Por Gustavo González |
Son dos exponentes fieles del fin de la modernidad, de la crisis de las ideas
fuertes con sus partidos y religiones tradicionales.
Solo que Macri es
absolutamente posmoderno y Cristina es hipermoderna, porque generacionalmente
absorbió la modernidad setentista, pero creció en el entorno de pragmatismo,
escepticismo y frivolidad propios de la posmodernidad.
Desde allí comparten distintas utopías, relatos que dan por ciertos,
destinos inevitables. Además de su objetivo común de volver a ser los
protagonistas excluyentes de las presidenciales del próximo año.
Sin partidos. Ambos coinciden en la creencia de que los partidos políticos ya no
importan. Y más allá de que le realidad muestre que las sociedades tienden a
independizarse de la voz autorizada de los dirigentes tradicionales, su
pensamiento es funcional a sus necesidades: tanto Cristina como Macri están
huérfanos de estructuras partidarias propias. Sus fortalezas giran en torno a
la comunicación directa con los votantes. Nada de democracia interna, debates
interminables y propuestas consensuadas. El líder y el marketing electoral son
más importantes que los partidos y los acuerdos políticos entre cúpulas.
Ella siempre ninguneó al justicialismo, pero se acercó a él ante cada
nueva elección (la última vez no pudo porque Randazzo le presentó el escollo de
la competencia interna). Al principio, los peronistas se ofendían porque los
Kirchner no recordaran la simbología clásica de los cuadros de Perón, el
escudito y la marchita partidaria. Después lo aceptaron como una de las tantas
anomalías que sufrió el partido en su historia y el cristinismo terminó por
blanquear que su único héroe era Néstor y que la nueva agrupación se llamaría
Unidad Ciudadana.
Él es el líder del PRO, un partido tan reciente y con tan poca vida
interna que nadie conoce a su titular (su nombre es Humberto Schiavoni). El
macrismo dice que los partidos no son importantes, aunque debió asociarse al
radicalismo para aprovechar su estructura partidaria en todos los distritos.
Unión Ciudadana y el PRO ven la debilidad de las estructuras
tradicionales, que es cierta, pero que a su vez coincide con que ambos son
partidos nuevos, sin presencia hegemónica, ni cultural ni territorial.
Convencer y convencerse de que sus carencias son sus fortalezas, que lo demás
está perimido, es precisamente lo que más les conviene que suceda. Y cuando el
análisis está tan cerca de lo que conviene, las conclusiones corren el riesgo
de ser hijas de los deseos.
Cristina fue un clásico de la conversación unilateral de la tribuna
política y de las cadenas nacionales. Como Perón, salvo que antes el relato
descendía a través de estructuras partidarias rígidas y disciplinadas (Partido,
movimiento, juventud, 62 Organizaciones, etc.).
En el caso del macrismo, personas informadas como Julián Gallo, a cargo
de las estrategias digitales, hablan sin embargo de la decadencia de los medios
tradicionales, aun sabiendo que marcas como Clarín, La Nación o PERFIL nunca
tuvieron tanta audiencia como hoy, sumando todas sus plataformas online y
offline. Sus contenidos son los que, para mal o para bien, siguen marcando las
agendas nacionales. Cristina y Macri resuelven de manera muy distinta la
incomodidad de esa intermediación. Mientras el kirchnerismo intentó destruir al
periodismo, atacando a los críticos y generando una impresionante red de medios
propios, el macrismo lo reemplaza por analistas que auscultan en forma
permanente los intereses sociales, más allá de la opinión políticamente
correcta de los medios. A esto le agregan el uso intensivo de las redes
sociales para comunicar en forma directa. También aquí los deseos y las necesidades
pueden confundir. La utopía de un mundo sin periodistas es inherente al
gobernante, incluso cuando conscientemente puedan entender la importancia
institucional de su labor. Thomas Jefferson hizo célebre su frase de que
prefería periódicos sin gobierno a gobierno sin periódicos. Lo que no se sabe
tanto es que lo dijo antes de asumir la presidencia de los Estados Unidos.
Luego, enojado con los medios, pidió que se les hiciera juicios a mansalva.
Por otra parte, sin medios ni periodistas, el mundo de la comunicación
quedaría en manos de encuestadores y estrategas… que son los que justamente
pronostican el fin de los medios tradicionales.
Sin religiones fuertes. La tercera gran idea compartida por ambos es la de
entender que las estructuras jerárquicas de la Iglesia Católica perdieron
predicamento entre los feligreses. Macri tiene un gen light sobre las creencias
místicas. Es un liberal que no practica los ritos católicos, se sube con
facilidad a los colectivos new age y está convencido de que la mujer tiene
derecho a decidir sobre su cuerpo en el caso del aborto, aunque en público diga
lo contrario porque teme herir sensibilidades.
Las distintas iglesias también resultan un filtro entre la política y
las masas. Macri y Cristina son solo los ejemplos locales de dirigentes
incómodos con jerarquías religiosas con las que negociar, conciliar o
confrontar. Los Kirchner se enfrentaron con la cúpula católica hasta que
Bergoglio fue elegido Papa.
Lo cierto es que las movilizaciones multitudinarias antiaborto impulsadas
por las cúpulas católicas y evangélicas, que fueron esenciales para presionar a
los legisladores, parecen indicar que su influencia sigue siendo real.
Necesidades y deseos. Los análisis macri-kirchneristas sobre la
crisis de los partidos, los medios y las religiones tradicionales, parten de
datos más o menos ciertos. Pero sobre esa verdad suman sus deseos de que la
realidad termine siendo lo más parecida a sus necesidades.
Hoy, sus deseos y necesidades confluyen en volver a imaginar
elecciones en las que sean protagonistas excluyentes. Creyendo ambos que serán
capaces de vencer al otro. Desear es el primer paso para conseguir y es
correcto que cuanto más fuerte se desea, más chances hay de alcanzar un
objetivo. Flaubert decía que si mirásemos siempre al cielo acabaríamos por
tener alas. Los deseos son así de potentes. Solo que los líderes deben estar
atentos a no confundir fantasía con realidad. Y no construir relatos que crean
que sirven a todos cuando apenas son hijos de sus propias necesidades.
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