domingo, 16 de septiembre de 2018

Una peligrosa nostalgia por el viejo régimen

Por Jorge Fernández Díaz
La codicia nos vuelve burdos. "Quiero una guita por mes", susurra el periodista, y el ministro de la gobernación traga saliva: "No sé de qué me estás hablando". Toman café en un bar de La Plata, y el periodista es una estrella de la televisión; le preocupa, como a todos, el déficit fiscal. "Raro que no entiendas, porque el que antes ocupaba tu cargo sí la ponía, todos los meses".

Se refiere, con algo de nostalgia, a la administración sciolista, pero el colaborador de Vidal es nuevo y tiernito, y no comprende muy bien los códigos. "A mí me da igual si la ponés vos, si la ponen a través de un área de la gobernación o por medio de la SIDE, pero si no quieren quilombo, hay que ponerla", dice el comunicador. Es una amable amenaza. Hugo Alconada Mon describe en La raíz de todos los males también la corrupción de los medios, para no dejar afuera del gran reino del pecado ni siquiera a sus propios colegas. Con idéntica precisión desnuda el management de la venalidad que practican los hombres de negocios. Comienza por una escena digna de Puzzo, con la cena de camaradería de todos los viernes, donde amantes de la institucionalidad y del libre mercado pactan los ganadores de cada licitación, en un círculo cerrado que simula competencia, crea sobreprecios y habilita los sobornos. Estos mismos enjuagues, en la Cámara Argentina de Empresas Viales se hacían frente a la imagen de la Virgen de Luján, patrona de la seguridad vial, que presidía la sala de reuniones: antes de comenzar cada sesión, la daban vuelta para que la Madre de Cristo no presenciara los actos deleznables. Con su pluma Montblanc de mil dólares, un empresario le explica a Alconada Mon cómo se pagaban las cometas: "El funcionario pide el 10%. A eso sumale otro 5% para el ganador (porque no voy a correr el riesgo de pagar una coima sin un 'premio' para mí, ¿no?). Y a eso añadile otros 2 puntos para las empresas que perdieron". La cuenta se complejiza, y es tratada dentro de la escala de costos y como parte normal del business plan. Hay una tasa de evasión fiscal, un costo de oportunidad, rubros de logística (para pagar valijeros, choferes, lavadores) y un seguro de riesgo, "dinero de reserva para el caso de que el soborno salga a la luz y haya que pagarles a abogados, fiscales y jueces".

Más adelante, el libro narra la tradicional llamada del 22 de diciembre que un operador, con contactos en los servicios, suele  hacer a ciertos funcionarios judiciales que se atreven a la independencia. El operador supuestamente desconoce el número de la casa particular del díscolo, y este no figura ni siquiera en guía, pero eso no le impide sorprenderlo con un telefonazo en vísperas de Navidad. Tampoco conoce, por supuesto, a su esposa ni a sus hijos, pero se los menciona prolijamente por sus nombres. Al final, lo saluda: "Espero que lo pase muy bien y que llegue vivo al año próximo". Jueces que son rehenes de la política, y políticos que son rehenes de los jueces. Cuando el ministro Germán Garavano anunció el plan Justicia 2020 para diluir el poder de Comodoro Py, un intermediario le hizo llegar el sutil mensaje de un magistrado: "Decile que lo voy a meter preso". En el andarivel del gremialismo, el autor pone en negro sobre blanco el caso del Pata Medina para explicarnos el funcionamiento general de los sindicatos en la Argentina, con excepciones que solo confirman la regla: "Apretaba a los empresarios que pretendían construir edificios de más de seis pisos, les exigía el 10% de los departamentos, les ponía obreros -carentes de capacitación y que no trabajaban-, ubicaba a mujeres en cada obrador por 'cuota de género' -que tampoco laburaban-, les cobraba 'bonos' y 'colaboraciones' para los días del Niño y del Trabajador, las Fiestas y por 'final de obra', y definía a qué empresas de catering -¿suyas?- debían comprarles las viandas". Cortaba calles, acumulaba filmaciones de amenazas, y hacía negocios espurios con la aquiescencia de la policía, la Justicia y los partidos. Ese capítulo se dedica también a otros gremios que ejecutaban metodologías similares, y está plagado de ejemplos escandalosos con patotas, contubernios y enriquecimientos mutuos. Los sindicalistas que "arreglan" son luego impiadosos "comisarios políticos" en las fábricas y su modus operandi resulta un fuerte desincentivo para generar empleo, triste paradoja de la columna vertebral del Movimiento. Hugo Alconada, que durante 18 años ha investigado exhaustivamente este fenómeno, no excluye a ninguna institución ni a ninguna fuerza política; muestra incluso cómo el oficialismo se ha visto tentado a contratar agentes turbios, a pactar con gánsteres gremiales y a utilizar los mismos métodos de recaudación trucha que los demás. Y cómo vacila a veces frente a una "casta" que le exige seguir su juego, a riesgo de incendiar el país. "Si tuviera que definir a Macri frente a este asunto, lo haría como aquellos viejos dibujos animados, acechado por un diablito y por un ángel", me dice.

La lectura de su magnífica obra, la visión unificada de todo este enorme entramado, hace pensar que ya no estamos hablando de mera corrupción, sino de una vasta cultura argentina, un sistema oscuro y masificado de cohabitación entre corporaciones, un pacto de coexistencia basado en el dinero sucio. Un repugnante método de gobernabilidad. Y ese problema, más allá de las noticias puntuales de cada día y de sus olvidos posteriores, no está en el centro de la agenda, a pesar de que es el principal culpable del fracaso económico y el estrago social de las últimas décadas, y también de las recurrentes rupturas institucionales cuando quienes gobiernan no gerencian a las mafias inarticuladas, sino que las combaten por acción u omisión. El problema es tan grande que parece por momentos invisible. Y obliga a reflexionar sobre la contradicción que implica atarle las manos a un gladiador y arrojarlo al Coliseo con los leones hambrientos, exigiéndole que no haga trampa, que los derrote y que salga vivo y entero de la contienda. Cambiemos tiene el mandato de no manejar la Justicia, ni pagar al periodismo extorsionador, ni confraternizar con la mafia, ni utilizar a los espías para los carpetazos y las presiones, ni pactar con las bandas de policías, ni repartir premios y castigos entre los dirigentes y legisladores, ni realizar represalias económicas u operativas, ni violar el federalismo, ni someter a los gobernadores e intendentes a la servidumbre, como hizo repetidamente el peronismo. El resultado de esa praxis, con sus más y sus menos, inquieta a este verdadero "poder permanente". Que está acorralado y ofendido, y que habitualmente genera paz social o desestabilización. Y que se aprovecha de las autolimitaciones republicanas para hostigar o sacar ventajas. El monstruo, sin embargo, echa de menos la calma y la "prosperidad" de los viejos tiempos, se siente incómodo frente a este experimento naíf y, consciente o inconscientemente, trabaja para que regrese a pleno el viejo régimen, donde el caudillo garantizaba el curro y donde las reglas se cumplían. Las reglas, claro está, del inframundo de la coima, la prebenda, la impunidad y el chantaje. ¿Se lo puede convencer al matón de la cuadra con buenas maneras, sin pasarlo por arriba y sin pagar el peaje? Estos dilemas argentinos pocas veces se tienen en cuenta en el análisis político de fondo, capturado por ideologías y accidentes macroeconómicos. Y, sin embargo, aquí está nuestra encrucijada mayor, la raíz de todos nuestros males.

© La Nación

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