Por Manuel Vicent |
Si
esto es así, cuando el notario levante acta de que el cadáver del dictador ha
desaparecido, ante un caso tan de novela negra lógicamente al asombro seguirá
una inevitable especulación llena de morbo. ¿Dónde está el fiambre? ¿Ha sido
robado por sus enemigos o ha sido puesto a buen recaudo en algún lugar secreto
por sus partidarios?
Si la tumba está vacía y el cadáver del dictador no aparece,
llegará el momento en que será necesaria la ayuda de un Sherlock Holmes de
andar por casa, quien tal vez podría desarrollar una hipótesis en sus justos
términos. Los despojos de Franco no hay que ir a buscarlos en su tumba del
Valle de los Caídos, sino en el cerebro de gran parte de los españoles de uno y
otro bando. Ahí hay que encontrarlos. ¿Los lleva usted dentro y no lo sabe? En
este caso, se trataría de una película de terror. De hecho, ese cadáver duerme
en el sustrato ideológico más profundo de la derecha cavernaria, que todavía se
alimenta de su memoria y en el odio más enquistado de la izquierda, que no
logra sacudirse de encima su fantasma. Sacar a Franco de la tumba es muy fácil.
Lo complicado es exhumarlo del cerebro de gran parte de los españoles, la
verdadera tumba donde se está pudriendo. ¿De verdad, viejo español, de una
forma u otra, no lo lleva usted dentro?
Limpiar el panteón de Cuelgamuros es el primer paso
ineludible para que la neurosis colectiva que produce su memoria comience a
desvanecerse y la figura del dictador sea deglutida definitivamente por la
historia.
© El País (España)
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