Por Laura Di Marco
Hablan todos los días, como cuando él era su jefe de
Gabinete. De hecho, parece haber vuelto a serlo de algún modo. Hay días que
incluso, ante alguna idea de él, ella le suelta: "Ay, sos igual a Néstor".
Es que Alberto Fernández volvió a ocuparse de "tender puentes" con
los factores reales de poder, los mismos que Cristina se había encargado de
destrozar cuando fue presidenta.
Ahora, es él quien habla con empresarios
-incluso con aquellos que fueron blanco de las batallas más cruentas del cristinismo-,
sindicalistas (Hugo Moyano, el exarchienemigo, incluido), líderes del Peronismo
Federal, dueños de medios, algunos intelectuales. Después de casi diez años de
haber mantenido un enfrentamiento que parecía sin retorno (se reconciliaron a
fines del año pasado), a Alberto le juegan a favor el tiempo y la historia
compartida. Desde fines de los noventa fue socio fundador, junto con los
Kirchner, del protokirchnerismo.
Pero ¿cuál es el plan? Construir el relato de una Cristina
que ha ido "evolucionando" y que, reflexión mediante, ahora funciona
en modo herbívoro. El regreso de una dama alfa, pero rebautizada por las aguas
de la democracia y la moderación, al lado de un Axel Kicillof devenido
"promercado". Pero ocurre que ese marketing ya fue puesto en marcha
en 2007 y encalló en las arenas de la realpolitik. Y lo que fue una eficaz
promesa de campaña -la "Cristina institucionalista"- terminó en la tentación
autoritaria de la Cristina eterna.
El actualizado rol de jefe de Gabinete en las sombras ella
lo legitima con una sola frase, que repite ante quienes le piden definiciones:
"Hablen con Alberto". Empeñada en forzar encuentros entre mundos que
parecían irreconciliables, este año decidió presentar, casi de prepo, a sus dos
hombres de confianza: Fernández y Kicillof. Al principio, Alberto amagó
negarse. "Por favor, no arruinemos nuestro vínculo". Pero luego todo
pareció saldarse con un almuerzo. Sin embargo, esta extraña amalgama parece
chocar con contradicciones profundas. Hace apenas dos meses, La Cámpora elaboró
un documento radicalizado (una suerte de plan de operaciones para un eventual
cuarto gobierno K) en el que, entre otros puntos, propone: reformar la
Constitución (por considerarla demasiado "liberal"),
"democratizar" la Justicia (léase, promover una Justicia adicta),
denunciar el acuerdo con el FMI y reflotar la ley de medios. ¿Cómo se concilia
esta radicalización con el personaje de la gurú pacifista?
El debut del relato herbívoro empezó a desplegarse en Ferro,
donde se celebró la contracumbre, en contraste con la de los líderes del G-20 .
Allí, en un discurso conciliador, Cristina pidió dejar de lado las izquierdas y
las derechas y llamó a unir los mundos de los que rezan y de los que no rezan.
Precisamente, con uno de los que rezan, Juan Grabois -recientemente integrado a
su redil, pero que está muy lejos del "sicristinismo" que practican
los camporistas-, tuvo la primera agarrada por la corrupción de su gobierno. El
abogado cercano al Papa se declaró a favor del regreso de Cristina, pero
"sin los corruptos". Esa alusión, que la enfureció, puso en crisis su
flamante personaje de líder tolerante a pesar del incesante coaching de Alberto
en ese sentido. A Grabois le pidieron que "no abuse" de ese
argumento. Un argumento que, en los papeles y con mayor prudencia, también
había utilizado Fernández en 2007, cuando le sugirió a Cristina apartar de su
elenco a Julio De Vido y Ricardo Jaime, sus eternos enemigos dentro del
gabinete K, junto con Guillermo Moreno. Pero aquella presidenta -entonces, en
modo carnívoro- decidió quedarse con los dos operadores de su marido a pesar de
los abrumadores indicios que dejaban ver la trama del enriquecimiento ilícito.
Cristina está procesada en seis causas, en una de ellas -la
de los cuadernos K-, acusada de ser la jefa de una asociación ilícita. ¿Cuál es
el futuro del nuevo plan, entonces, si va presa? Alberto también se ha
familiarizado con las causas y desacredita esa posibilidad. Parte de la
estrategia es desligar a la jefa de sus subordinados. "Ella no sabía, todo
lo hacían a sus espaldas", es el guion en marcha. Pero ¿acaso esa supuesta
ceguera política no es una forma de desacreditarla, más que defenderla? También
hay una respuesta para esto: colocarla en el mismo nivel que María Eugenia
Vidal, en el affaire de los aportes truchos. El nuevo relato, sin embargo,
ignora un detalle no menor. Mientras la gobernadora vive en una base militar y,
según sus declaraciones juradas, no parece haberse enriquecido en la función
pública, a la expresidenta le ha costado, incluso, justificar su dinero en
blanco y su patrimonio declarado. La fortuna que acumularon los Kirchner a lo
largo de sus vidas políticas jamás encajó con los ingresos obtenidos por los
cargos públicos que han ocupado. Mucho menos con los devaneos de la
"abogada exitosa".
¿Y Sergio Massa? ¿También está incluido en ese
"espacio" al que el cristinismo sueña sumarlo, prometiéndole votos a
través de una amplia interna abierta? La confusión del tigrense es mayúscula,
tanto que un habitué del Instituto Patria le aconsejó hace poco: "Deberías
consultar con un psicólogo para que te ayude a entender dónde estás
parado". Sus interlocutores habituales son Máximo Kirchner y Wado De Pedro:
con ellos pergeñó, por caso, el golpe reciente contra Cambiemos en el Consejo
de la Magistratura. Lo que más teme por estas horas es que algún periodista le
pregunte cómo se ubica con respecto a su exjefa. Debe mantenerse en un silencio
estratégico. "No puedo aparecer como un camporista", masculla ante
sus íntimos. Nunca volvió a ver a Cristina; él también habla con Alberto, quien
le ha hecho algunos cálculos electorales. Para Fernández, como para Peña, solo
hay dos lagunas donde pescar: la oficialista (Macri) y la opositora (Cristina).
"Pero a nosotros nos pueden votar los desencantados de Macri", duda
Massa, en reserva. Alberto le desmonta el argumento: "Los desencantados de
Macri son básicamente antiperonistas y no van a votar por vos. Si no pescás en
alguna de las dos lagunas, te vas a quedar en la orilla". Al tigrense lo
desvela una pregunta: ¿será Cristina, finalmente, candidata? Si la respuesta es
sí, está en un gran dilema. Pero si declina y en su lugar va algún K puro y
duro (por ejemplo Kicillof o Rossi ), él podría cosechar aquella diáspora a su
favor. Los kirchneristas que nunca votarían por un sucedáneo, especula, podrían
volcarse hacia él. Mientras tanto, hará la plancha y gambeteará definiciones.
Mejor negarlo todo, como diría Sabina.
¿Y quiénes integrarían este nuevo "frente
patriótico", según el diseño de su remozado articulador? Parte del PJ
Federal (¿Massa?), un sector de la izquierda, los movimientos sociales y
peronistas independientes.
Algunos periodistas también hablan con Alberto. Buscan
entrevistar a Cristina. Se quejan de que ella les había ido cerrando las
puertas, uno a uno, incluso hasta a los más cercanos ideológicamente. "Y
así te fue", se atreve a reprocharle él, en la intimidad. Fernández evalúa
los pedidos, medita y a algunos les responde con un enigmático WhatsApp:
"Eso también va a cambiar".
© La Nación
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