Por Carmen Posadas |
«El aniversario del 1 de octubre tenía que haber sido una
jornada de reivindicación pacífica por el derecho a votar, pero quedó
secuestrada por unos violentos encapuchados que decidieron marcar con vergüenza
la festividad de todos regalando a los que nos quieren destruir las imágenes
de kale borroka que justifican su relato». Este comentario
tampoco es mío, sino de Pilar Rahola, en un artículo en La Vanguardia en
el que tacha de «inadmisibles, inaceptables, injustificables e inexcusables»
los actos violentos que se produjeron en el primer aniversario del llamado ‘referéndum
de independencia de Cataluña’.
Me han sorprendido ambos artículos, sobre todo el
de Rahola, cuando se duele de que los violentos, con su actitud, regalaron al
adversario «imágenes que justifican su relato». Relato. He aquí la palabra
clave. No importan los hechos, tampoco el asedio a la libertad de más de la
mitad de los catalanes que no se sienten independentistas, lo único que importa
es la imagen que se proyecta, el espejismo que se crea y que poco y nada tiene
que ver con la realidad.
Así, en los doce meses que nos separan de la
declaración unilateral de independencia, sus partidarios han logrado convencer
al mundo entero de que en España hay presos políticos; de que este es un país a
la altura de Kazajistán en derechos humanos (sic) y de que, si bien Franco
murió hace 43 años (obviamente esto no lo podían tunear, hasta las fake
news tienen sus límites), su espíritu vive en todas las instituciones
del Estado. Hay que reconocerlo, son unos genios de la comunicación.
También de las puestas en escena: hoy lleno las
calles de lazos amarillos y las playas de cruces blancas, mañana monto una
manifestación de más de un millón de personas o propago que Puigdemont está
entre los favoritos para ganar el Nobel de la Paz. Pero a mí, seguramente por
deformación profesional, lo que más me interesa es su brillante uso y su no
menos brillante manipulación del lenguaje. Juegan con ventaja realmente,
porque, como ya dijo Goebbels, la propaganda opera en un sustrato preexistente
de mitología nacional, sobre un agravio pasado, sea este falso o verdadero. La
propaganda se cimienta en pequeñas ideas en apariencia inapelables (nosotros
solo queremos votar, qué hay más democrático que un pueblo que pretenda decidir
su destino, etcétera), afirmación que ha de repetirse incansablemente, porque
una mentira repetida adecuadamente se convierte en una verdad.
También son buenos discípulos de Marshall McLuhan,
gran estudioso de la comunicación. Siguiendo su célebre frase de que «el medio
es el mensaje», ellos saben que, según quién sea el autor de una afirmación, su
significado cambia. Así, decir «¡viva España!» es fascista, mientras que «¡puta
España!» es libertad de expresión; dividir Cataluña es franquista, mientras que
romper España es legítimo; igual que «un solo pueblo» atufa a dictadura,
mientras que un sol poble es justicia. ¿Por qué, retomando la
expresión de Rahola, unos ‘relatos’ calan y otros no? ¿Cómo se fabrican
espejismos, verdades virtuales, realidades ‘aparentes’ que hoy en día son las
únicas que cuentan? Dicho esto, algo está empezando a cambiar.
Un reciente editorial de La Vanguardia lo
explicaba así: «En el trasfondo emergen cada vez con más claridad las
consecuencias de las astucias, los atajos y las trampas para sortear las leyes.
[…] Al final, toda esta estrategia se está demostrando como pan para hoy y
hambre para mañana». Abraham Lincoln, por su parte, lo hubiera expresado de
otro modo. Según él, se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, se puede
engañar a algunos todo el tiempo, pero es imposible engañar a todo el mundo
todo el tiempo. Es el sino de los espejismos. A medida que se acerca uno a
ellos, se deshilachan, se desvanecen.
© XLSemanal
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