Por Javier Marías |
Su sentido de la “ética” —por llamarlo de alguna forma—
no va más allá de cumplir sus tareas o de esmerarse en su desempeño. Su
exigencia no va más allá de recibir lo pactado con justicia y puntualidad, y de
no ser engañados ni explotados. De ahí que los trabajadores de Navantia, ante los amagos del Gobierno de suspender la venta de armas a la propia
Arabia Saudita hace unos meses, por su bombardeo de un autobús
con escolares en Yemen, montaran en cólera incendiaria con sólo oír de esa
posibilidad: lo esperable era que el país “castigado” tomara sus represalias y
cancelara el encargo de cinco corbetas —buques de guerra, dicho sea de paso— a
esos astilleros gaditanos, con la consiguiente pérdida de ingresos y empleos.
Llamó la atención entonces la reacción (no fue la única) del podemita alcalde
de Cádiz, quien dejó claro que lo que a él le importaba era el sustento de sus
conciudadanos, y que le traía sin cuidado lo que hubiera hecho el régimen de
Riad a millares de kilómetros. Ahora, tras el asesinato de Khashoggi, la
actitud de nuestro Gobierno ha dado un giro y se ha alineado con el alcalde
llamado Kichi (creo, es difícil recordar los apelativos pijos), y se ha visto
secundado por el PP y algún partido más. El de Kichi, en cambio, para completar
las contradicciones, aboga por suspender los tratos comerciales con Riad, o al
menos la venta de armas. En esta línea está también Alemania, mientras que
Francia considera tales medidas “demagógicas”. Los Estados Unidos del
sacaperras Trump ni se plantean el dilema.
No seré yo quien
critique a unos ni a otros. Ya se ha dicho muchas veces que la dignidad, los
principios, la moral y la integridad son virtudes que los modestos y los pobres
apenas se pueden permitir. Cuando está en juego ponerles un plato a los churumbeles,
la mayoría se traga todo eso y aguanta lo que le echen. Ahora bien, lo
interesante es esto: si lo prioritario son los puestos de trabajo y el
bienestar de la población (o por lo menos que no muera de inanición), no veo
por qué no se admite que el negocio del narcotráfico también da a mucha gente
de comer. Hace poco vimos cómo individuos “normales” se enfrentaban a la
policía y protegían a narcos en Algeciras o en La Línea de la
Concepción, porque la aprehensión de un alijo de droga les suponía un
considerable revés económico (lo mismo sucedió en Galicia, en Colombia y en
otros lugares). Y quien habla de narcotráfico lo hace asimismo de prostitución,
que da dinero a raudales, y no sólo a los dueños de los prostíbulos, sino a
ciudadanos “normales”. En Madrid y en Barcelona, los manteros son mimados por
las respectivas alcaldesas, las cuales no pueden ser tan pardillas como para no
saber que detrás de los inmigrantes que ofrecen en plena vía sus mercancías
falsificadas, y con ello se sacan unos euros para subsistir, están unas mafias
que se dedican a muchos otros negocios, más crueles y dañinos que la venta
callejera (armas y trata incluidas). Es decir, Carmena y Colau, a sabiendas
(insisto: no lo pueden ignorar), están facilitándoles a esas mafias sus
actividades, y encima con la conciencia satisfecha. En la idea de ayudar a los
pobres inmigrantes, las enriquecen, y por tanto contribuyen a financiar sus crímenes
y a propiciar su expansión.
Son sólo unos
ejemplos. Yo suelo mirar, en la medida de lo posible, de dónde procede el
dinero que se me paga. Quizá se recuerde que ni siquiera acepto emolumentos del
Estado español, en forma de premios, invitaciones o lo que se tercie. Pero yo
no tengo churumbeles (no directos) que alimentar, así que me permito eso, mal
que bien. Comprendo que la gente no esté mirando cómo se ha conseguido el
dinero que se le paga, de dónde viene, por qué manos ha pasado antes, si nuestro
pagador es intachable o no. En España hay periodistas y columnistas que al
parecer cobran directamente del Kremlin, y los fundadores del ahora purista
Podemos recibieron remuneraciones de Venezuela y de Irán, todos países poco
menos dictatoriales que Arabia Saudita, y que de hecho tienen también por
costumbre deshacerse de periodistas o rivales molestos para sus regímenes, a
veces con tanta alevosía y violencia como la empleada contra Khashoggi en el consulado de
Estambul. El propio Erdogan, Presidente de Turquía hoy indignado, tiene a más
de cien reporteros encarcelados o exiliados a la fuerza. Nadie se plantea en
serio dejar de hacer negocios con él, ni con Putin y otros de su jaez. Los
países aún democráticos tienen que decidir si lo importante es cobrar, venga de
donde venga el sueldo. Y si es así, quizá no deban perseguir con tanto ahínco a
los narcos, a las mafias y a las redes de prostitución. Claro que lo propio de
nuestra época es contradecirse sin parar, y ni siquiera percatarse de sus
flagrantes contradicciones.
© El País Semanal
0 comments :
Publicar un comentario