Por Carmen Posadas |
Sin embargo, de inmediato apareció también un
ejército de detractores dispuestos a trolear su página. La señora Mansfield
tiene en su casa de Dorset un paraíso avícola. A diferencia de sus desdichadas
hermanas que son obligadas a vivir día y noche bajo un potente foco que
estimula su capacidad ponedora, Belle, Fleur y otra docena de felices gallinas
campan a sus anchas picoteando aquí y allá, degustando deliciosas y tiernas
lombrices. Ha sido esta idílica situación ‘gallinil’ la que ha atraído las iras
de no pocos veganos extremos que acusan a Mansfield de «promover un estilo de
vida perverso al recomendar en Facebook que se compren huevos de granjas éticas
como la suya».
«Comprendo su punto de vista –ha intentado
disculparse la señora Mansfield–, ellos me ven como alguien que perpetúa la
salvaje costumbre de alimentarse de ‘cosas vivas’. Pero yo lo único que digo es
que, si alguien va a consumir huevos, por lo menos que provengan de un ambiente
ecológico». Como esta explicación no pareció apaciguar a sus detractores, que
siguieron troleando furiosamente sus posts, Haidy volvió a escribir
aún más contrita: «No quiero ofender a nadie. Sin embargo, existe una
facción de la sociedad vegana que ha decidido sabotear cada mensaje que cuelgo
y sin duda sabotearán también este. Parece como si no les importara
menospreciar e insultar a personas que eligen libremente consumir huevos y que,
haciéndolo, apoyan mi deseo de lograr que se ponga fin al cruel cultivo de
gallinas ponedoras en jaula. Lo único que pretendo –añadió– es mostrar a la
gente que puede hacer elecciones más éticas a la hora de comprar huevos».
Por fortuna, y de momento, las gallinas de Haidy
Mansfield siguen saboreando jugosas lombrices, ajenas a la polémica ética que
han suscitado. ¿Afearán estos veganos tan levantiscos también la costumbre de
Belle y Fleur de comer seres vivos, carne roja, nada menos? ¿Se presentarán en
la granja para hacer pintadas y escraches: «¡Fuera huevos, aunque sean
ecológicos!»?
Me tiene fascinada esta noticia por lo sintomática
que resulta. Yo hubiera pensado que alguien que elige no alimentarse de
animales –una elección que me parece muy respetable, loable incluso– estaría
encantado de que otros se dediquen a salvar a las gallinas ponedoras de su
triste destino. Pero no. La ‘modernez’ hace que uno ya no consiga contentar a
nadie, ni siquiera a los más afines a su modo de pensar. A este grupo de
veganos –que (me apresuro a señalar, no sea que me troleen también a mí) no
representa a todos los veganos– no les ha dado por vilipendiar las granjas
avícolas y sus crueles métodos de producción. Han ido contra alguien que ama y
respeta la naturaleza tanto o más que ellos. ¿Por qué? ¿Será porque no se
atreven a enfrentarse a un adversario mucho más poderoso que ellos? No lo creo.
Una de las virtudes de Internet es que, más fácilmente que nunca en la
historia, David puede hundir, cuando no masacrar, a Goliat.
Me inclino, por tanto, a creer que tanto cacareo
indignado obedece a un fenómeno psicológico que se cumple a rajatabla. Si la
señora Mansfield fuera española, tal vez podría describir lo que le ha pasado
diciendo eso de «no hay peor cuña que la de la propia madera». Si se dedicara a
la vida pública, quizá echaría mano de cierta frase que unos atribuyen a Andreotti
y otros a Churchill: la que señala que en política hay amigos, íntimos amigos,
conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales… y correligionarios. Desde
luego, la gente qué difícil es de contentar hoy en día y, si es de tu misma
cuerda, ya ni te cuento.
© XLSemanal
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