Por Gustavo González |
Miguel Angel
Pichetto es senador desde hace 17 años y hoy es el jefe del
peronismo no kirchnerista. Emilio Monzó
es el presidente de la Cámara de
Diputados desde 2015, la principal voz del oficialismo en el
recinto.
Son abogados, peronistas, amigos. Que representen a fuerzas
políticas opuestas es un detalle menor. Son los aliados parlamentarios que
cogobernaron el país los últimos tres años y que ya no estarán a partir de
las próximas elecciones.
Pichetto difícilmente pueda renovar su banca. Monzó ya avisó que no
quiere hacerlo.
Es el primer gran problema que enfrentará el próximo gobierno.
Sobrevivientes. Pichetto y Monzó creen que la política es el arte de escuchar al otro. Confiesan
que los acuerdos que alcanzaron sobre las principales leyes los resolvieron en
conversaciones que no duraron más de una hora, la mayor parte de la cual
hablaron de cuestiones personales. Exageran cuando dicen que lo político lo
resuelven en cinco minutos, pero es una forma de decir que para ellos, la
política es entregar una parte de su intimidad al otro, para que el otro sepa
lo que puede esperar, para generar confianza.
No lo dicen ingenuamente. Lo dicen para marcar diferencias con
dirigentes peronistas y macristas a quienes señalan por no interesarse por lo
que el otro piensa o necesita.
Son sobrevivientes. Exhiben sus heridas casi con lágrimas en los ojos.
Se sienten (mal)usados por líderes en los que confiaron. Pichetto por Néstor
y Cristina,
que nunca lo apoyaron para gobernar Río Negro. Monzó por Macri, que lo corrió
de la provincia de Buenos Aires después de haber sido su armador político.
Para un gobierno con minorías parlamentarias, la presencia de un
senador como Pichetto, con influencias en casi todo el peronismo legislativo no
K, fue decisiva en estos años. No solo fue clave en las negociaciones para
la aprobación de leyes importantes, sino que lo fue en momentos de
incertidumbre económica o social, como en los recientes enfrentamientos en
torno a la aprobación del Presupuesto; o durante la corrida bancaria.
También es una voz escuchada por diplomáticos, empresarios e inversores,
que no suelen recibir de él versiones apocalípticas sobre el futuro del país ni
del Gobierno.
Crisis interna. Monzó dice que el país no sabe todo lo que le debe a Pichetto y que nadie
jamás en el Gobierno le preguntó a Pichetto qué va a ser de su vida cuando no
pueda renovar su cargo.
El senador se postula como candidato a Presidente por el Peronismo
Federal, aunque su verdadera intención es permanecer en el Senado
(gobernar su provincia siempre le fue esquivo) o ser compañero de fórmula de
un candidato presidencial de su espacio.
El jefe de los diputados por su parte, parece lejos de mostrarse
exultante tras la aprobación del Presupuesto en su Cámara. Al contrario,
debe pensar que es una muestra de lo que le viene sucediendo, al considerar que
durante semanas nadie del Ejecutivo lo llamó para preguntar por el tema.
Lo que sus colegas del Gobierno entienden como un signo de máxima
confianza, para él es solo desinterés.
Por eso atraviesa la disyuntiva más difícil de su vida. Sabe que ya
no será diputado. No sabe qué hacer con su futuro.
Si finalmente sucede que ninguno de ellos estará más en el Congreso,
tanto el oficialismo como el peronismo deberán elaborar listas de candidatos
pensando en quiénes serán los próximos líderes parlamentarios.
El más preocupado sería el Gobierno, que pierde a la alianza política
que más gobernabilidad le aportó.
Plan peronista. A tal punto llega la desilusión de Monzó con los suyos, que sus amigos
peronistas no descartan que pueda sumarse a un eje opositor y anti K que
compita por la Presidencia, conformado por dirigentes como el mismo Pichetto, Urtubey,
Massa, Schiaretti,
Roberto
Lavagna, Stolbizer,
el socialista Lifschitz,
Martín Lousteau y hasta el científico Facundo Manes.
El plan imagina un presidenciable como Urtubey, a Massa compitiendo en
la Provincia; una liga de candidatos a gobernadores encabezada por peronistas
como Schiaretti, Uñac, Manzur y Bordet;
radicales desilusionados; Lavagna y Lousteau en puestos relevantes, y
Pichetto y Monzó manejando el Congreso.
Es cierto que hay dirigentes que trabajan en ello, pero Monzó jamás les
dio el sí. No lo haría. Por lo menos no en el corto plazo. No quiere
aparecer como un Chacho Alvarez del PRO, por el vice
de De la Rúa
que de un día para otro pasó a ser opositor. Lo que no quita que en su fuero
íntimo le regodee la idea de conformar una tercera vía.
Monzó en realidad se debate entre aceptar un destino de embajador o
alejarse de la política por un tiempo y darle el gusto a su esposa de no
verlo sufrir más.
Pero sus confesores no descartan que, antes de pegar el portazo en el
PRO, lance una corriente interna con otro ex peronista del gabinete y una
docena de legisladores "para dar la pelea desde adentro o, si no lo
dejan, hacer explícitas las diferencias y después sí irse".
Se sigue sintiendo cerca de Rodríguez
Larreta, pero entiende que, si no sucede un incendio, su futuro
continuará atado a la Ciudad y a Macri.
Ninguneos. El diputado está convencido de que detrás del ninguneo constante que
siente desde que Macri llegó al poder (que cree es el mismo que sufren los
aliados de Cambiemos) se esconde la soberbia de los socios fundadores y la
falta de interés por entender a los demás. Entre los suyos, se le atribuye
una ácida autocrítica: "El problema no es Macri, el problema fuimos
nosotros que quisimos verlo distinto".
Monzó es a Macri lo que Pichetto fue a Cristina. El senador por Río
Negro también se consideró maltratado por una presidenta a la que defendía
en público y sufría en privado.
Le achacaba la misma imposibilidad de entender al otro que Monzó percibe
en su jefe. Que Pichetto se haya convertido en el principal adversario de
Cristina también es producto de aquel sentimiento y lleva a preguntarse si
algún día Monzó será el principal fiscal público de Macri.
Los críticos de ambos también son duros. De Monzó resaltan su
incomprensión de la “nueva política” y su “inestabilidad” (pasó por el Frente
para la Victoria, fue ministro de Scioli, apoyó a De Narváez).
De Pichetto dicen algo similar (menemista, duhaldista, kirchnerista) y Cristina
lo trata de "traidor".
Lo personal y lo político. Sea quien fuere quien tenga razón, el
antikirchnerismo actual de el que fue uno de sus principales sostenedores, como
el potencial antimacrismo del legislador más importante del oficialismo, dicen
mucho de cómo las relaciones personales pueden determinar las relaciones
políticas.
También hablan de nuestras incapacidades para lidiar con los demás.
Entender al otro no es fácil, aunque digamos que sí. El esfuerzo de
intentarlo es agotador. Y cuando se es gobierno hasta resulta lógico levantar
paredes para que no duelan tanto la confrontación y los reclamos permanentes de
propios y ajenos.
Carlos Fuentes creía que destruimos al otro en el momento en que dejamos de ser
capaces de imaginarlo.
El riesgo de quienes gobiernan es construir muros tan altos en defensa
propia, que al final, les resulte difícil imaginar al que está del otro lado.
Este gobierno tiene un año para imaginar quiénes reemplazarán a esta
alianza tan crucial para que un gobierno no peronista termine por primera vez
su mandato.
© Perfil.com
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