Por Gustavo González |
Se están por cumplir 35 años desde el regreso a la democracia. Lo que
quisimos ser y no somos está a la vista.
Aunque lo demás quizás no sea esta excluyente saga de fracasos que
solemos asumir como absoluta y cierta.
35 años después. El país que recibió Alfonsín en diciembre de 1983 fue el
último eslabón de una era de dictaduras con desaparecidos, violaciones a los
derechos humanos, guerra de Malvinas, inflación y aislamiento internacional. A
Alfonsín no le salieron bien las cosas en lo económico, pero promovió los
juzgamientos militares y un "Nunca más" a la posibilidad de
nuevos golpes de Estado.
El menemismo, entre otros males, diseñó
un sistema de corrupción inédito en torno a las privatizaciones de empresas
públicas, pero su apertura al mundo y la llegada de inversiones modernizaron las
estructuras tecnológicas de un país cerrado.
El trágico final de De la Rúa demostró al menos que las
crisis de gobernabilidad ya no tendrían soluciones armadas sino constitucionales.
Duhalde fue parte de aquella salida
institucional de 2001, con la ayuda de un sistema político unido en una Mesa de
Diálogo. Una red de contención democrática que ya había aparecido durante
los levantamientos militares ocurridos con Alfonsín y Menem.
Los Kirchner, en
medio de un aparato corrupto centrado en la obra pública y cierto
autoritarismo, profundizaron como política de Estado la mirada sobre los
derechos humanos (con fines electorales y en contra de su propia historia)
y elevaron el nivel de calidad e independencia de la Corte Suprema
(mientras operaban sobre los jueces federales).
Hoy, con hiperdevaluación, tasas de más del 60%, inflación del
40%, caída del PBI y del consumo, y una pobreza mayor al 30%, es
difícil tomar distancia para entender cuál puede ser el aporte histórico de
la gestión Macri.
Hipótesis Fontevecchia. A punto de ingresar en su último año de mandato,
una primera respuesta la aportó Jorge Fontevecchia el pasado fin de semana en PERFIL. Allí
señaló que así como Duhalde bajó la desocupación de Menem y Kirchner mejoró los
bajos salarios que dejó Duhalde (consumiendo en ambos casos recursos naturales
y de infraestructura), Macri tomó deuda y reacomodó los precios internos
para reconstruir el capital natural y de producción.
Fontevecchia retoma la idea de Piketty de que la solidez de un país no
solo debe medirse por su Producto Bruto Neto que reduce el costo del capital
consumido tanto en infraestructura no repuesta como recursos naturales no
renovables consumidos, sino por el índice de riqueza per cápita que elabora
Naciones Unidas que además incluye el capital agregado en nuevas reservas
explotables y nuevas obras de infraestructura.
"Por ejemplo –escribió Fontevecchia–, de la inversión en Vaca
Muerta solo aparece en el PBI la inversión realizada y el producido del año,
pero no cuánto producirá en el futuro ese capital invertido (…) Otro
ejemplo es la minería, especialmente el litio, que algunos proyectan con un
potencial exportador equivalente a la mitad del de la soja".
Su hipótesis es que esta gestión podría dejar, además de tantos índices
negativos, un país con mejores precios relativos, mayor disponibilidad de
recursos naturales explotables y una mejor infraestructura que el PBI no
reflejará, pero sí la riqueza total y por habitante.
Este análisis plantea distintas salvedades para que ese resultado sea
tal, como la necesidad de que parte de los US$ 100 mil millones de nueva deuda
externa hayan sido utilizados en aumentar el capital de la Argentina y no solo
en gastos de consumo, pago de intereses y otros. Datos que hoy son difíciles de
precisar.
Macri por Macri. Esta semana se escuchó a Macri usar esas ideas en defensa propia. Las
citas a un periodista crítico como Fontevecchia, no dejan de reflejar la falta
de intelectuales y economistas que expliquen desde adentro al fenómeno del
macrismo, con sus falencias y logros.
Uno de esos días fue el miércoles a la tarde en Olivos, mientras los
diputados sesionaban a los gritos por el Presupuesto, en las calles había
violencia, el tránsito era un caos y la lluvia y el frío completaban un día
triste y gris. Uno de esos momentos en los que es posible sentir un poco de
compasión por quien fue elegido para comandar un país así. Manejar la
Argentina es fácil solo para los que nunca lo van a hacer.
Quizás por aquello de que no hay mejor defensa que un buen ataque, en
esa mesa chica de colaboradores y con algún que otro invitado, Macri no se
muestra agobiado sino apasionado. Esa pasión no incluye en principio
arrepentimiento por algo que hubiera podido hacer mejor. Aunque al final se
acuerda de un punto que sí cambiaría: no debió poner metas "tan
estrictas de inflación", porque entiende que la actual era inevitable.
Dice entender que la megadevaluación que produjo el mercado es
traumática, pero explica que el dólar se había retrasado por el fuerte ingreso
de dólares por los préstamos recibidos, necesarios para compensar lo que
define como el Estado quebrado que dejó su antecesora.
En su autopercepción del éxito, el Presidente enumera la recuperación de
la base energética de la Argentina y la importancia clave de Vaca Muerta. "Como
escribió Fontevecchia en PERFIL, el kirchnerismo se consumió todo el capital de
la Argentina. Lo peor no es que fueran corruptos, lo peor es que eran
inútiles". Y suma dos logros más: la mejora en la calidad
institucional del país y en la calidad de la Justicia, con el nombramiento de
nuevos jueces y el despido de otros.
El jefe de Estado rememora la tormenta perfecta de sequía, aumento de
tasas en Estados Unidos y volatilidad internacional. Y suma el factor económico
provocado por el estallido de los cuadernos K, a los que atribuye que el
riesgo-país se disparara más de 200 puntos.
Cree que fue una suerte que esa tormenta la timoneara un gobierno como
el suyo. Y parece convencido de que, así como le pasó en Boca y en la Ciudad de
Buenos Aires, una segunda etapa de gestión terminaría por dar buenos
resultados.
En su debe, Macri no acepta responsabilidad en esta grieta social en la
que Cristina Kirchner volvería a ser la opción electoral, con el efecto
económico que eso representaría: “¿Qué quieren que haga, que también me meta en
la interna del peronismo? Bastante tengo con la de Cambiemos...”, bromea en la
intimidad.
Asegura que Cristina es un
tema del peronismo, pero también de un sector importante de la sociedad que
todavía elige la opción del populismo, sin que exista un Cuadernogate que logre
mellar su fe kirchnerista.
Pone cara de pesar cuando agrega que tampoco surge un peronista capaz de disputarle a ella el liderazgo, pero no parece sufrir mucho por eso.
Grieta y después. La grieta puede ser un problema para la Argentina y para un segundo
mandato de Macri, con un Congreso otra vez en minoría, pero en la mirada de
corto plazo del oficialismo se ve como un pasaporte a la reelección. En ese
sentido, el Presidente se regodea de la imagen positiva que conserva (en
torno al 30%) pese a tantas variables negativas, y lo atribuye a la madurez
de la sociedad.
Falta un año para esa elección. Entonces se planteará de nuevo que todo
lo anterior fue un desastre o que todo lo actual lo es. O tal vez emerja una
tercera alternativa en medio de los históricos duelistas.
En cualquier caso, en la saga de esta historia de algunos éxitos y
demasiados fracasos, Macri será el primer presidente no peronista que termine
su mandato.
No es tanto.
Pero no es tan poco.
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