Por Claudio
Jacquelin
El Gobierno busca cualquier remanso para tratar de enfocarse en el juego
que mejor juega y que más le gusta, pero la realidad se empeña en desbaratarle
los planes. La economía primero, las disputas internas de Cambiemos y
los traspiés de los últimos días conspiran con su objetivo de ponerse en
"modo electoral". Pero no deja de
intentarlo.
El foco en las elecciones del año próximo permite
explicar muchas de las acciones adoptadas en los últimos días. Jaime Durán Barba fue explícito en las
jornadas realizadas el martes pasado con la consigna "Argentina, cambio
cultural". El gurú macrista refutó allí los cuestionamientos de sus socios
de la coalición oficialista, y también de varios oriundos de Pro, sobre la
necesidad de diferenciar la comunicación electoral de la comunicación
gubernamental.
Aunque al núcleo más duro del macrismo lo irrite cualquier paralelismo
con el gobierno kirchnerista, la estrategia de la campaña permanente, que
instaló Néstor Kirchner apenas asumió la
presidencia, está en el centro del ideario duranbarbista, abrazado con fervor
tanto por el jefe de Gabinete, Marcos
Peña , como por el propio presidente Macri.
El lema que reunió a la dirigencia de Cambiemos no solo es el leitmotiv que
inspira al oficialismo, sino que el "cambio cultural" es el argumento
central para explicar políticas, justificar dificultades y relativizar errores
en estos meses en los que la gestión económica reporta sinsabores. Lo refuerzan
los voceros gubernamentales, que suelen quejarse de quienes no se lo reconocen.
Y lo hacen aun en estos días en los que la "superioridad ética" de
Cambiemos fue puesta en duda por la propia Lilita Carrió , la garante de la transparencia del
espacio.
Los sondeos siguen mostrando que la imagen del Gobierno, la popularidad
de Macri y la opinión sobre la mayoría de la dirigencia oficialista siguen en
descenso, aunque mucho menos de lo que podría suponerse gracias a la
polarización dominante entre Macri y Cristina Kirchner . Esa tendencia de
las encuestas ayuda a que todo se interprete en clave de elecciones. Lo hizo
Carrió cuando creyó ver en algunas de las acciones del Gobierno y en
declaraciones de funcionarios, como el ministro de Justicia, la confirmación de
una estrategia para sostener el universo binario y evitar que la Justicia ponga
en riesgo una nueva candidatura de Cristina. Al menos antes de tiempo.
Para los comunicadores del Gobierno, lo que no puede tolerarse es que se
ponga en duda que el gobierno de Macri ha emprendido un camino destinado a
cambiar una cultura (política, económica y social) causante de que la Argentina
acumule siete décadas de retroceso. A esa batalla dedican todos sus esfuerzos.
Los discursos motivadores, puertas adentro, se complementaron la semana
pasada con una sucesión de anuncios tendientes a recuperar las expectativas y
el apoyo de las clases medias y la pequeña burguesía, tanto en materia de
vivienda como de estímulo a la mediana y pequeña empresa. Allí es donde más se
ha deteriorado la confianza en el oficialismo para llevar a cabo la
transformación que prometió.
Una intensa difusión de logros en seguridad, especialmente en materia de
lucha contra el narcotráfico y con la disminución de
los índices de homicidios, corrió a la par de aquellos anuncios. En esta
cuestión, también altamente sensible para los sectores medios, el oficialismo
está convencido de que es donde tiene resultados para mostrar del cambio que pregona
y encarna. Y no quiere que los ensombrezca el resto de los traspiés.
La ministra Patricia Bullrich fue la figura que
más expuso el Gobierno durante la semana para difundir resultados de su gestión
y poner el foco sobre referentes de los movimientos sociales y del gremialismo
que, según denunció, buscan alterar la paz social. No importó que detrás de eso
se pudiera advertir una confrontación con su par de Desarrollo Social, Carolina Stanley . Tampoco se aclaró
si fue una casualidad que la elevación de su perfil coincidiera con el
estrepitoso triunfo en la primera vuelta de la elección presidencial de Brasil de Jair Bolsonaro , que hizo del combate
contra la inseguridad y el delito, sin límites de ningún tipo, su plataforma
electoral.
Lo que sí se sabe y se admite puertas adentro del Gobierno es que no fue
casualidad que Bullrich marcara su diferencia de visión y de acción con
Stanley. También hay que interpretarlo en el lenguaje de las elecciones. La
ministra de Desarrollo Social, que ha hecho del diálogo y la negociación con
los referentes sociales una práctica virtuosa, es mencionada habitualmente casi
como la candidata natural para acompañar a Macri en la fórmula presidencial de
2019, repitiendo lo que el Presidente hizo cuando buscó la reelección en la
ciudad de Buenos Aires y compartió el binomio con María Eugenia Vidal . La ministra de
Seguridad sueña con ese mismo lugar.
Esa pelea también recién empieza y promete varios capítulos. A Macri le
gusta estimular la competencia interna y Bullrich es una apasionada del
combate. No por nada en el oficialismo hacen un juego de palabras con las
primeras letras de su nombre y de su apellido: la llaman "la patbull del
Presidente".
Esa compulsión al riesgo y a los daños autoinfligidos recurrentes
parecen caracterizar la gestión macrista. Tanto como la dificultad para
contener a los propios.
El involucramiento en los temas nacionales de los dos principales
referentes territoriales del macrismo -Vidal y Horacio Rodríguez Larreta - terminó el
fin de semana de los cambios de gabinete que no fueron. Ninguno de los dos
quiere hablar en estos días de otra cosa que no sea de sus propias gestiones.
Todo es parte de un orden interno en crisis.
Las discrepancias sobran y no se ocultan. No las disimula tampoco el
radicalismo, que ha vuelto a sentirse fuera de la toma de decisiones. La
aplicación de la tarifa complementaria del gas sin su conocimiento previo
reforzó sus prevenciones. Pero la solución que impusieron dejó abierta otra
herida en la confianza interna.
El macrismo se jacta (y sus adversarios se lo reconocen) de su aptitud
para hacer campaña. Tiene conocimiento y tecnología, pero sobre todo sabe que
logra el mejor funcionamiento de su maquinaria comunicacional y política cuando
su dirigencia se enfoca en las elecciones. Y es cuando más se ordena su
espacio.
Orden es lo que añora y padece el oficialismo en estos tiempos en los
que el resultado de la administración, en lugar de aglutinar, dispersa.
Las desventuras de la oposición, en sus diversas versiones, ayudan para
que, pese a todos los problemas sin resolver, el macrismo sueñe con poder
enfocarse en el calendario electoral y que eso reporte también beneficios a la
gestión. Puede parecer una utopía cuando nada indica que ya haya pasado la
estación de las tormentas, pero en la Casa Rosada confían en sus antecedentes y
en que la mayoría de los inconvenientes son producto de las batallas por el
"cambio cultural". Peña y Durán Barba ya están dedicados a lo que
mejor juegan y más les gusta. Tienen todo el aliento y siguen gozando de toda
la confianza de Macri.
© La Nación
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