Por Fernando Savater |
¿A quién le importa tal
pretensión? Solo cuenta lo que ha dicho, al diablo con lo demás. De modo que
del género solo se salvan las narraciones que cautivan por su imaginación y
nervio, dejando a un lado su mensaje: los portentosos relatos de H. G. Wells,
las distopías de Orwell y Huxley, cosas de Ray Bradbury, Stanislaw Lem y Arthur
C. Clarke, joyas como El signo del perro de
Jean Hougron…
También ahora las
novelas de China Miéville, de estructura general y momentos magistrales,
lastradas a veces por excesos de redundancia: le gusta demasiado escribir,
afición peligrosa. Pero nadie ha destripado la pringue urbana de Londres como
él —su épica y su lírica— en El rey rata o Kraken, ni ha rentabilizado mejor la herencia
surrealista en Los últimos días de Nueva París. Su
libro del desasosiego es La ciudad y la ciudad, relato policiaco que transcurre en la
ambigüedad de dos ciudades superpuestas pero maniáticamente forzadas a
ignorarse para no reconocer que son la misma.
La infiltración
terrorista, la imbecilidad del separatismo excluyente, el rechazo al prójimo
porque se nos parece demasiado… tentaciones alegóricas sucesivamente
descartadas por el brío enigmático de una trama que se apodera del lector sin
necesidad de poner en limpio conclusiones ideológicas. Vivimos ya entre esas
dos ciudades gemelas y enfrentadas, el resto es la bendita literatura.
© El País (España)
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