Por Nelson Francisco Muloni |
La sensatez, luego, es estragada en aras de la estupidez y,
como diría Paul Tabori, esta última “es la mayor tragedia del mundo”.
Podemos ver ejemplos en cada trajín diario. Basta abrir las
ventanas de los medios de comunicación anche
las redes sociales y observaremos la miseria humana convertida en flagelo
social, político, económico y en cada hendidura institucional (o no), veremos
fluir la falta de valores y hasta la más vulgar engañifa.
Hoy, estupidez y corrupción mediante, el victimario se
convierte en víctima y la víctima pasa a ser victimario aun cuando la lógica
rumbeara en sentido contrario. Discepolín adquiere dimensiones casi míticas, con
las advertencias invulnerables de su Cambalache.
Los asaltantes acusan a los asaltados en “la vidriera irrespetuosa” a que nos
ha conducido la miseria humana.
Pero, en la vulgar cotidianeidad ocurre lo mismo. De allí
que de ésta derive aquella otra mayor. Un relato personal, breve, puede ser
demostrativo de este patetismo humano. Hace cuatro meses que mi suegro fue
atropellado por un automóvil conducido por el joven llamado Emilio
Pérez Peralta.
El padre de mi esposa aún está en terapia intensiva con
graves lesiones cerebrales. El joven, al que considero un criminal, no se hace cargo del hecho. Por el contrario, su familia
acusa a la mía de ser “irrespetuosa”. Aducen hostigamientos inexistentes por el
simple hecho de haberles reclamado el crimen
y mirarlos con reproche. Ahora, de pronto, toda mi familia fue denunciada ante
una fiscalía por “amenazas”.
No vengo a hacer una contradenuncia pública de esto. Ya
hablarán los abogados. Sólo intento mostrar que, en la convivencia, diríamos
vecinal, casi pedestre (la del “buen día, vecino, ¿cómo amaneció hoy?”) puede
configurarse el espacio para que germine allí la horrenda miseria humana.
Aquella de la vileza, de la pesadumbre moral, de la inteligencia menguada, de
la pura superficialidad.
Allí, en el más puro núcleo cercano a cada uno de nosotros,
surgen los majaderos que, a la corta o a la larga, nos embretarán en un cúmulo
desapacible que, como sociedad, nos llevarán al borde del abismo. Por eso,
políticamente, en medio de la confusión que desatan los miserables, nos
equivocamos y tardamos demasiado en darnos cuenta del error. Nos desgarramos en
pasiones que nos agrietan como sociedad y nos pulverizan como personas.
Por eso, cada víctima continuamente podrá ser convertida en
victimario cuando la obligada idiotez que nos rodea nos pegue un cimbronazo que
nos deje estupefactos, sin comprender demasiado que la miseria humana es
carente de todo principio porque su basamento será, siempre, la estupidez. Y,
como diría Oscar Wilde: “No hay mayor pecado que el de la estupidez”.
© Agensur.info
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