Por Jorge Fernández Díaz |
Se supone que tanto el cacique
como los escoltas van "calzados" a cualquier sitio; en este oficio no
se puede confiar en nadie.
El capo tiene mucho trabajo ese día: a través de
contadores y expertos en finanzas ofrece servicios de prestamista y se dedica a
la compra y venta de inmuebles, aunque posiblemente su "casa familiar"
de tres pisos siga enclavada en el mismo barrio precario donde nació: para
liderar no solo hay que bancar la parada y tener buenos contactos; también hay
que ser muy cuidadoso con la cuestión simbólica. El sujeto no sabe que lo están
siguiendo y que le tienen pinchados los teléfonos, aunque lo presume. Antes era
habitual que sus "amigos" en la policía y en la Justicia lo libraran
de esa clase de incomodidades y escrutinios, pero últimamente varios colegas y
rivales han caído en desgracia: veinticinco jefes están presos y dos barras
bravas completas han sido procesadas por asociación ilícita. Cambiaron
provisoriamente los vientos, y hay que ser más cuidadosos que nunca. El hombre
enjoyado ha hecho carrera en el territorio y en la tribuna, pero el fútbol ya
es un negocio secundario. Se hizo desde abajo, como administrador de la
violencia y fanático del tablón, y ahora regentea una vasta organización armada
y polifacética. Es socio del puntero barrial, le vende protección, controla el narcomenudeo
de la zona, realiza pintadas para los candidatos electorales,
garantiza control y vigilancia en marchas y actos partidarios de cualquier
signo, ofrece grupos de choque al mejor postor, y se encarga de tercerizar las
palizas cuando algún burócrata sindical quiere ponerles coto a los troskos más
rebeldes del gremio. Es un mercenario de la seguridad con un ejército de
matones, que nacieron al calor de las hinchadas y crecieron al amparo de los
dirigentes, pero que luego se independizaron, se diversificaron y prosperaron
hasta niveles desconocidos: ahora llevan una vida suntuosa que no pueden
justificar.
Durante más de una década, entraban y salían de las canchas sin
problemas: no había en todo el conurbano bonaerense una sola prohibición de
acceso, a pesar de los trágicos antecedentes penales que tenían estos
delincuentes de gatillo, faca y bombo: la mala policía no los controlaba, solo
les cobraba para hacer la vista gorda. Hoy se confeccionó una lista negra de
mil barras que no pueden asistir a ningún partido, aunque ciertos jueces y
fiscales siguen haciéndoles favores. Muchos "barones" los utilizaban
para faenas inconfesables, y algunos capos directamente eran empleados
municipales, recibían adjudicaciones de viviendas públicas, manejaban áreas de
trapitos y, con la connivencia del kirchnerismo, pasaron incluso a administrar
cooperativas de trabajo. Los "padrinos" decidían a quién se empleaba
y a quién no, y cobraban a cada laburante la mitad de su salario; sus sicarios
los acompañaban hasta el banco a fin de mes y ahí mismo les exigían o
arrebataban la parte del león. Otra paradoja del momento: nuevos jefes
comunales cortaron esa perversa colaboración, y al no poder contar más con el
flujo del Estado, los barras se recostaron en la distribución de la droga;
distintas investigaciones revelaron que algunos tienen vínculos directos con
los carteles de Colombia y de México.
El justicialismo bonaerense, con algunas excepciones rescatables, no
solo consolidó la miseria; dio un paso más allá: prohijó su derivación hacia la
mafia pura y dura. Su corporación política implosionó en 2015 después de
veintisiete años de hegemonía, pero dejó en pie los diferentes nudos
gansteriles que supo habilitar y que hoy tienen una dinámica autónoma. Las
barras bravas son solo un extremo, pero representan palmariamente esa cultura
nacional del trueque espurio: donde no hay patotas violentas, hay curro,
facción, trampa, banda, soborno, arreglo, cartelización, prebenda. Es una
metodología oscura e inarticulada pero extendida a diferentes sectores, y una
gigantesca telaraña que resiste y retrasa el barco del progreso y la
democratización. Cuando Techint, Roggio y Pescarmona comparecen en Comodoro Py,
pero es imposible tocar a un miembro del clan Moyano (adoradores públicos y
entusiastas de Jimmy Hoffa, emblema mundial del sindicalismo turbio), resulta
lícito preguntarse quién tiene el verdadero poder en la Argentina. Y
precisamente por eso, sustraer del interesante y valioso Coloquio de Idea las
palabras "mafia" y "peronismo", y pretender a la vez
debatir a fondo las razones de nuestra crónica decadencia, es como disponer un
grupo de terapia familiar que vaya a fondo, hable de todo, pero soslaye que el
abuelito era un asesino en masa.
Les cuesta a la dirigencia y a los medios colocar este fenómeno
delictivo en el centro de la agenda; por momentos parece hasta que no lo
reconoce. Baudelaire tenía razón: "La mayor habilidad del demonio consiste
en hacerle creer a la gente que no existe". Dicho sea de paso, deberían
tomar nota de este aforismo ciertos integrantes de la cúpula eclesiástica, que
no dudan en acompañar a los patoteros y extorsionadores, y que hacen acordar a
una vieja tradición siciliana: ungir, por su carácter "popular", a la
Cosa Nostra.
El peronismo "alternativo" por el momento fracasa porque es
incapaz de una autocrítica seria acerca de su intenso proceso de depredación y
porque no se muestra comprometido en la lucha contra esa mentalidad mafiosa que
ayudó a entronizar. Sus diatribas contra los "prolijitos",
determinados alegatos a favor de los empresarios que pagaron coimas y las
bromas deslizadas donde habla a pleno el inconsciente colectivo justicialista y
expresa que en la Argentina solo es respetado quien roba, no logran alejarlos
claramente de la Pasionaria del Calafate. Por más que el camporismo anuncie sin
ruborizarse que, si gana, colonizará a fondo la Justicia bajo el eufemismo de
su "democratización", excarcelará a los corruptos bajo la mentira de
que son héroes revolucionarios y "presos políticos", censurará a la
prensa bajo la farsa de una ley de medios feudal y reformará la Constitución
para reemplazar el sistema representativo y vulnerar las libertades y el
derecho de propiedad. ¿Con enemigos así quién necesita tener amigos?,
interrogan con ironía algunos observadores. Pero los grandes jugadores
mundiales de las finanzas y de la inversión que hacen preguntas en Washington,
Nueva York, París y Madrid están muy preocupados por estas espinosas opciones
electorales que asoman fuera del gobierno de Cambiemos. Porque en lugar de
brindar certidumbre, estos opositores provocan inquietud, y en vez de atraer
inversiones de largo aliento, las espantan. Es una prioridad para los
argentinos, en su conjunto y más allá de cualquier color y bandería, una
oposición racional y transparente que colabore en la crisis, que no amenace ni
rompa el sistema, y que no convalide la pandemia de la corrupción y los tejidos
mafiosos, puesto que nuestras agudas carencias económicas convierten la
seguridad jurídica, la previsibilidad, la confianza y la ética no ya en
virtudes o en lujos, sino en prioridades absolutas de supervivencia. Mientras
el peronismo siga hablando desde el paravalanchas, la política argenta se
parecerá inevitablemente a una barra brava sedienta de recuperar los negocios
perdidos. Lo antes posible, y a cualquier costo.
© La Nación
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