miércoles, 3 de octubre de 2018

Otra manera de ver las cosas

Por Isabel Coixet
Una de las pocas cosas buenas que recuerdo de mi primer trabajo remunerado, cuando acababa de cumplir dieciocho años, fue que aprendí el concepto de ‘pensamiento lateral’, basado en los libros del psicólogo Edward de Bono. Es el tipo de pensamiento que busca soluciones a los problemas que no siguen las pautas lógicas utilizadas normalmente, sino que busca caminos alternativos para resolver las cuestiones.

Es un método, en apariencia muy sencillo, que tiene en su base tres patas: comprobar suposiciones, formular la o las preguntas más adecuadas (generales y específicas) y la tercera, enfocar los problemas de forma creativa y verlos desde perspectivas muy diferentes.

Esto que parece simple, a la hora de aplicarlo no lo es, porque tenemos en general una tendencia a pensar que los problemas tienen soluciones directas, lógicas y cartesianas, aunque en su base el noventa y nueve por ciento de los problemas del mundo no son ni lógicos ni simples ni cartesianos.

Descubrir la complejidad del mundo, abandonar las suposiciones que tenía sobre él, cuestionar los dogmas aprendidos e intentar entender al menos qué pasa a mi alrededor son inquietudes que he tenido desde que mi memoria alcanza y que, para bien y para mal, me han llevado a ser quien soy.

Cuando abracé el pensamiento lateral se convirtió en un modo de vida, que muchas veces me llevó a dar mil vueltas a cosas cuya solución estaba delante de mí. Pero una vez aceptas que las respuestas no son fáciles, que teoremas que habías aceptado como inamovibles no tienen el menor sentido y que, cuando te pierdes en vericuetos agotadores, lo mejor que puedes hacer es disfrutar y aprender del viaje, te relajas bastante. Han pasado muchos años desde que De Bono publicaba sus libros. Ha habido una revolución tecnológica cuyos límites todavía no podemos siquiera imaginar. Escuelas enteras de pensamiento han rebatido, repensado y modelado otras maneras de entender el mundo y sus contradicciones.

Y, sin embargo, hoy que el desorden parece que se ha apoderado del planeta, se me antoja que el pensamiento lateral es una manera bastante sana de estar en el mundo.
Sé que no es la única, pero hasta ahora es la que más me ha enseñado y servido. También es la que más alegrías y disgustos me ha dado: mármol y lodo, en la poética definición de Nathaniel Hawthorne de la existencia.

El pensamiento lateral no es compatible con los dogmas. El pensamiento lateral exige esfuerzo y curiosidad sin límites. El pensamiento lateral no se conforma con lo obvio. El pensamiento lateral cuestiona, desafía, remueve, busca. El pensamiento lateral es alérgico al pensamiento único. El pensamiento lateral no criminaliza ni culpa ni insulta ni es hipócrita ni es victimista. Y, desde luego, el pensamiento lateral es incompatible con el nacionalismo en todas sus declinaciones.

© XLSemanal

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