Por Fernando Savater |
Los críos son hoy de su
pueblo tanto como de sus dibujos animados, de su televisión o de sus
videojuegos: es una de las cosas buenas, entre muchas, que tienen los nuevos
medios de comunicación que tanto preocupan a los puritanos… sin dejar de
verlos.
A mí
Halloween, Jalogüín para nosotros, me
resulta una fiesta muy simpática. Como es un ritual adoptado, que no entendemos
del todo, lo de “truco o trato” le suena a cada cual a lo que quiere. ¡En eso
consiste el progreso! Y sea bienvenido ese toque de terror venial que convierte
a las ánimas difuntas en sobresaltos de feria y no en reos del purgatorio o
amenazantes embajadores del fuego eterno…
Ella disfrutaba con
Halloween. Llenaba la casa de calabazas maléficamente sonrientes, iluminadas
dentro por una velita como un remordimiento. Y de brujas chafarderas,
vampirillos descuidados, fantasmas sin malicia, pequeñas calaveras que
brindaban un guiño de la muerte para colaborar cariñosamente con la vida. Ahora
llega otra vez Halloween y no logro invocarla a pesar de guardar con mimo
desesperado todos los adornos macabramente ingenuos que me dejó. El espanto
benéfico se ha borrado de mi vida, por mucho que me esfuerce. Queda el terror
que impone su truco letal y se niega a todos los tratos: la soledad.
© El País (España)
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