Por Isabel Coixet |
Es un método, en
apariencia muy sencillo, que tiene en su base tres patas: comprobar
suposiciones, formular la o las preguntas más adecuadas (generales y
específicas) y la tercera, enfocar los problemas de forma creativa y verlos
desde perspectivas muy diferentes.
Esto que parece simple, a la hora de aplicarlo no
lo es, porque tenemos en general una tendencia a pensar que los problemas
tienen soluciones directas, lógicas y cartesianas, aunque en su base el noventa
y nueve por ciento de los problemas del mundo no son ni lógicos ni simples ni
cartesianos.
Descubrir la complejidad del mundo, abandonar las
suposiciones que tenía sobre él, cuestionar los dogmas aprendidos e
intentar entender al menos qué pasa a mi alrededor son inquietudes que he
tenido desde que mi memoria alcanza y que, para bien y para mal, me han llevado
a ser quien soy.
Cuando abracé el pensamiento lateral se convirtió
en un modo de vida, que muchas veces me llevó a dar mil vueltas a cosas cuya
solución estaba delante de mí. Pero una vez aceptas que las respuestas no son
fáciles, que teoremas que habías aceptado como inamovibles no tienen el menor
sentido y que, cuando te pierdes en vericuetos agotadores, lo mejor que puedes
hacer es disfrutar y aprender del viaje, te relajas bastante. Han pasado muchos
años desde que De Bono publicaba sus libros. Ha habido una revolución
tecnológica cuyos límites todavía no podemos siquiera imaginar. Escuelas
enteras de pensamiento han rebatido, repensado y modelado otras maneras de
entender el mundo y sus contradicciones.
Y, sin embargo, hoy que el desorden parece que se
ha apoderado del planeta, se me antoja que el pensamiento lateral es una manera
bastante sana de estar en el mundo.
Sé que no es la única, pero hasta ahora es la que más me ha enseñado y servido. También es la que más alegrías y disgustos me ha dado: mármol y lodo, en la poética definición de Nathaniel Hawthorne de la existencia.
Sé que no es la única, pero hasta ahora es la que más me ha enseñado y servido. También es la que más alegrías y disgustos me ha dado: mármol y lodo, en la poética definición de Nathaniel Hawthorne de la existencia.
El pensamiento lateral no es compatible con los
dogmas. El pensamiento lateral exige esfuerzo y curiosidad sin límites. El
pensamiento lateral no se conforma con lo obvio. El pensamiento lateral
cuestiona, desafía, remueve, busca. El pensamiento lateral es alérgico al
pensamiento único. El pensamiento lateral no criminaliza ni culpa ni insulta ni
es hipócrita ni es victimista. Y, desde luego, el pensamiento lateral es
incompatible con el nacionalismo en todas sus declinaciones.
© XLSemanal
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