Por Fernando Laborda
La incómoda relación entre Elisa Carrió y parte del gobierno
de Mauricio Macri comenzó a partir de la misma noche de octubre de 2017 en que
la líder de la Coalición Cívica obtuvo uno de los más holgados resultados
electorales para Cambiemos.
En esos comicios legislativos, Carrió encabezó la
lista de diputados nacionales de la coalición oficialista en la Capital Federal
y alcanzó el 50,9% de los votos, un porcentaje muy superior al logrado por la
alianza macrista en los restantes distritos más importantes del país.
La agenda electoral de la diputada Carrió estuvo muy
asociada a la regeneración de la política y las instituciones, y a la lucha
contra la corrupción. Es probable que, por eso, sienta que su misión es
instalar esa agenda en la práctica de todos los actos del Gobierno, aunque ella
no cogobierne. ADEMÁS
Elisa Carrió nunca integró la mesa chica del Gobierno ni
alcanzó la influencia que otros funcionarios han tenido sobre Macri, pero logró
tener un diálogo directo con el Presidente que envidian no pocos dirigentes de
las distintas vertientes de Cambiemos. Pasó a convertirse en una suerte de
supervisora moral del Gobierno, que Macri por momentos acepta, pero que halla
un claro límite: Carrió es parte de la coalición gobernante, pero no forma
parte del Gobierno.
Desde siempre, encarnó el rol de un tábano sabio, capaz de
asestarle oportunas picaduras al poder para inducirlo a efectuar correcciones
ante posibles desvíos, especialmente en el plano ético. Y se acostumbró a que
esas correcciones se llevaban a cabo tras sus advertencias.
Pero la mayoría de los observadores políticos evalúan que a
Elisa Carrió "se le fue la mano" con su pedido de juicio político al
ministro de Justicia, Germán Garavano. Muchos de ellos coinciden en que las
declaraciones periodísticas del ministro, en el sentido de que "nunca
puede ser bueno para un país que un expresidente esté detenido",
constituyeron un error; pero también están de acuerdo en que una torpeza verbal
no justifica un juicio político. La respuesta de Macri en respaldo a Garavano
no se hizo esperar. Además de no existir causales para el enjuiciamiento de su
ministro, su salida hubiera opacado el liderazgo presidencial.
No fue, sin embargo, el apoyo de Macri a Garavano lo que
puso en peligro la relación entre el Gobierno y Elisa Carrió, sino un conjunto
de razones que inquietaron profundamente a la diputada. Entre ellas, la escasa
resistencia de la dirigencia de Cambiemos ante la maniobra del PJ para que no
presidiera la Comisión Bicameral de Seguimiento y Control del Ministerio
Público; el desplazamiento de tres funcionarios de la AFIP que eran de su
confianza y que estaban detrás de información vinculada a la empresa Iecsa, que
pertenecía al primo de Macri, Angelo Calcaterra; la posibilidad de que detrás
de la absolución de Carlos Menem por la Cámara de Casación Penal existiera
algún acuerdo espurio entre la Justicia y supuestos operadores del Gobierno, y
el cierre de una investigación en el Consejo de la Magistratura contra el juez
Ariel Lijo.
Para la diputada Carrió todo eso se vincula con una
situación de impunidad que no es negociable y que concluyó con un ultimátum que
le lanzó a Macri horas atrás, en Corrientes: "Macri debe elegir entre
[Daniel] Angelici o yo. O se va con Angelici o hacemos el cambio en
serio".
Casi inmediatamente, la líder de la Coalición Cívica aclaró
que le daría tiempo al Presidente para hacer esa elección y que no rompería
Cambiemos. Aun así, no ha terminado de despejar todas las dudas en esta guerra
de paciencias mutuas. Quizás porque, como señala el dicho popular, tanto va el
cántaro a la fuente que al final se rompe.
© La Nación
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