Por James Neilson |
Ni los unos ni los otros previeron lo que pronto sucedería. Lejos de
querer ayudar a quienes tendrían que intentar reparar los enormes daños que
provocaron Cristina y sus adláteres, Francisco, que se proponía librar una
cruzada planetaria contra el capitalismo “neoliberal” que a su entender está en
la raíz de todos los males, no tardó en manifestar su desaprobación de Mauricio
Macri y aliarse con los resueltos a frustrar sus esfuerzos por hacer de la
Argentina un “país normal”.
(De más está decir que los más perjudicados por el fracaso del “modelo
de Macri” serían los ya muy pobres y muchos que aún se mantienen a flote,
pero para los especialistas en sacar provecho de la miseria ajena tal pormenor
es lo de menos.
Puesto que a Bergoglio, un hombre de formación peronista, le importa
poco la corrupción y el autoritarismo que son típicos del populismo de
retórica supuestamente revolucionaria, no le fue difícil superar sus eventuales
reparos para acercarse a la señora que en aquel entonces gobernaba el país.
Para incomodidad de quienes creen que el Papa debería mantenerse por encima de
la política y las ideologías terrenales, siempre ha tratado con mayor
benevolencia a personajes como el venezolano Nicolás Maduro, el nicaragüense
Daniel Ortega y el boliviano Evo Morales que a los dirigentes democráticos de
la región que no comulgan con la izquierda.
Puede que el pontífice no haya ordenado a los obispos que comparten sus
ideas solidarizarse públicamente con los Moyano
y los nuevos amigos kirchneristas de los sindicalistas más temidos del país,
además de exhortar a Macri a remplazar cuanto antes el “modelo económico”
actual por otro muy distinto, pero sería comprensible que los monseñores
Agustín Radrizzani y Jorge Lugones hayan creído contar con la venia papal. Saben
muy bien que Bergoglio se siente más afín a los enemigos de Macri que a quienes
rezan para que el país no sufra una nueva ruptura constitucional.
La misa de campaña del sábado pasado en Luján que Radrizzani regaló a
los pesados del sindicalismo, encabezados por Hugo y Pablo Moyano, y el
encuentro amistoso de Lugones con Moyano padre un poco antes, encendieron luces
de alarma en el tablero gubernamental. Los líderes de Cambiemos los tomaron por
mensajes hostiles inequívocos. Trataron de minimizar su significado. Puede que
Macri prefiera el budismo o ciertas variantes del hinduismo al catolicismo
apostólico y romano, pero no quiere para nada emprender una “guerra
cultural” contra la Iglesia por antonomasia aunque sólo fuera por miedo a
ofender a los muchos católicos practicantes que lo respaldan. Felizmente
para el Presidente, entre los obispos hay muchos que discrepan con Radrizanni y
Lugones; entienden que sería un error de su parte brindar la impresión de estar
militando al lado de individuos acusados de apropiarse indebidamente de grandes
cantidades de dinero.
Además de asustar al Gobierno, la voluntad del par de obispos de
homenajear a Hugo Moyano y su hijo dejó boquiabiertos a los muchos fieles
que creen que la Iglesia debería ayudar a quienes quisieran ver encarcelados a
integrantes de las mafias políticas y sindicales que se han transformado en
multimillonarios a costa de los demás habitantes del país. A algunos, el
espectáculo que se montó les habrá hecho recordar los versos de Antonio Machado
sobre Don Guido, “¡aquel trueno! vestido de nazareno”, que en momentos
difíciles de su vida salía “llevando un cirio en la mano” en un intento tardío
de congraciarse con el Todopoderoso. Aunque es innegable que en las
circunstancias que les han tocado les vino bien a los Moyano recibir
bendiciones obispales, sorprendió que dos de los representantes más
conspicuos de la Iglesia en el país aceptaran otorgarlas de forma tan
ostentosa.
Los vaticanólogos suelen señalar que el Papa no puede seguir de cerca
todas las vicisitudes de la laberíntica política argentina, ya que le
corresponde ocuparse de asuntos muchísimo más significantes, y que por tanto
sería injusto criticarlo por las maniobras cuestionables de sus subordinados.
En principio, tienen razón, pero parecería que el santo padre no ha perdido
interés en los avatares de su tierra natal. Aunque no le será dado preocuparse
por los detalles menores, no cabe duda de que quienes se ufanan de ser sus
delegados más confiables están colaborando activamente con grupos opositores
cuyos objetivos distan de ser sólo teológicos.
Como jesuita, Bergoglio entenderá que sería un error suponer que lo
político debería separarse de lo religioso. Si bien a esta altura le parecerá
muy poco probable que la Argentina experimente un auténtico renacer espiritual,
le conformaría que la Iglesia Católica disfrutara de más poder fáctico, acaso
lo bastante como para permitirle asegurar que en los años próximos no
reaparezca el tema del aborto.
A inicios del papado de Francisco, muchos suponían que por ser cuestión
de un personaje con más calle que el austero y cerebral Ratzinger, la Iglesia
estaría en mejores condiciones para enfrentar los desafíos de los tiempos que
corren. Por un rato bastante breve, parecía que habían acertado los que
apostaron a que se erigiera en un caudillo espiritual mundial, pero se trataba
de una ilusión. En Europa, su prédica apasionada a favor de los inmigrantes
musulmanes ha enojado a la mayoría; en el Oriente Medio, la cuna del
cristianismo, son muchos los fieles que se sienten traicionados por el jefe de
la iglesia más influyente.
Parecería que desde el punto de vista del Papa, el “diálogo” con los
islamistas es mucho más importante que el destino de sus propios
correligionarios.
En el transcurso de la aún breve gestión de Bergoglio, la Iglesia se ha
desprestigiado todavía más a ojos de casi todos al multiplicarse las
revelaciones de pedofilia clerical en América del Norte, Europa, Australia y,
por supuesto, América latina, sobre todo en Chile. Si bien el Papa se afirma
tan horrorizado como el que más por las acusaciones que siguen proliferando y
que, en Estados Unidos, han obligado a la Iglesia a pagar multas que en muchas
jurisdicciones amenazan con llevarla a la bancarrota, corre peligro de
adquirir la reputación de ser un encubridor serial. Por ser un pontífice
tan politizado, sería lógico que, por instinto, pensara más en las
repercusiones de las denuncias que en la gravedad de los delitos perpetrados a
través de los años por tantos clérigos que, lo mismo que en la época de los
“Papas malos”, aprovecharon su ascendiente sobre los muy jóvenes para conseguir
recompensas carnales.
La conducta perversa de muchos curas, obispos y hasta arzobispos, ha
privado a la Iglesia Católica de la autoridad moral que necesitaría para luchar
con éxito contra la pérdida de fe, para no hablar del “neoliberalismo”. En
países que hasta hace poco dominaba, como Irlanda, Italia y España, son cada
vez menos los dispuestos a prestar atención a lo que dicen los “doctores de la
Iglesia”.
Para más señas, no ha pasado inadvertido el que en aquellos países la
virtual eliminación de la influencia del clero se viera seguida por un boom
económico notable; con razón o sin ella, muchos aún dan por descontado que el
catolicismo, comprometido como está con esquemas corporativistas arcaicos y
contrario a las actividades mercantiles, frena el desarrollo con el
resultado de que las sociedades en que es hegemónico son más pobres y menos
equitativas que las protestantes.
La decisión de buscar un Papa en América latina pudo atribuirse a la
convicción de que sería inútil intentar salvar a Europa del escepticismo
hedonista y que por lo tanto le convendría a la Iglesia concentrarse en
defender la fe en otras latitudes donde podría expandirse entre quienes se
sienten abandonados a su suerte en un mundo que no los necesita. Tal planteo
tendría sus méritos, pero en el país más grande de América latina, Brasil, y
también en América central, las despectivamente llamadas “sectas”
evangélicas, muchas de ellas de origen norteamericano, además de las iglesias
protestantes más tradicionales, están avanzando con rapidez en detrimento del
catolicismo, sobre todo en los sectores más pobres de la población.
Aunque en la Argentina la presencia de los evangélicos es menos fuerte
que en Brasil, ya desempeñan un papel importante, algo que se hizo
evidente cuando se debatía en el Congreso la ley destinada a permitir la
despenalización y legalización del aborto, razón por la que el gobierno
bonaerense las incluye en las redes de contención social que está formando. Será
por tal motivo que obispos de simpatías izquierdistas quisieran cerrar filas
con los presuntos militantes “nacionales y populares” que, dicho sea de
paso, siempre han abrevado en fuentes católicas y que de todas formas podrían
sentirse afines a un papa que todos los días reivindica la “opción por los
pobres” que adoptaron los estrategas eclesiásticos algunas décadas atrás con el
propósito de llenar el vacío dejado por la implosión del comunismo.
© Revista Noticias
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