martes, 30 de octubre de 2018

La democracia argentina aún no tiene una fecha para celebrar su recuperación

Por Pablo Mendelevich
Otra curiosidad argentina: de la democracia se evoca oficialmente su pérdida, no su restitución. El 24 de marzo, como se sabe, es feriado nacional debido a que ese día comenzó la última dictadura.

Lo instituyó el kirchnerismo por ley en 2006 bajo el nombre de Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia. 

Tres años después, cuando murió Raúl Alfonsín, se le ocurrió al filósofo Samuel Cabanchik, entonces senador de la Coalición Cívica, erigir el 30 de octubre como Día Nacional de la Democracia en recuerdo de las elecciones que significaron, en los hechos, el comienzo de la etapa constitucional más larga de la historia. Hoy van 35 años.

El Senado aprobó la ley del Día de la Democracia luego de que el kirchnerismo tachara del articulado un detalle: no lo quería feriado. Diputados, ni eso. Jamás lo trató. No hubo ley. En parte se entiende que el peronismo exhiba poco entusiasmo en acordarse de cada 30 de octubre. Ese también fue el día en que perdió su invicto. La certeza de que si no ganaba era porque lo habían proscripto.

Nunca el peronismo había perdido en elecciones presidenciales libres. Hasta que Ítalo Luder fue derrotado por Alfonsín por nada menos que 12 puntos porcentuales en sintonía con lo que ocurría en la provincia de Buenos Aires, donde un casi desconocido Alejandro Armendáriz aplastaba al quemador de ataúdes Herminio Iglesias. No había entonces ballottage, aunque el radicalismo igual no lo hubiera necesitado. Con la participación inédita hasta de votos peronistas se arrimó al 52 por ciento.

Nada es inocente en política. ¿Por qué iba a serlo la conmemoración de la democracia? Lo que el sentido común indicaba, evocar el 10 de diciembre de 1983, momento efectivo de la reinstauración, fue lo primero que se descartó. A los K no les molestaba solo la asociación del inmaculado renacimiento democrático con la figura fundacional de Alfonsín, sino el hecho de que el 10 de diciembre fuera también (desde 1950) el Día Internacional de los Derechos Humanos. Alfonsín asumió ese día gracias a una renegociación de fechas que hicieron el PJ y la UCR con los militares, quienes pretendían estirar su propia agonía hasta el 31 de enero de 1984. El nuevo gobierno radical le dio mucha importancia en su momento a la coincidencia de la génesis con el Día de los Derechos Humanos. Luego, los Kirchner, ansiosos por adueñarse del concepto y por sepultar su universalidad, no se preocuparon por borrar del mapa las efemérides, sino por borrarlo a Alfonsín, a quien omitieron de la historia como artífice del juicio a los excomandantes. Cristina Kirchner evitó mencionar el hito incluso el día que "reconoció" con bronce, en el Salón de los Bustos de la Casa Rosada, a un Alfonsín ya muy deteriorado físicamente. Entre bustos presidenciales, contó que ella había llorado por la derrota de Luder. Nada dijo, por supuesto, de que el candidato peronista proponía respetar la autoamnistía de los militares.

Más allá de lágrimas o festejos, aun sin una perspectiva partidista podría decirse que el 30 de octubre de 1983 fue uno de esos días de gran ilusión colectiva. Había un sueño inmenso, magnánimo, bien expresado en el planteo ecuménico del candidato que cerraba sus discursos con el Preámbulo de la Constitución. Un rezo laico que se alternaba con la ilusión por lo que venía: "Con la democracia se come, se cura, se educa". No hace falta remover estadísticas para advertir que allí hubo una decepción a la que le sobra actualidad. El sistema político venerado, respetuoso como nadie de la soberanía popular, no consiguió probar su presunta mayor eficacia en materia de igualdad de oportunidades, desarrollo económico ni sostenimiento de una justa distribución de la riqueza.

Es cierto que se acabaron los golpes de Estado cívico-militares y que eso no es poca cosa. Sobre todo después de que tuvimos seis, que impregnaron el siglo XX y que el sexto fue un genocidio con perdurables secuelas traumáticas. Tras las escaramuzas carapintadas los militares volvieron literalmente a los cuarteles y su poder latente se extinguió. De 1983 en adelante jamás faltaron elecciones cuando menos cada dos años. Si bien con imperfecciones, coexistieron tres poderes y funcionó el Estado de Derecho. Algo similar a lo que se podría decir de las libertades individuales. Pero una inestabilidad persistente impidió el funcionamiento regular del reloj institucional. El sistema se llevó mal con los manuales.

En estos 35 años se contaron diez mandatos presidenciales. Gobernaron ocho personas en siete gobiernos. Las dos reelecciones que hubo armaron los dos gobiernos más largos de la historia argentina, ambos peronistas, el de los Kirchner (con el accesorio imprevisto de la república matrimonial, de doce años y medio) y el de Menem (diez años y medio). Lo cierto es que solo tres mandatos presidenciales (tres sobre diez) consiguieron ajustar su duración a lo dispuesto en forma estricta por la letra constitucional. Fueron el primer mandato de Menem (que tal como mandaba la Constitución de 1853 duró seis años) y los dos mandatos de Cristina Kirchner (que por la reforma de 1994 se extendieron por cuatro años cada uno). El resto estuvo signado por parches. Lo irregular devino rutina. La duración de los presidentes no es una anécdota. En general, los parches estuvieron destinados a reparar salidas anticipadas o caídas de gobiernos (Alfonsín, De la Rúa, Rodríguez Saá, Duhalde), lo que originó períodos extraordinarios acortados (Duhalde medio año) o alargados (Menem y Néstor Kirchner, cuatro años y medio, habilitado el primero por una cláusula transitoria de la Constitución de 1994 y el segundo, simplemente por ley). Hay que recordar que estos contratiempos involucraron más de una vez desfases con los mandatos legislativos. Desbarajustes quizás inadvertidos o subestimados por una sociedad proclive a consagrar las excepciones como lo normal, en ocasiones camuflados mediante el uso de giros propios de los sistemas parlamentarios, como adelantar las elecciones, que son antagónicos con el presidencialismo. Un reloj institucional presidencialista que funciona -al margen de que guste o no el imperio- es el de Estados Unidos.

No parece casual que con Macri, quien está a 14 meses de convertirse en el primer presidente no peronista que completa un período ajustado a las reglas, se hable tan seguido de si "llega" o tiene que "irse antes". En estos 35 años, cuatro presidentes (sin contar, desde luego, a Ramón Puerta y Eduardo Camaño, a quienes erróneamente se los ha llamado presidentes) se fueron antes, sin duda un demérito. Quienes sostienen que la democracia argentina es muy sólida no ignoran el dato, solo que celebran que el sistema incluya la capacidad reparatoria, algo que no enfervoriza por igual a todos los teóricos cuando se discute sobre el colapso de 2001.

Es curioso que para representar la idea de un mandato abortado se haya impuesto como metáfora la palabra helicóptero, debido a que la foto de ese aparato despegando de la Casa Rosada se estandarizó como sinónimo de gobierno en fuga. Habría que recordar que en 1976 la misma foto significaba derrocamiento. Suceso que en la Argentina es feriado nacional.

© La Nación

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