Jair Bolsonaro |
Pocos candidatos extranjeros han despertado tantas temores y
dudas y desatado tantas especulaciones en la Argentina sobre su futura gestión
como el flamante presidente electo de Brasil. Es el enigma Jair Bolsonaro. Un desafío, pero tal vez
también una buena oportunidad para el último año de mandato de Mauricio Macri.
Sobre todo, después de
confirmarse que su triunfo fue contundente, pero menos holgado de lo que se
preveía al final de la primera vuelta.
Todo, después de confirmarse que su triunfo fue contundente,
pero menos holgado de lo que se preveía al final de la primera vuelta.
Esa podría ser la mejor síntesis de los análisis que hacen
en las primeras horas posteriores a la
elección funcionarios del Gobierno,
dirigentes de la oposición, diplomáticos argentinos y expertos en las
relaciones argentino-brasileñas, dispuestos a arriesgar algunas hipótesis, pero
sin ánimo de intentar ningún pronóstico asertivo.
Nadie sabe aquí, como
tampoco en Brasil, cuántos de los exabruptos y excesos enunciados durante su
campaña intentará hacer realidad Bolsonaro, pero sí se sabe que todo lo que
haga resultará relevante para los argentinos.
El nivel de interrelación es tan elevado que las decisiones
que pueden tener fuerte impacto en la economía y en la política de la Argentina
son de orden multidimensional. Importarán las medidas que adopte en el plano
interno (sean económicas, de seguridad o institucionales) tanto como la
relación que establezca con las grandes potencias, el carácter de los vínculos
regionales que desarrolle y, obviamente, la relación bilateral que mantenga con
la Argentina.
Por eso, ante la imprevisibilidad que representa Bolsonaro y
la incorrección política (como mínimo) de sus manifestaciones, hay una
coincidencia bastante extendida aquí: Macri debería reforzar la imagen de que
su objetivo es sostener y reforzar el vínculo con Brasil, antes que construir
una alianza político-personal con el presidente electo.
"Nadie duda en la dirigencia argentina de que Brasil es
y debe seguir siendo un socio estratégico para la Argentina, al margen de quién
lo gobierne. Y con ese propósito y sobre esa base estructuraremos nuestras
relaciones en beneficio mutuo", explica Fulvio Pompeo, secretario de
Asuntos Estratégicos de la Presidencia y uno de los dos hombres decisivos del
Gobierno en el área de las relaciones exteriores.
"Si yo fuera Macri, no hablaría de Bolsonaro, sino de
Brasil", coincide y explicita el académico Federico Merke, investigador
del Conicet y director de las carreras de Ciencia Política y Relaciones
Internacionales de la Universidad de San Andrés.
En un país polarizado como nunca, con años de recesión o
estancamiento económico, atravesado por la corrupción, con elevados índices de
inseguridad y delitos violentos y con una población enojada y hastiada de sus
clases dirigentes, la gobernabilidad aparece como el primer gran desafío para
el nuevo presidente, que no asoma predispuesto precisamente a fortalecer la
convivencia política y fomentar la tolerancia social.
La situación se torna más inquietante cuando se incluyen en
el análisis las posibles disputas o diferencias dentro del flamante oficialismo
entre liberales y nacionalistas y la falta de experiencia o de pergaminos en la
articulación de acuerdos político-parlamentarios. El Partido Social Liberal
(PSL) será en el Parlamento la segunda minoría. La desconfianza internacional
despertada por Bolsonaro durante la campaña electoral completa el inquietante
cuadro.
¿Qué puede tener de positivo todo esto para la Argentina?
¿Por qué el Gobierno y varios especialistas consideran que es una oportunidad para
Macri? En las circunstancias en las que se produce la elección de Bolsonaro
estaría la respuesta, antes que en sus inquietantes características.
Descartada la posibilidad de que el PT, desplazado del poder
por los escándalos de corrupción, volviera al gobierno, disipó una de las
inquietudes obvias del macrismo. Acaba de romperse el espejo en el que soñaban
verse el kirchnerismo y sus seguidores: una reivindicación electoral del
partido del encarcelado expresidente Lula.
Al mismo tiempo, el resultado logrado por Fernando Haddad demostró que el petismo mantuvo una
centralidad capaz de sostener la polarización y obturar la emergencia de un
tercer actor superador de la grieta. Otro alivio para el oficialismo argentino.
Siempre que Cristina Kirchner no aprenda la lección que recibió su admirado
Lula, renuente hasta el final a dar un paso al costado.
En el Gobierno, no temen, por otra parte, que en la
Argentina pueda surgir un émulo de Bolsonaro. Entienden que el macrismo fue un
adelantado como emergente del fin de ciclo de la "vieja política". El
gurú Jaime Durán Barba trazó algunos paralelismos entre las campañas de Macri
en 2015 y la del excéntrico brasileño que acaba de ser elegido presidente.
El escenario internacional aporta otros datos que sostienen
alguna mirada positiva frente a este resultado. La condición de anfitrión del
G-20 de la Argentina, en medio de un recambio en los gobiernos de la región y
de un viraje en la orientación ideológica hacia la centroderecha, permiten a
los analistas sugerir que Macri podría aprovechar el contexto para convertirse
en un referente relevante para Bolsonaro y un interlocutor de los grandes
países para articular relaciones y evitar saltos al vacío.
Las relaciones con Estados Unidos y China juegan aquí un
papel determinante. Durante su campaña, el impredecible mandatario electo
definió sus preferencias por Estados Unidos y deslizó objeciones a China, que
rápidamente debió atenuar. Así como Brasil es el principal socio comercial de
la Argentina, la potencia asiática lo es de su país. Enviados de la cancillería
china se lo recordaron con rapidez y eficacia. La Argentina está en estos
momentos haciendo un complejo juego de equidistancias y equilibrio entre Donald
Trump y Xi Jinping. Se propone hacer saber a todas las partes que puede
compartir ese know-how.
En el gobierno argentino visualizan tanto un afianzamiento
de las relaciones de Brasil con Estados Unidos en cuestiones de defensa como la
continuidad del vínculo comercial con China. Tal vez sea una extrapolación de
lo que intenta el macrismo.
Si, como dice Merke, un Brasil estable y que crezca hace al
interés nacional argentino, allí es donde debería poner el foco el gobierno de
Macri, y podría ayudarse a sí mismo ayudando a la nueva administración
brasileña. Imprescindible cuando se advierte cómo se achicó el flujo del
comercio en estos años y la necesidad de revitalizarlo que tiene la Argentina.
Aunque aquí las dudas sobreabundan sobre la orientación que terminará dándole
Bolsonaro a su gestión, entre la adscripción absoluta al liberalismo de su
referente económico Paulo Guedes, el arraigado nacionalismo de su base y origen
militar, y el proteccionismo del empresariado brasileño no transnacionalizado.
El otro aspecto relevante para la Argentina es determinar
qué se propondrá el gobierno de Bolsonaro con el Mercosur. En la Cancillería
sugieren que se avanzará hacia un organismo más flexible, "un Mercosur del
siglo XXI", dicen, sin abundar en precisiones.
Más precisos son respecto de la necesidad de concretar el postergado
acuerdo del bloque regional con la Unión Europea. "Tenemos que lograr que
vean que es beneficioso como lo vemos nosotros y que sea rápido, porque tenemos
tiempo hasta abril para concretarlo. Después, por las situaciones internas de
los países europeos, se complicaría", explican en el Gobierno. Mucha
urgencia para un mandatario que recién estaría sentándose en el sillón y que,
según todos coinciden, carece de conocimientos certeros sobre política
internacional. Habrá que ver si Macri logra construir esa confianza.
Todo eso, claro, con el desafío mayúsculo que implica para
Macri constituirse en un socio sin ser visto como un aliado, si es que
Bolsonaro concreta en su gestión las alarmantes expresiones racistas, xenófobas
y discriminatorias de cualquier minoría con las que hizo campaña. El macrismo,
al igual que varios analistas, se ilusiona con que no se harán realidad. Invoca
los frenos y contrapesos de las instituciones de Brasil y la convicción de que
no todos sus electores lo votaron por esos exabruptos ni estarán dispuestos a
tolerarlos.
Si lograra posicionarse en ese lugar de socio, pero no
aliado, el presidente argentino podría sacar provecho de la nueva realidad.
Pero es demasiado temprano para aventurar resultados, tanto como para saber si
Bolsonaro aceptará ese vínculo.
Al fin y al cabo, como lo definió uno de los hombres más
cercanos a Macri, "estamos ante la aparición de un animal nuevo y todavía
no tenemos idea de qué especie es". Un enigma, un desafío y, quizás, ¿una
buena oportunidad para Macri?
© La Nación
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