido de burbujas
financieras e inmobiliarias que dejaron a millones de personas sin trabajo, sin
hogares, sin futuro y miles de ellos sin vida, pues se suicidaron. Los
culpables siguen bien y opulentos. En ese lapso el polvorín de Medio Oriente no
hizo más que acercarse a un estallido terminal. Durante ese período las
libertades individuales, buque insignia de la democracia liberal y el
capitalismo, se fueron acotando con el pretexto de la seguridad (nunca
conseguida) hasta convertir a las occidentales en verdaderas sociedades de
control, aunque sus poblaciones, como en la novela Un mundo feliz, de Aldous Huxley, vivan narcotizadas en este caso
no por aquella sustancia llamada soma, sino por el consumismo y una tecnología
banal.
En el lapso de estos 19 años la crisis migratoria alcanzó
una dimensión incontrolable, los nacionalismos xenófobos se reprodujeron como
hongos venenosos a lo largo y ancho del planeta y los populismos de derecha e
izquierda encontraron terreno fértil en cada continente. Lo que comenzó como
una reunión de ministros de finanzas hasta convertirse en la gran gala social
de los mandamases del mundo sazonada con discursos falaces y rimbombantes,
acompañó, desde que existe, al debilitamiento de los Estados y fue simultáneo
con lo que Zygmunt Bauman (1925-2017), en el podio de los más lúcidos
pensadores contemporáneos, previno y describió como el gobierno internacional
de los mercados. Estos representan un capital sin rostro, sin domicilio y sin
responsabilidad. Un gang (pandilla o banda) que desde el anonimato se desplaza
a gran velocidad por el universo, ávido de ganancias rápidas y por cualquier
medio. Para funcionar los mercados necesitan que el Estado, reducido a una
mínima expresión, se convierta, como dice Bauman en su ensayo La globalización,
“en una estación de policía local capaz de asegurar el mínimo de orden
necesario para los negocios”, pero sin despertar temores ni limitar los
movimientos de la rapiña global. Desde que existe el G20 la desigualdad mundial
no hizo más que crecer.
Cuando Bauman escribió su libro (en 1998) los ingresos de
los primeros 358 millonarios globales equivalían al del 45% de la población
mundial. En 2018 un informe del Banco Mundial señala el gran crecimiento de la
riqueza global (66%) entre 1995 y 2014 junto a la marcada caída del ingreso por
habitante en numerosos países. Y Oxfam, organismo que nuclea a ONG de 19 países
dedicadas a cuestiones de desarrollo social, advierte que el 82% del dinero que
se generó en el mundo en 2017 fue al 1% más rico de la población global,
ahondado aún más la brecha de la desigualdad. Causas de este desequilibrio
según Oxfam: la evasión de impuestos, la influencia de las empresas en la
política, la erosión de los derechos de los trabajadores y el recorte de
gastos.
Todo esto, y más, ocurre mientras la ministra de Seguridad
nos aconseja dejar la ciudad por unos días para que el G20 (que reúne
presidentes, pero carece de estadistas) haga lo suyo en paz. ¿Qué es lo
suyo? Chi sa, chi sa, como se canta en
el aria de Mozart que lleva ese título.
(*) Periodista y escritor
© Perfil.com
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