Por Manuel Vicent |
En la Biblia se puede
leer: “Envió el Señor un viento abrasador que trajo las langostas en tan
espantosa muchedumbre que nunca hubo tantas hasta aquel tiempo. Y cubrieron la
faz de la tierra devorando toda la hierba de la tierra y los frutos de los
árboles”.
La plaga de la langosta solo se detiene cuando después de
acabar con toda la vegetación muere por falta de alimento. Tampoco el turismo
cesará hasta que no haya destruido por invasión y aplastamiento las ciudades
más hermosas del mundo, las ruinas históricas, los monumentos, catedrales,
obras de arte de los museos y también playas, islas, valles y cimas
incontaminadas. La belleza lleva en si misma el germen de su propia
destrucción. Cada día atrae una mayor cantidad de adoradores y los convierte en
una plaga letal.
En este momento sobrevuela el planeta un millón de aviones
con la tripa llena de insectos ortópteros listos para aterrizar; millones de
trenes y caravanas de coche cruzan todos los países; miles de cruceros
desembarcan en los puertos de mar un número inimaginable de langostas con un
mismo fin predeterminado: aglomerarse y crear una insoportable claustrofobia en
torno a la belleza de este mundo hasta destruirla por completo, de forma que
solo quede a su alrededor un rastro de orín y de sudor.
Hoy son mil. Pronto serán 4.000 millones las langostas
humanas destinadas a realizar este maleficio que la belleza lleva dentro como
una maldición.
© El País (España)
0 comments :
Publicar un comentario