Por Claudio Jacquelin
Nunca la relación entre la Iglesia del Papa argentino y el
gobierno de Mauricio Macri fue armónica, pero jamás las diferencias habían
llegado tan lejos. Tampoco las rispideces fueron tan profundas ni las
distancias habían sido tan largas entre ambos, como las registradas durante
este año y, sobre todo, en estos últimos días. Justo en los momentos en que el
macrismo atraviesa los tiempos más difíciles de su gestión y su imagen muestra
récords de caída.
Las recientes manifestaciones y acciones de tres prominentes
obispos, dos de ellos de indudable cercanía con el Papa resultaron demasiado
elocuentes. Primero, fueron nuevas críticas a la política económica del
gobierno. Luego, hubo cuestionamientos a las decisiones de la Justicia respecto
de exfuncionarios kirchneristas y líderes sindicales investigados por
corrupción y otros delitos. Finalmente, llegaron las insólitas muestras de
cercanía y protección a varios de ellos, especialmente a los sospechados y
sospechosos Hugo y Pablo Moyano .
La secuencia tiene perplejos y molestos hasta a los miembros
del Gobierno más cercanos al mundo eclesiástico. También, una buena parte de
los fieles católicos miran azorados y en algunos casos con desagrado su
injerencia y participación en las cuestiones cívicas del país y el cobijo de
varios prelados a figuras altamente cuestionadas.
En el Episcopado hacen silencio público y en off the record
dicen que esas situaciones no reflejan la opinión de toda la jerarquía
eclesiástica. Toman distancia de la recepción al líder camionero, justo cuando
un fiscal reclamaba la detención de su hijo. También justifican con formalidades
la misa "por la paz social, el pan y el trabajo", celebrada en Luján
por al arzobispo Agustín Radrizzani, en la que hubo durísimas críticas al
modelo económico oficialista y a la Justicia. En esa celebración recibieron la
bendición, en primera fila, los Moyano, el exgobernador Daniel Scioli , los
jefes cegetistas, varios ex funcionarios kirchneristas, miembros de La Cámpora,
referentes del justicialismo bonaerense y numerosos sindicalistas. Una reunión
de peronistas que el 17 de octubre no logró unir.
Pese a la distancia que por lo bajo buscan tomar desde la
cúpula eclesiástica, presidida por monseñor Oscar Ojea, a nadie escapa que
entre el Gobierno y la curia argentina, moldeada por Jorge Bergoglio desde
Roma, hay un choque cultural, para usar una terminología de estos tiempos.
Entre la cosmovisión que expresa Macri y la que inspira la Iglesia hay
diferencias radicales. La práctica política y la crítica realidad económica no
ha hecho más que ahondarlas.
La historia de vida, la perspectiva política y las relaciones
personales de muchos de los principales obispos argentinos tienen pocos
anclajes en el actual gobierno y notables diferencias con el sentido de sus
políticas. Por el contrario, abundan los puntos de contacto con el universo
panperonista y, en cierto sentido, muchos de ellos terminan coincidiendo con el
kirchnerismo, que considera a la actual administración un paréntesis histórico
de un orden nacional y popular que ellos pregonan y encarnan. A su entender, el
macrismo representa una anomalía liberal, antinacional y antipopular en el
devenir de "la nación católica", como diría el intelectual italiano
Loris Zanatta.
Si se repasa la historia de los dos jerarcas que recibieron
con particular deferencia a Moyano en estos días, parecen quedar pocas dudas.
El titular de la pastoral social, monseñor Jorge Lugones, es hermano del
exinterventor de la policía bonaerense en tiempos de Eduardo Duhalde, y tío del
exintendente peronista de La Plata, Pablo Bruera, a quien los vecinos afectados
por la inundación de 2013 aún recuerdan con escaso afecto. También es tío de
Mariano Bruera, con problemas con la justicia y a quien el exjuez Cesar Melazo,
actualmente detenido, excarceló de manera cuestionable.
Lugones ya había sido particularmente duro en junio pasado
frente a dos funcionarias oficialistas de clara cercanía con la Iglesia, como
la gobernadora María Eugenia Vidal y la ministra de Desarrollo Social de la
Nación, Carolina Stanley. Ante ellas, que habían concurrido como invitadas a
unas jornadas de la Pastoral Social en Mar del Plata, el obispo puso en duda
lisa y llanamente la sensibilidad social del Gobierno.
El arzobispo de Luján-Mercedes, Agustín Radrizzani,
anfitrión de los gremialistas, políticos peronistas y dirigentes sociales que
promovieron la misa devenida en multitudinario acto opositor, siempre fue
considerado un obispo cercano al "campo nacional y popular". De su
época de obispo de Neuquén conservó lazos con el ex secretario general de la
presidencia del kirchnerismo, Oscar Parilli, y supo mantener una más que
cordial relación con el matrimonio Kirchner, aún en las épocas del conflictivo
vínculo de Néstor y Cristina con el entonces cardenal Bergoglio. Solía elogiar
y agradecer públicamente a ambos, al amparo del aporte del gobierno nacional a
la restauración de la histórica basílica. En su diócesis se encuentra el famoso
convento donde el ex secretario de Obras Públicas, José López, dejó los bolsos
con casi nueve millones de dólares.
Por si faltara un vínculo más directo con el Papa, deben
contabilizarse las críticas al Gobierno recientemente expresadas por uno de los
hombres a los que más escucha el pontífice y que más influye sobre él tanto en
términos teológicos como políticos. El obispo de La Plata, Víctor
"Tucho" Fernández había precedido a Radrizzani el viernes 5 de este
mes cuando participó de una oración por la paz junto con dirigentes sociales
como Emilio Pérsico y sindicalistas claramente anti macristas como el docente
Roberto Baradel.
En el macrismo miran con preocupación esta deriva de los
obispos y los que mantienen su pertenencia a la Iglesia dicen no entender las
fotos y los gestos "con algunos de los personajes más cuestionados y
rechazados de la política". Pero todos prefieren no hacerlo público. No
están en condiciones de tener que afrontar más problemas, menos con actores con
tanta influencia. Además, después de lo que le ocurrió a Vidal y Stanley no
quedan muchos más interlocutores viables, sobre todo por la recurrencia y el
estrépito de los hechos nuevos, que se producen después de algunas señales
enviadas por el Episcopado para distender la situación.
Un factor extra aporta el cambio registrado en la Secretaría
de Culto, tras la salida del experimentado y probado político católico Santiago
de Estrada. Su lugar fue ocupado por un macrista de baja densidad política: el
joven Alfredo "Frechu" Abriani, que ya había ocupado ese cargo en la
gestión porteña.
En los sectores más laicistas de Cambiemos las opiniones son
mucho más cáusticas y podrían resumirse en la calificación que hace del Papa
argentino un irreverente politólogo, que goza de influencia en un sector de la
coalición oficialisa: "En lugar del vicario de Cristo en la Tierra, a
veces Bergoglio parece el vicario de Perón en la tierra".
Los cuestionamientos y la distancia con el Vaticano y sus
representantes locales, no impiden que en estos sectores también se haga
autocrítica por la forma en la que el Gobierno ha manejado ciertas políticas
públicas.
Las huellas del
aborto
"No hay que desatar procesos que no se está dispuesto a
conducir, porque siempre terminan mal". Esa podría ser la enseñanza que dejó
el llamado al referéndum que hizo el ex primer ministro inglés David Cameron y
que terminó en el Brexit y de la que en el gobierno de Macri nadie parece haber
tomado nota cuando habilitó el debate, sin adoptar una posición al respecto,
sobre la legalización del aborto.
"Los grandes problemas hay que afrontarlos y no
eludirlos". La frase la dijo el premier británico para justificar la
consulta que terminó con la traumática y aún no saldada decisión británica de
salir de la Unión Europea. Podría ser del presidente argentino. Es lo que pensó
y dijo cuando decidió en febrero de este año impulsar el tratamiento de la
interrupción voluntaria del embarazo. Al final, el proyecto concluyó con el
rechazo en el Senado, pero aún no se cerró el tema y dejó abiertos más
conflictos que los que había antes de que empezara a debatirse en el Congreso.
Los impulsores del aborto le reprochan ahora al macrismo la
falta de decisión y definición. Y algunos lo acusan de haber boicoteado la
legalización. La Iglesia católica, el resto de las confesiones y sus fieles más
conservadores le recriminan haber abierto el debate y ponerlo a las puertas de
la aprobación. Ahora unos y otros le pasan facturas.
La Iglesia encuentra en la crítica situación económica un
atajo para cobrarse esa y otras cuentas que vienen de más lejos y son más
profundas. El kirchnerismo en su totalidad, buena parte del peronismo político
y sindical y otros adversarios del Gobierno lo aprovechan y lo celebran. Pero
es posible que el conflicto resulte muy costoso para todos.
© La Nación
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