Un electorado
polarizado políticamente que detesta a
los partidos políticos tradicionales y
que se siente inseguro podría optar por el fascismo.
Jair Bolsonaro |
Por Sergio Muñoz Bata
De no suceder un milagro, el próximo domingo los brasileños
tendrán un nuevo presidente que representa una amenaza seria a la democracia,
la nación y probablemente al continente americano.
Jair Bolsonaro, un militar retirado que suspira por las
épocas en las que Brasil fue una feroz dictadura militar, es racista en un país
donde más de la mitad de la población es de raza mixta, negra, asiática o
indígena; es un misógino desvergonzado que distingue a las mujeres que violaría
en función de su belleza: con las guapas podría ser, con las feas nunca. Es
homofóbico a tal extremo que ha dicho que preferiría a su hijo muerto que gay.
Su estilo de liderazgo es familiar y aterrador: Se dice de
“mano dura” como Putin, Xi Jinping, o Duterte. Aunque algunos comentaristas le
colocan como un eslabón más de una cadena de líderes conservadores como Macri,
Piñera o Duque pero para mí esta comparación es completamente disparatada. Las
credenciales democráticas de estos tres no admiten similitudes con un militar
de tendencia fascista.
También se le ha comparado con líderes mesiánicos que se
presentan como salvadores de sus pueblos como Hugo Chávez y Maduro. Más
atrevido, Moisés Naím, le ha comparado con el mexicano Andrés Manuel López Obrador. Una comparación que a Peter Hakim,
presidente emérito del Diálogo Interamericano le parece “ridícula”. Según
Hakim, AMLO es un político con mucha
experiencia, no es extremista ni autoritario y cuyo gobierno, me dice,
“sospecho que será más de centro que de izquierda”.
Yo también creo que la comparación es desproporcionada
aunque no comparto el optimismo de Hakim sobre AMLO. El hecho de que ambos
hayan manifestado públicamente su predilección por dictadores del pasado
latinoamericano: Bolsonaro admira a Pinochet y AMLO a Fidel Castro, me
inquieta.
También es evidente que Bolsonaro se ha esforzado por
construirse como una burda imitación de Donald Trump pregonando un nacionalismo
ramplón, hablando con desprecio de las instituciones, maltratando a la prensa
sensata que no le adula y atacando a los tribunales de justicia con el fin de
imponer su estilo personal de gobernar.
Lo cierto es que la imagen del “hombre fuerte” que promete
“ley y orden” propuesta por Bolsonaro parece haber convencido por lo menos a la
mitad de un electorado polarizado políticamente, enfrascado en una guerra
cultural contra la igualdad de género y sexual, que detesta a los partidos
políticos tradicionales y se siente inseguro en una sociedad violenta. Los
votantes que se inclinaron por Bolsonaro son, en su mayoría, hombres de raza
blanca, mayoritariamente evangélicos y con educación universitaria que hoy se
han unido en su rechazo a Luiz Inácio Lula da Silva y a su Partido de los
Trabajadores.
Del desolador panorama de problemas que enfrenta el país
destaco dos íntimamente relacionados: uno económico y el otro político.
El sistema de pensiones es un desastre porque es
excesivamente generoso y carece de los fondos necesarios para sostenerlo. No
hay límite de edad para el retiro y sus beneficios son incomparablemente más
generosos que en el resto de los países del área. Para colmo de males, no solo
el sistema brutalmente regresivo en tanto que beneficia más a los ricos que a
los pobres, sino que la demografía está en su contra. La población mayor de 65
años se triplicará para 2050. Su déficit presupuestario oscila 8% en 2017 y
está tres o cuatro puntos por arriba del promedio proyectado por la OCDE para
Latinoamérica. La deuda del sector público ronda el 74% de PIB y el la
calificación crediticia del país no es buena lo que aumenta considerablemente
el costo de nuevos préstamos.
El problema político es la fragmentación de los partidos en
el Congreso. Aunque el PT tendrá el mayor número de diputados, Bolsonaro podría
construir una mayoría en coaliciones con otros partidos, un tema que preocupa a
Hakim en tanto que “serían alianzas basadas en intereses particulares cuyos
objetivos serían obtener puestos y prebendas más que una agenda común de
gobierno y esta amalgama de intereses encontrados derivarían en un gobierno
volátil, errático y débil”.
Lo que Brasil necesita es un líder capaz de implementar
reformas pragmáticas y con una notable habilidad política para poder conciliar
posiciones con los principales partidos políticos. Un perfil que le queda
enorme a Bolsonaro.
© Letras Libres
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