Por Jorge Fernández Díaz |
Se refiere, con algo de nostalgia, a la
administración sciolista, pero el colaborador de Vidal es nuevo y tiernito, y
no comprende muy bien los códigos. "A mí me da igual si la ponés vos, si
la ponen a través de un área de la gobernación o por medio de la SIDE, pero si
no quieren quilombo, hay que ponerla", dice el comunicador. Es una amable
amenaza. Hugo Alconada Mon describe en La
raíz de todos los males también la corrupción de los medios, para no dejar
afuera del gran reino del pecado ni siquiera a sus propios colegas. Con
idéntica precisión desnuda el management de la venalidad que practican los
hombres de negocios. Comienza por una escena digna de Puzzo, con la cena de
camaradería de todos los viernes, donde amantes de la institucionalidad y del
libre mercado pactan los ganadores de cada licitación, en un círculo cerrado
que simula competencia, crea sobreprecios y habilita los sobornos. Estos mismos
enjuagues, en la Cámara Argentina de Empresas Viales se hacían frente a la
imagen de la Virgen de Luján, patrona de la seguridad vial, que presidía la
sala de reuniones: antes de comenzar cada sesión, la daban vuelta para que la
Madre de Cristo no presenciara los actos deleznables. Con su pluma Montblanc de
mil dólares, un empresario le explica a Alconada Mon cómo se pagaban las
cometas: "El funcionario pide el 10%. A eso sumale otro 5% para el ganador
(porque no voy a correr el riesgo de pagar una coima sin un 'premio' para mí,
¿no?). Y a eso añadile otros 2 puntos para las empresas que perdieron". La
cuenta se complejiza, y es tratada dentro de la escala de costos y como parte
normal del business plan. Hay una
tasa de evasión fiscal, un costo de oportunidad, rubros de logística (para
pagar valijeros, choferes, lavadores) y un seguro de riesgo, "dinero de
reserva para el caso de que el soborno salga a la luz y haya que pagarles a
abogados, fiscales y jueces".
Más adelante, el libro narra la tradicional llamada del 22
de diciembre que un operador, con contactos en los servicios, suele hacer a ciertos funcionarios judiciales que
se atreven a la independencia. El operador supuestamente desconoce el número de
la casa particular del díscolo, y este no figura ni siquiera en guía, pero eso
no le impide sorprenderlo con un telefonazo en vísperas de Navidad. Tampoco
conoce, por supuesto, a su esposa ni a sus hijos, pero se los menciona
prolijamente por sus nombres. Al final, lo saluda: "Espero que lo pase muy
bien y que llegue vivo al año próximo". Jueces que son rehenes de la
política, y políticos que son rehenes de los jueces. Cuando el ministro Germán
Garavano anunció el plan Justicia 2020 para diluir el poder de Comodoro Py, un
intermediario le hizo llegar el sutil mensaje de un magistrado: "Decile
que lo voy a meter preso". En el andarivel del gremialismo, el autor pone
en negro sobre blanco el caso del Pata Medina para explicarnos el
funcionamiento general de los sindicatos en la Argentina, con excepciones que
solo confirman la regla: "Apretaba a los empresarios que pretendían
construir edificios de más de seis pisos, les exigía el 10% de los
departamentos, les ponía obreros -carentes de capacitación y que no trabajaban-,
ubicaba a mujeres en cada obrador por 'cuota de género' -que tampoco
laburaban-, les cobraba 'bonos' y 'colaboraciones' para los días del Niño y del
Trabajador, las Fiestas y por 'final de obra', y definía a qué empresas de
catering -¿suyas?- debían comprarles las viandas". Cortaba calles,
acumulaba filmaciones de amenazas, y hacía negocios espurios con la
aquiescencia de la policía, la Justicia y los partidos. Ese capítulo se dedica
también a otros gremios que ejecutaban metodologías similares, y está plagado
de ejemplos escandalosos con patotas, contubernios y enriquecimientos mutuos.
Los sindicalistas que "arreglan" son luego impiadosos
"comisarios políticos" en las fábricas y su modus operandi resulta un
fuerte desincentivo para generar empleo, triste paradoja de la columna vertebral
del Movimiento. Hugo Alconada, que durante 18 años ha investigado
exhaustivamente este fenómeno, no excluye a ninguna institución ni a ninguna
fuerza política; muestra incluso cómo el oficialismo se ha visto tentado a
contratar agentes turbios, a pactar con gánsteres gremiales y a utilizar los
mismos métodos de recaudación trucha que los demás. Y cómo vacila a veces
frente a una "casta" que le exige seguir su juego, a riesgo de
incendiar el país. "Si tuviera que definir a Macri frente a este asunto,
lo haría como aquellos viejos dibujos animados, acechado por un diablito y por
un ángel", me dice.
La lectura de su magnífica obra, la visión unificada de todo
este enorme entramado, hace pensar que ya no estamos hablando de mera
corrupción, sino de una vasta cultura argentina, un sistema oscuro y masificado
de cohabitación entre corporaciones, un pacto de coexistencia basado en el
dinero sucio. Un repugnante método de gobernabilidad. Y ese problema, más allá
de las noticias puntuales de cada día y de sus olvidos posteriores, no está en
el centro de la agenda, a pesar de que es el principal culpable del fracaso
económico y el estrago social de las últimas décadas, y también de las
recurrentes rupturas institucionales cuando quienes gobiernan no gerencian a
las mafias inarticuladas, sino que las combaten por acción u omisión. El
problema es tan grande que parece por momentos invisible. Y obliga a reflexionar
sobre la contradicción que implica atarle las manos a un gladiador y arrojarlo
al Coliseo con los leones hambrientos, exigiéndole que no haga trampa, que los
derrote y que salga vivo y entero de la contienda. Cambiemos tiene el mandato
de no manejar la Justicia, ni pagar al periodismo extorsionador, ni
confraternizar con la mafia, ni utilizar a los espías para los carpetazos y las
presiones, ni pactar con las bandas de policías, ni repartir premios y castigos
entre los dirigentes y legisladores, ni realizar represalias económicas u
operativas, ni violar el federalismo, ni someter a los gobernadores e
intendentes a la servidumbre, como hizo repetidamente el peronismo. El
resultado de esa praxis, con sus más y sus menos, inquieta a este verdadero
"poder permanente". Que está acorralado y ofendido, y que
habitualmente genera paz social o desestabilización. Y que se aprovecha de las
autolimitaciones republicanas para hostigar o sacar ventajas. El monstruo, sin
embargo, echa de menos la calma y la "prosperidad" de los viejos
tiempos, se siente incómodo frente a este experimento naíf y, consciente o
inconscientemente, trabaja para que regrese a pleno el viejo régimen, donde el
caudillo garantizaba el curro y donde las reglas se cumplían. Las reglas, claro
está, del inframundo de la coima, la prebenda, la impunidad y el chantaje. ¿Se
lo puede convencer al matón de la cuadra con buenas maneras, sin pasarlo por
arriba y sin pagar el peaje? Estos dilemas argentinos pocas veces se tienen en
cuenta en el análisis político de fondo, capturado por ideologías y accidentes
macroeconómicos. Y, sin embargo, aquí está nuestra encrucijada mayor, la raíz
de todos nuestros males.
© La Nación
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