Por Gustavo González |
La lógica es la misma que arrastran desde hace más
de una década. Cristina inauguró el juego cuando consideraba que era imposible
que alguien con el apellido Macri pudiera ganar algo más que unos comicios en
la Ciudad de Buenos Aires.
Ella era la jefa de Estado y eligió confrontar con
“el hijo de Franco”. Estaba convencida de que un hombre llamado Macri, con cero
carisma, sin partido y sin estructura nacional, sería un rival fácil.
Iban a competir en 2011, pero cuando Néstor
Kirchner falleció Jaime Duran Barba le explicó a su cliente que nadie le podía
ganar a una viuda. Compitieron finalmente en 2015. Ella, a través de Daniel
Scioli. Subestimó a tal punto a Macri y a su candidata en la provincia de
Buenos Aires, que eligió para hacerles frente a Aníbal Fernández. Perdió. Su
estrategia de años de construir una contrafigura accesible para ser vencida,
había fracasado. Hoy Macri juega al mismo juego: apostar a la polarización con
una mujer con un alto nivel de rechazo social.
El. El Presidente no podrá hacer campaña diciendo que
su gestión fue un éxito. El votante podría temer que, si esto salió bien, qué
pasaría en un segundo período si el resultado saliera mal. Cuatro años después
de haber llegado al poder, tampoco funcionaría el argumento de la pesada
herencia recibida.
Sin embargo, el Gobierno se apresta a utilizar
ambos relatos, pero sin hacerlos explícitos. La estrategia consistirá en decir
que el Estado que recibieron estaba mucho más destruido de lo que pensaban y
que ellos pecaron de optimistas al creer que la salida sería más rápida. Dirán
lo que ya dicen: “Nosotros estuvimos lejos de hacer lo que hubiéramos querido,
pero logramos salir del cepo cambiario y del default, sincerar las tarifas,
ordenar las cuentas y terminar con el déficit y con el aislamiento internacional”.
Estiman que si vuelven verosímil que la herencia
fue mucho peor y que su culpa es el exceso de optimismo, podrían conseguir un
nuevo voto de confianza. Parecer demasiado optimista siempre es mejor que
parecer demasiado incompetente. En cualquier caso, creen que la presencia de
Cristina como contrincante es esencial, porque para un 60% de la población
sigue siendo la encarnación de esa herencia nefasta. “Y Macri puede haber
estado enfermo de optimismo e, incluso, ser incompetente; pero no es una mala
persona ni es corrupto”.
Ella. Cristina no podrá hacer campaña esquivando el tema
de la corrupción. Hará todo lo contrario, usará los juicios como tribuna
política. Comenzará el 26 de febrero, en el juicio oral por asociación ilícita
en el que declararán 142 testigos y se prolongará casi todo el año. Tendrá
otros dos juicios orales para exponerse, el del dólar futuro y el del
encubrimiento por el atentado a la AMIA, aunque aún no tienen fecha firme. El
del Cuadernogate, en cambio, arrancaría recién en 2020.
Su estrategia será recordar los mejores momentos de
los 12 años de kirchnerismo y mostrarse como víctima de una campaña de
demonización comandada por el Gobierno, la Justicia, cierto peronismo y los
medios hegemónicos. La misma que sufre Lula en Brasil: “Quieren meterla presa
por todo lo que hizo bien, no por lo que pudo haber hecho mal. Ella representa
el último bastión de la Argentina frente al plan que el FMI quiere continuar
implementando en nuestro país y en la región.”
Cristina responsabilizará a Macri por semejante
campaña. No porque piense que él está detrás de las causas judiciales, aunque
le sean funcionales. Cree que sus verdaderos verdugos son los viejos operadores
judiciales del peronismo y del radicalismo, asociados con algunos magistrados.
Pero acusará al Gobierno para reforzar la confrontación con Macri.
Ella compra las explicaciones de Jaime Duran Barba sobre la necesidad de que no vaya presa. Leyó eso detrás de su columna de hace dos semanas en PERFIL sobre el posible triunfo de Lula, cuando Duran Barba escribió: “Un dirigente con raíces objetivas no pierde fuerza cuando va preso, sino que crece porque despierta la solidaridad de quienes son sus partidarios y de quienes no le rechazan.”
Ella compra las explicaciones de Jaime Duran Barba sobre la necesidad de que no vaya presa. Leyó eso detrás de su columna de hace dos semanas en PERFIL sobre el posible triunfo de Lula, cuando Duran Barba escribió: “Un dirigente con raíces objetivas no pierde fuerza cuando va preso, sino que crece porque despierta la solidaridad de quienes son sus partidarios y de quienes no le rechazan.”
Ellos. Duran Barba es de los que están convencidos de que la confrontación volverá a ser entre Macri y Cristina. Ya sea porque considere que será más sencillo ganarle o, como dice, porque ambos son la representación de un choque profundo que existe en la sociedad. Además, él entiende que, aunque quisieran, no podrían promover a otro candidato “racional”: “Algunos creen que solo cabe que el peronismo vuelva con matices, pero bastantes quieren superar esa etapa y pensar en una Argentina mejor.”
Los estrategas del Gobierno consideran que es muy
temprano para hacer encuestas sobre intención de voto, pero en las que tienen
de imagen, Macri aparecería con 41% de imagen positiva, el mejor resultado
entre los presidentes de la región, con excepción del chileno Piñera.
Sobre Cristina, las mismas encuestas ubican su
imagen buena en torno al 25%. Puntos más o menos, el mismo “núcleo duro” que
verifican en cada medición. Cuando se habla de intención de voto, tanto
kirchneristas como oficialistas citan encuestas de los últimos días que
benefician a uno u otro en un eventual ballottage. Ambos bandos están cómodos
en tenerse de contrincantes.
Cristina cree que la situación socioeconómica será
cada día peor y que habrá una mayoría que la acompañará en una segunda vuelta.
Y, de boca para afuera al menos, dice que no tendría problemas en ir a prisión
como una ofrenda patria. En ese caso hará como Lula: elegirá a su Haddad para
competir. Pero tal comodidad compartida es riesgosa. En especial para el
Gobierno.
La posibilidad de que la Argentina vuelva a dar un
giro de 180° en sus políticas no es tranquilizadora para los que quieren
invertir. Y aun siendo Macri quien venza, un segundo lugar de Cristina con un
alto porcentaje de votos aportaría una nueva complicación a la gobernabilidad
futura porque dejaría otra vez a Cambiemos sin mayoría parlamentaria. Con un
kirchnerismo siempre protagónico.
Después de tantos años de confrontación, de trabajar juntos en la grieta, de tanta pasión compartida, él y ella también corren el riesgo de enamorarse. Enamorarse de ese espejo que les devuelve su imagen invertida, en la que cuanto peor ven al otro mejor se ven ellos. Y en ese juego amoroso, como diría Unamuno, vencer y ser vencidos puede dar lo mismo para ellos. Aunque no necesariamente para el país.
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