Por Roberto García |
Curiosamente, la Corte se
ha vuelto más indócil desde que la Casa Rosada propició el reemplazo de
Lorenzetti, su eterno titular, promoviendo un conflicto de estupideces, dinero,
egos y poder que hasta ahora nunca se había visto. Y lo que fue un festejo con
champagne por la salida anticipada de quien pretendía renovarse por quinta vez
–y la eventualidad de que el Gobierno escriturara la mayoría del cuerpo con
tres votos a su favor– derivó en un pésimo error de cálculo provocando una suma
de escandaletes a cargo del elegido oficial para el cargo, Rosenkrantz,
que se entiende más leal que el sargento Cabral.
Tantos separados. Aunque la diversión periodística incurre en los
episodios políticos y de la farándula que ahora se personifican en la Corte,
antes conviene marcar una señal de respeto institucional: los cinco
miembros también discrepan por otras razones, sus diferencias responden a
la escuela jurídica, de pensamiento, uno positivista (Rosenkrantz) y los otros
cuatro naturalistas. Uno, entonces, apegado al texto de la norma, irreductible;
los otros, propensos a una interpretación más amplia del magistrado, ligada a
los principios constitucionales (si fuera un ejemplo de este debate y no
intervinieran otros intereses, para discutir el caso
Farmacity, a quién le corresponde la razón: ¿a la norma que
prohíbe su ingreso a la provincia o a la necesidad de asegurar la salud
pública?). Discusión aparte, sí constituye una rareza que un cuerpo con mayoría
naturalista sea presidido por un positivista. Pero, obvio, esta situación no la
contempla el ingeniero, tampoco sus asesores.
Más pedestre es el conflicto. Macri, molesto por ciertos fallos (La Pampa, el que
viene sobre la jubilación), además de emprenderla contra Lorenzetti se dispuso
a podarle recursos a la Corte. Un tema prohibido. Por encima de la filosofía,
la plata no se toca, la división de poderes no sabe de peronistas u
oficialistas, ni de positivistas o naturalistas. Y en el almuerzo que tuvo con
Rosenkrantz y Highton, sin la presencia de los otros tres, Macri fue
determinante al hablar de la corrección salarial.
“Si quieren aumentar 20% los salarios, páguenlo ustedes, de su plata. No
se lo exijan al Gobierno’’, amenazó como si fuera un emperador. Luego, el nuevo titular del
instituto demoró en relatar el episodio a sus compañeros y estos se enteraron
por la infidencia de un topo. Creció la sospecha entre ellos, también la
disputa, la que se empezó a desplegar en los medios, los cinco deseosos por
exponer sus posiciones, una costumbre que los magistrados siempre evitaron. Si
hasta el propio Rosenkrantz llamó
a una conferencia de prensa, al menos con Clarín y La
Nación, que para él es la única prensa.
Ya problemas con el dinero se habían manifestado unos días antes, cuando
Peña y Dujovne fueron a revisar números de la Corte con el quinteto judicial
para cuestionar la contabilidad ejercida por un álter ego de Lorenzetti,
Marchi, al que desean desplazar. Pero este funcionario, no necesariamente
amado, revirtió las imputaciones y dejó rojo como un tomate por ignorancia al
ministro Dujovne (el mismo Marchi ya le hizo un juicio y se lo ganó a cercanos
a Carrió que lo habían denunciado públicamente).
A esos menesteres de dinero se agregaron otros duelos por contratos,
licencias, designaciones y otras menudencias preservativas del bolsillo de la
dama y el caballero judiciales: Rosenkrantz debió desistir de ubicar a una dama
amiga al frente de una costosa reforma edilicia de la morgue (porque el padre
había sido abogado de la UTE que estaba en el emprendimiento con la cuestionada
empresa Isolux, a la que la familia Macri ha sido tan afecta), se llegó a
situaciones límite por el nombramiento de una figura del PRO en un área
determinada y, en otra, por la colocación del ex subprocurador de la Nación en
una oficina de prensa. Quejas y batallas por vulnerar la autarquía, claro,
aunque Rosenkrantz impuso su decisión. No pudo, en cambio, impedir que
su criterio discriminatorio anulara la continuidad en su puesto de la esposa de
un juez, que no debe ser del agrado de Macri.
Si bombardearon a Rosenkrantz –ahora más entretenido en cuestiones
administrativas que le restan tiempo para firmar expendientes–, este a su vez
reprendió a la Highton por dos nominaciones que hizo por su cuenta. Singular: a
la única mujer que el Gobierno asumía en la Corte como una extensión
ortopédica, ahora plantea reconfigurarla. Por imaginar cierta autonomía , ya le
imputan la nociva influencia de su esposo, Nolasco, sobrino y admirador del
legendario Arturo Jauretche, quien al parecer le acercó un operador
de la Justicia con debilidad cristinista, el ex jefe de Gabinete Alberto
Fernández. También insinúan negocios de su hija y su yerno.
Pero la guerra mayor no es con la mujer ni con el apartado Maqueda. Los fighters
estelares son Rosatti y Lorenzetti versus Rosenkrantz. Habrá que reconocer en
el entuerto otro milagro de Macri: derrumbó el odio congénito y manifiestó que
separaba a Rosatti de Lorenzetti, logró una paz que se imaginaba imposible.
Esa pacífica misión también habilitó la inversión de la mayoría
automática que le había prometido su abogado Pepín, un aprendiz del vengativo
terror de Edgar Poe, que sin querer les infundió un miedo mayor a esa enemistad
barrial o provincial: el reinado, formal y engreído, de su amigo
Rosenkrantz, un subordinado al parecer de los reclamos de la Rosada y al que
ahora, en forma maledicente, han apodado “Bubby” en el Palacio, en recuerdo del
Nazareno que estuvo con Menem.
También se disfraza la nueva discordia por color político: le
atribuyen intencionalidad contra el Gobierno al trío Maqueda-Lorenzetti-Rosatti
por su original filiación peronista. Si hasta le pueden endosar a Highton.
Uno de los tantos pozos negros en los que se precipita Macri, ansioso por
dominar la Corte sin que se advierta y ambiguo en su política de dominio por
jugar un día con el equipo blanco (es una forma de decir) y, otro, con el negro
de Angelici.
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