viernes, 30 de noviembre de 2018

Hablen con Alberto


Por Laura Di Marco

Hablan todos los días, como cuando él era su jefe de Gabinete. De hecho, parece haber vuelto a serlo de algún modo. Hay días que incluso, ante alguna idea de él, ella le suelta: "Ay, sos igual a Néstor". Es que Alberto Fernández volvió a ocuparse de "tender puentes" con los factores reales de poder, los mismos que Cristina se había encargado de destrozar cuando fue presidenta.

Ahora, es él quien habla con empresarios -incluso con aquellos que fueron blanco de las batallas más cruentas del cristinismo-, sindicalistas (Hugo Moyano, el exarchienemigo, incluido), líderes del Peronismo Federal, dueños de medios, algunos intelectuales. Después de casi diez años de haber mantenido un enfrentamiento que parecía sin retorno (se reconciliaron a fines del año pasado), a Alberto le juegan a favor el tiempo y la historia compartida. Desde fines de los noventa fue socio fundador, junto con los Kirchner, del protokirchnerismo.

Pero ¿cuál es el plan? Construir el relato de una Cristina que ha ido "evolucionando" y que, reflexión mediante, ahora funciona en modo herbívoro. El regreso de una dama alfa, pero rebautizada por las aguas de la democracia y la moderación, al lado de un Axel Kicillof devenido "promercado". Pero ocurre que ese marketing ya fue puesto en marcha en 2007 y encalló en las arenas de la realpolitik. Y lo que fue una eficaz promesa de campaña -la "Cristina institucionalista"- terminó en la tentación autoritaria de la Cristina eterna.

El actualizado rol de jefe de Gabinete en las sombras ella lo legitima con una sola frase, que repite ante quienes le piden definiciones: "Hablen con Alberto". Empeñada en forzar encuentros entre mundos que parecían irreconciliables, este año decidió presentar, casi de prepo, a sus dos hombres de confianza: Fernández y Kicillof. Al principio, Alberto amagó negarse. "Por favor, no arruinemos nuestro vínculo". Pero luego todo pareció saldarse con un almuerzo. Sin embargo, esta extraña amalgama parece chocar con contradicciones profundas. Hace apenas dos meses, La Cámpora elaboró un documento radicalizado (una suerte de plan de operaciones para un eventual cuarto gobierno K) en el que, entre otros puntos, propone: reformar la Constitución (por considerarla demasiado "liberal"), "democratizar" la Justicia (léase, promover una Justicia adicta), denunciar el acuerdo con el FMI y reflotar la ley de medios. ¿Cómo se concilia esta radicalización con el personaje de la gurú pacifista?

El debut del relato herbívoro empezó a desplegarse en Ferro, donde se celebró la contracumbre, en contraste con la de los líderes del G-20 . Allí, en un discurso conciliador, Cristina pidió dejar de lado las izquierdas y las derechas y llamó a unir los mundos de los que rezan y de los que no rezan. Precisamente, con uno de los que rezan, Juan Grabois -recientemente integrado a su redil, pero que está muy lejos del "sicristinismo" que practican los camporistas-, tuvo la primera agarrada por la corrupción de su gobierno. El abogado cercano al Papa se declaró a favor del regreso de Cristina, pero "sin los corruptos". Esa alusión, que la enfureció, puso en crisis su flamante personaje de líder tolerante a pesar del incesante coaching de Alberto en ese sentido. A Grabois le pidieron que "no abuse" de ese argumento. Un argumento que, en los papeles y con mayor prudencia, también había utilizado Fernández en 2007, cuando le sugirió a Cristina apartar de su elenco a Julio De Vido y Ricardo Jaime, sus eternos enemigos dentro del gabinete K, junto con Guillermo Moreno. Pero aquella presidenta -entonces, en modo carnívoro- decidió quedarse con los dos operadores de su marido a pesar de los abrumadores indicios que dejaban ver la trama del enriquecimiento ilícito.

Cristina está procesada en seis causas, en una de ellas -la de los cuadernos K-, acusada de ser la jefa de una asociación ilícita. ¿Cuál es el futuro del nuevo plan, entonces, si va presa? Alberto también se ha familiarizado con las causas y desacredita esa posibilidad. Parte de la estrategia es desligar a la jefa de sus subordinados. "Ella no sabía, todo lo hacían a sus espaldas", es el guion en marcha. Pero ¿acaso esa supuesta ceguera política no es una forma de desacreditarla, más que defenderla? También hay una respuesta para esto: colocarla en el mismo nivel que María Eugenia Vidal, en el affaire de los aportes truchos. El nuevo relato, sin embargo, ignora un detalle no menor. Mientras la gobernadora vive en una base militar y, según sus declaraciones juradas, no parece haberse enriquecido en la función pública, a la expresidenta le ha costado, incluso, justificar su dinero en blanco y su patrimonio declarado. La fortuna que acumularon los Kirchner a lo largo de sus vidas políticas jamás encajó con los ingresos obtenidos por los cargos públicos que han ocupado. Mucho menos con los devaneos de la "abogada exitosa".

¿Y Sergio Massa? ¿También está incluido en ese "espacio" al que el cristinismo sueña sumarlo, prometiéndole votos a través de una amplia interna abierta? La confusión del tigrense es mayúscula, tanto que un habitué del Instituto Patria le aconsejó hace poco: "Deberías consultar con un psicólogo para que te ayude a entender dónde estás parado". Sus interlocutores habituales son Máximo Kirchner y Wado De Pedro: con ellos pergeñó, por caso, el golpe reciente contra Cambiemos en el Consejo de la Magistratura. Lo que más teme por estas horas es que algún periodista le pregunte cómo se ubica con respecto a su exjefa. Debe mantenerse en un silencio estratégico. "No puedo aparecer como un camporista", masculla ante sus íntimos. Nunca volvió a ver a Cristina; él también habla con Alberto, quien le ha hecho algunos cálculos electorales. Para Fernández, como para Peña, solo hay dos lagunas donde pescar: la oficialista (Macri) y la opositora (Cristina). "Pero a nosotros nos pueden votar los desencantados de Macri", duda Massa, en reserva. Alberto le desmonta el argumento: "Los desencantados de Macri son básicamente antiperonistas y no van a votar por vos. Si no pescás en alguna de las dos lagunas, te vas a quedar en la orilla". Al tigrense lo desvela una pregunta: ¿será Cristina, finalmente, candidata? Si la respuesta es sí, está en un gran dilema. Pero si declina y en su lugar va algún K puro y duro (por ejemplo Kicillof o Rossi ), él podría cosechar aquella diáspora a su favor. Los kirchneristas que nunca votarían por un sucedáneo, especula, podrían volcarse hacia él. Mientras tanto, hará la plancha y gambeteará definiciones. Mejor negarlo todo, como diría Sabina.

¿Y quiénes integrarían este nuevo "frente patriótico", según el diseño de su remozado articulador? Parte del PJ Federal (¿Massa?), un sector de la izquierda, los movimientos sociales y peronistas independientes.

Algunos periodistas también hablan con Alberto. Buscan entrevistar a Cristina. Se quejan de que ella les había ido cerrando las puertas, uno a uno, incluso hasta a los más cercanos ideológicamente. "Y así te fue", se atreve a reprocharle él, en la intimidad. Fernández evalúa los pedidos, medita y a algunos les responde con un enigmático WhatsApp: "Eso también va a cambiar".

© La Nación

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