Por Manuel Vicent |
En un futuro no tan lejano España va necesitar cinco
millones de gente joven que venga a trabajar, a integrarse, a reproducirse y a
pagar impuestos. Europa va a necesitar 50 millones de extranjeros jóvenes de
cualquier color, que aporten savia nueva que la libre de su inexorable
decrepitud. Ante la angustiosa visión de la continua llegada de pateras a
nuestras costas hay que preguntarse quién salva a quién.
El terrible espectáculo de los inmigrantes huidos del hambre
y de la guerra, que son rescatados en el Mediterráneo, de hecho, supone una
operación contraria de salvamento. Son ellos quienes vienen a salvarnos.
Ahora estos náufragos limpian el cúmulo de basura que dejan
nuestros adorables adolescentes después de los conciertos y los botellones,
piden limosna en la puerta de los rebosantes supermercados, realizan los trabajos
más duros que nadie quiere, contemplan con las manos en los bolsillos el paso
de la historia por las esquinas.
Cuando en el futuro los descendientes de estos esclavos sean
tan señores como usted, a ellos deberá Europa agradecer el no haberse
extinguido como una vieja caduca, egoísta y achacosa. Puede que algún patriota
racista o xenófobo, a quien uno de estos inmigrantes tal vez le está limpiando
hoy la mierda del retrete, crea que este pronóstico es el ridículo ensueño de
un alma blanca. Pero por mucho que le duela lo cierto es que un día toda la
humanidad será de color chocolate.
© El País (España)
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