Por Jorge Fernández Díaz |
Atención con los matices religiosos: Dios es
argentino, pero Jesús era peronista. En medio de su incendiaria disputa con la
Iglesia, Perón habló sobre las bases de su propia doctrina: "Hace dos mil
años que la habían anunciado. Hace dos mil años el justicialismo ya era
justicialismo. Lo que pasa es que nadie le llevó el apunte y nadie le hizo
caso".
En La razón de mi vida, que formó como lectura obligatoria a
toda una generación de argentinos, Eva también insuflaba misticismo al proyecto
e incluso lo proponía a escala universal: "El cristianismo será verdad
cuando reine el amor entre los hombres y los pueblos. Pero el amor llegará
solamente cuando los hombres y los pueblos sean justicialistas". Las desavenencias
entre el régimen y la curia, como se sabe, fueron breves e intensas, y se
debieron únicamente a la osadía oficial de convertir su programa partidario en
catecismo, y a su líder en deidad. Un asunto de competencias de mercado que
también había aquejado a Mussolini, hasta que este pacto social y
económicamente con el Vaticano, y convenció a todos de que su fuerza encarnaba
el catolicismo, y lo defendía de la abominación liberal y marxista. Bergoglio y
sus muchachos están convencidos de que el partido de Perón presta similar
servicio a su patria.
Todas estas danzas y contradanzas pueden leerse
en el flamante ensayo "El fascismo argentino", donde Ignacio Montes
de Oca repasa nuestras desventuras y exhibe la arrolladora influencia que
aquella cosmovisión romana, traducida convenientemente a nuestra idiosincrasia
y sensibilidad, tuvo en el resto del siglo XX. Dos tardías reflexiones del
General, cuando disfrutaba de su exilio franquista, abonan esta tesis. La
primera discurre durante una conversación de 1968 con Félix Luna, cuando Perón
se refiere a su instructiva y prehistórica estadía en Italia, allá por 1939, y
a su fascinación por el fascismo; también puede leerse en la autobiografía que
le dictó a Pavón Pereyra y que acaba de reeditarse en nuestro país. A Falucho
le dijo textualmente que el Duce estaba realizando un experimento: "Era el
primer socialismo nacional que aparecía en el mundo". Y en La hora de
los pueblos vuelve a elogiar esa ocurrencia: "Tanto los comunistas
como los nacionalsocialistas realizaban su revolución más o menos violenta, y la
primera medida era la supresión de los partidos políticos que, en realidad,
constituyen el andamiaje demoliberal. El fascismo va más allá, restituye el
poder a las corporaciones y marcha hacia el Estado sindicalista". He aquí
el núcleo de su ideario íntimo: el peronismo como representación del socialismo
nacional y vindicador cabal del nacionalismo católico, y también como el
cristalizador de un sistema de corporaciones que gobiernen contra los partidos
políticos, principalmente a través de un gremialismo hecho a imagen y semejanza
de la Carta del Lavoro. El peronismo fue adoptando luego distintos discursos y
ropajes, pero no modificó esta concepción troncal. Que fue respetada y en
algunos casos hasta reivindicada por el partido militar, y que con el tiempo
colonizó fuerzas no peronistas, permeó la clase media y se transformó en un
sentido común argentino. Juan José Sebreli, que recibió esta semana en el
Congreso de la Nación el Premio Alberdi por su deslumbrante trayectoria,
sostiene que esta es precisamente la gran ideología silenciosa y transversal
que dominó la política a lo largo de los últimos setenta años y, en
consecuencia, la principal culpable de nuestra impotencia y nuestro asombroso
retroceso. Esa ideología precede a Perón, puesto que ya estaba en Uriburu y en
Lugones, pero se instala definitivamente en el disco rígido de la sociedad a
partir de 1945, llega hasta Montoneros (ese fascismo de izquierda surgido del
nacionalismo clerical) y adopta más tarde las maneras del neopopulismo, que
según el politólogo Federico Finchelstein no es más que el formato sin sangre,
civilizado y moderno de las viejas ideas del Duce: nacionalismo
anticapitalista, caudillismo, abominación de la "partidocracia", y en
épocas más recientes, la búsqueda de unanimidad y de mayorías absolutas que
fuercen los límites democráticos y anulen el sentido republicano. Esta batalla
contra lo "demoliberal" formó cultura, creó supersticiones y
automatismos, consolidó prejuicios y fabricó atraso incesante.
Montes de Oca encuentra, aunque sin violencias
comparables, el modelo fascista en ciertos feudalismos de provincia, donde
"el hombre fuerte" es amo y señor, gobierna para el
"pueblo" y para la eternidad, y tiene en un puño a legisladores,
jueces y matones. Esas rémoras tan vigentes reconocen un pionero en el
gobernador bonaerense Manuel Fresco, que en 1936 realizaba aquellas mismas
prácticas desde su despacho en La Plata, donde tenía un retrato autografiado
por Hitler. Del feudalismo más rancio y autocrático surgen precisamente los Kirchner,
que sin haber leído a Ernesto Laclau -producto del nacionalismo popular-
intentaron extender a la Argentina lo que habían probado en el modesto
laboratorio de Santa Cruz. Visto en perspectiva, y reconocido por algunos de
los protagonistas, las ruidosas diferencias entre Néstor y el Padre Jorge
fueron más una competencia de liderazgos que un enfrentamiento ideológico. Esas
discrepancias tácticas y circunstanciales parecen ya saldadas, puesto que ambas
partes reconocen hoy un enemigo común que los cohesiona: el terrible
liberalismo político. Y es por eso que bajo todas estas consideraciones
históricas y doctrinarias deberíamos leer los dos acontecimientos más
impactantes de estos últimos días: la misa
ofrecida en Luján para salvar el alma en
peligro del clan Moyano (Dios llega en auxilio de Hoffa), y el
intento de golpe institucional a piedrazos y prepeadas que sufrió el
Parlamento. Refieren los cronistas de la primera ceremonia que el obispo
Radrizzani coreaba al aire libre y con entusiasmo: "Patria sí, colonia
no". Afecto a los anacronismos, ese sector eclesiástico (afortunadamente
la Iglesia es más amplia, no se reduce a esa única visión y está abochornada)
tolera a los patoteros, a los corruptos y a los mafiosos con tal de que no sean
liberales de izquierda ni de derecha. ¿Será por eso que no han aplaudido públicamente
las investigaciones de los cuadernos y que incluso han sugerido una persecución
política comandada desde el Poder Ejecutivo y los tribunales contra los
abnegados peronistas? Idéntico desprecio por la democracia representativa y los
partidos demostró el kirchnerismo, que trató de llevarse por delante una sesión
organizando una lluvia de cascotes en la calle y un conato en el recinto; los
violentos estaban afuera, y sus jefes adentro. A esta maniobra combinada y
peligrosa, Pichetto no dudó en caracterizarla como de
"preinsurreccional". Los kirchneristas jamás creyeron en el
parlamentarismo, esa desviación burguesa que solo se tolera en modo escribanía.
Aunque esa repulsa, por cierto, no los ha inhibido de aprovechar fueros, dietas
y roscas.
La misa y la intifada son anverso y reverso de
una misma moneda, y su explicación más profunda se inscribe, como se ve, en una
larga tradición y puede encontrarse en una amplia bibliografía. Se trata, como
afirma Sebreli, de una ideología supuestamente sensible, pero en el fondo
reaccionaria y hegemónica, y con un resultado paradójico; con ella llegamos a
un nacionalismo sin nación, a un patrioterismo sin patria, a un capitalismo sin
capital, a un progresismo sin progreso, a un populismo sin pueblo y a un
justicialismo sin justicia.
©
La Nación
0 comments :
Publicar un comentario