Por Isabel Coixet |
Y
la ilusión de realidad, combinada con la seguridad de que ninguna de aquellas
presencias espectrales era realmente de carne y hueso, resultaba fascinante.
Hoy, cuando llegas a muchos aeropuertos, una especie de azafata de sonrisa y
presencia irreal te recibe y te indica dónde tienes que embarcar: es un
holograma.
La práctica de resucitar a los muertos en el mundo
de la imagen no es de ahora. Cuando Natalie Cole hizo el dueto de Unforgettable con
su difunto padre, Nat King Cole, las cuestiones ético-morales ya se plantearon,
pero como los derechos de imagen del cantante pertenecían a su hija, y esta
sólo lo puso en práctica en una ocasión puntual, el asunto no llegó a mayores.
Lo que vamos a ver en los próximos años es una
proliferación de hologramas de actores y cantantes fallecidos que llenarán los
escenarios para colmar el anhelo de los fans que, por unos instantes,
disfrutarán de la fantasmal presencia de sus ídolos y de la ilusión de que
todavía están vivos.
Vi a Amy Winehouse en Londres dos años antes que
falleciera. A partir de la tercera canción, la cantante a la que todos los que
llenábamos la sala claramente adorábamos empezó a desfallecer, y la horrible
sensación de contemplar a alguien dotado de un talento inmenso, pero también de
un no menos inmenso impulso autodestructivo, era palpable. Y lo que era peor:
ella no quería estar allí, lo que más recuerdo del concierto fue un momento en
que Amy Winehouse hizo amago de abandonar el escenario y uno de los miembros
del coro que la acompañaba la hizo volver. No olvidaré nunca la expresión de
puro desamparo, de confusión, de dolor, de angustia en su rostro. Cualquiera
que la haya visto en directo o que haya visto el magnífico documental Amy sabe
perfectamente de qué estoy hablando.
Hoy el padre de Amy Winehouse está
trabajando en un holograma de su hija para que haga un tour mundial, según
él, para que todos los que no la vieron tengan la oportunidad de verla en
directo. Según el señor Winehouse, los beneficios de la citada gira irán a
parar a la Fundación Winehouse, que se supone ayuda a adictos a las drogas. Que
este sinvergüenza, que contribuyó en gran medida al horrible final de su hija,
forzándola a actuar cuando para todo el mundo era obvio que no estaba en
condiciones para ello, no la deje en paz ni muerta me parece de una vileza para
la que no dispongo de calificativos. Amy Winehouse volverá a los escenarios con
lágrimas holográficas, que no se secan solas. Y habrá cretinos que la aplaudirán.
© XLSemanal
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