Por Fernando Savater |
El apasionado se atropella y carece de matices: el fingidor los
tiene todos y los administra como conviene. El comediante no debe contagiar el
horror y la hilaridad, sino provocarlos en el espectador con sabio trucaje.
“Hipocresía” viene de la voz griega que significa “actuar” en escena.
Esta reflexión
ilustrada no sólo sirve para el teatro, sino también para la política. Los que
quieren entusiasmar o indignar al pueblo deben conocer bien la retórica de las
pasiones (como Marco Antonio en Julio César de
Shakespeare), no padecerlas.
De modo que echar
en falta la empatía en asuntos gubernamentales no significa una carencia
cordial sino racional. Ciertos políticos reclaman empatía como quien pide otra
ronda para todos a fin de acabar con la gresca que ha surgido en el bar. Cuando
estén todos borrachos, lograremos tenerlos contentos.
Distinguir los
derechos y deberes que están en juego es complicado y finalmente la
deliberación del que manda deja descontentos, porque todo el mundo puede tener
motivos sentimentales pero no todos tienen razón.
Así que evitemos
disgustos, llenemos de nuevo las copas y entonemos a coro algún estribillo
nostálgico. Hace tiempo, José Antonio Marina me comentó que, según los
estudiosos, el gremio más pródigo en empatía es el de los estafadores.
© El País (España)
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