domingo, 28 de octubre de 2018

Macri en defensa propia

Por Gustavo González
La creencia política de que nada de lo que hicieron los gobiernos anteriores estuvo bien choca con la creencia popular de que todo tiempo pasado fue mejor. Pero ambas son coherentes con el infantilismo social del todo o nada, de un blanco o negro tan funcional al agrietamiento intelectual argentino.

Se están por cumplir 35 años desde el regreso a la democracia. Lo que quisimos ser y no somos está a la vista.

Aunque lo demás quizás no sea esta excluyente saga de fracasos que solemos asumir como absoluta y cierta.

35 años después. El país que recibió Alfonsín en diciembre de 1983 fue el último eslabón de una era de dictaduras con desaparecidos, violaciones a los derechos humanos, guerra de Malvinas, inflación y aislamiento internacional. A Alfonsín no le salieron bien las cosas en lo económico, pero promovió los juzgamientos militares y un "Nunca más" a la posibilidad de nuevos golpes de Estado.

El menemismo, entre otros males, diseñó un sistema de corrupción inédito en torno a las privatizaciones de empresas públicas, pero su apertura al mundo y la llegada de inversiones modernizaron las estructuras tecnológicas de un país cerrado.

El trágico final de De la Rúa demostró al menos que las crisis de gobernabilidad ya no tendrían soluciones armadas sino constitucionales. Duhalde fue parte de aquella salida institucional de 2001, con la ayuda de un sistema político unido en una Mesa de Diálogo. Una red de contención democrática que ya había aparecido durante los levantamientos militares ocurridos con Alfonsín y Menem.

Los Kirchner, en medio de un aparato corrupto centrado en la obra pública y cierto autoritarismo, profundizaron como política de Estado la mirada sobre los derechos humanos (con fines electorales y en contra de su propia historia) y elevaron el nivel de calidad e independencia de la Corte  Suprema (mientras operaban sobre los jueces federales).

Hoy, con hiperdevaluación, tasas de más del 60%, inflación del 40%, caída del PBI y del consumo, y una pobreza mayor al 30%, es difícil tomar distancia para entender cuál puede ser el aporte histórico de la gestión Macri.

Hipótesis Fontevecchia. A punto de ingresar en su último año de mandato, una primera respuesta la aportó Jorge Fontevecchia el pasado fin de semana en PERFIL. Allí señaló que así como Duhalde bajó la desocupación de Menem y Kirchner mejoró los bajos salarios que dejó Duhalde (consumiendo en ambos casos recursos naturales y de infraestructura), Macri tomó deuda y reacomodó los precios internos para reconstruir el capital natural y de producción.

Fontevecchia retoma la idea de Piketty de que la solidez de un país no solo debe medirse por su Producto Bruto Neto que reduce el costo del capital consumido tanto en infraestructura no repuesta como recursos naturales no renovables consumidos, sino por el índice de riqueza per cápita que elabora Naciones Unidas que además incluye el capital agregado en nuevas reservas explotables y nuevas obras de infraestructura.

"Por ejemplo –escribió Fontevecchia–, de la inversión en Vaca Muerta solo aparece en el PBI la inversión realizada y el producido del año, pero no cuánto producirá en el futuro ese capital invertido (…) Otro ejemplo es la minería, especialmente el litio, que algunos proyectan con un potencial exportador equivalente a la mitad del de la soja".

Su hipótesis es que esta gestión podría dejar, además de tantos índices negativos, un país con mejores precios relativos, mayor disponibilidad de recursos naturales explotables y una mejor infraestructura que el PBI no reflejará, pero sí la riqueza total y por habitante.

Este análisis plantea distintas salvedades para que ese resultado sea tal, como la necesidad de que parte de los US$ 100 mil millones de nueva deuda externa hayan sido utilizados en aumentar el capital de la Argentina y no solo en gastos de consumo, pago de intereses y otros. Datos que hoy son difíciles de precisar.

Macri por Macri. Esta semana se escuchó a Macri usar esas ideas en defensa propia. Las citas a un periodista crítico como Fontevecchia, no dejan de reflejar la falta de intelectuales y economistas que expliquen desde adentro al fenómeno del macrismo, con sus falencias y logros.

Uno de esos días fue el miércoles a la tarde en Olivos, mientras los diputados sesionaban a los gritos por el Presupuesto, en las calles había violencia, el tránsito era un caos y la lluvia y el frío completaban un día triste y gris. Uno de esos momentos en los que es posible sentir un poco de compasión por quien fue elegido para comandar un país así. Manejar la Argentina es fácil solo para los que nunca lo van a hacer.

Quizás por aquello de que no hay mejor defensa que un buen ataque, en esa mesa chica de colaboradores y con algún que otro invitado, Macri no se muestra agobiado sino apasionado. Esa pasión no incluye en principio arrepentimiento por algo que hubiera podido hacer mejor. Aunque al final se acuerda de un punto que sí cambiaría: no debió poner metas "tan estrictas de inflación", porque entiende que la actual era inevitable.

Dice entender que la megadevaluación que produjo el mercado es traumática, pero explica que el dólar se había retrasado por el fuerte ingreso de dólares por los préstamos recibidos, necesarios para compensar lo que define como el Estado quebrado que dejó su antecesora.

En su autopercepción del éxito, el Presidente enumera la recuperación de la base energética de la Argentina y la importancia clave de Vaca Muerta. "Como escribió Fontevecchia en PERFIL, el kirchnerismo se consumió todo el capital de la Argentina. Lo peor no es que fueran corruptos, lo peor es que eran inútiles". Y suma dos logros más: la mejora en la calidad institucional del país y en la calidad de la Justicia, con el nombramiento de nuevos jueces y el despido de otros.

El jefe de Estado rememora la tormenta perfecta de sequía, aumento de tasas en Estados Unidos y volatilidad internacional. Y suma el factor económico provocado por el estallido de los cuadernos K, a los que atribuye que el riesgo-país se disparara más de 200 puntos.

Cree que fue una suerte que esa tormenta la timoneara un gobierno como el suyo. Y parece convencido de que, así como le pasó en Boca y en la Ciudad de Buenos Aires, una segunda etapa de gestión terminaría por dar buenos resultados.

En su debe, Macri no acepta responsabilidad en esta grieta social en la que Cristina Kirchner volvería a ser la opción electoral, con el efecto económico que eso representaría: “¿Qué quieren que haga, que también me meta en la interna del peronismo? Bastante tengo con la de Cambiemos...”, bromea en la intimidad.

Asegura que Cristina es un tema del peronismo, pero también de un sector importante de la sociedad que todavía elige la opción del populismo, sin que exista un Cuadernogate que logre mellar su fe kirchnerista.

Pone cara de pesar cuando agrega que tampoco surge un peronista capaz de disputarle a ella el liderazgo, pero no parece sufrir mucho por eso.

Grieta y después. La grieta puede ser un problema para la Argentina y para un segundo mandato de Macri, con un Congreso otra vez en minoría, pero en la mirada de corto plazo del oficialismo se ve como un pasaporte a la reelección. En ese sentido, el Presidente se regodea de la imagen positiva que conserva (en torno al 30%) pese a tantas variables negativas, y lo atribuye a la madurez de la sociedad.

Falta un año para esa elección. Entonces se planteará de nuevo que todo lo anterior fue un desastre o que todo lo actual lo es. O tal vez emerja una tercera alternativa en medio de los históricos duelistas.

En cualquier caso, en la saga de esta historia de algunos éxitos y demasiados fracasos, Macri será el primer presidente no peronista que termine su mandato.

No es tanto.

Pero no es tan poco.

© Perfil.com

0 comments :

Publicar un comentario