Por Arturo Pérez-Reverte |
Eso nos
hizo hablar de tontos, materia extensa. «A los tontos hay que ignorarlos», dijo
José Manuel. Pero no estuve de acuerdo. Eso, respondí, los hace más peligrosos.
Un tonto fuera de control es letal. Se empeñan en estar ahí aunque los ignores,
tropezando en tus piernas. Con ellos no hay cordón sanitario posible, pues no
hay tonto sin alguna habilidad. Hasta en la RAE tenemos alguno. El caso es que
la vida acaba poniéndotelos delante. Y como dije alguna vez, juntas a un
malvado con mil tontos y tienes en el acto mil y un malvados.
Después, mientras despachábamos un cochinillo en
Casa Duque, José Manuel y yo estuvimos analizando clases de tonto y
peligrosidades potenciales. Hay tontos inofensivos, concluimos, que están ahí y
no pasa nada. Incluso hay tontos adorables a los que coges cariño. Que son
buena gente. En su mayor parte no tienen la culpa de serlo, aunque muchos lo
trabajan y mejoran cada día con admirable tesón. Basta con ver el telediario:
de todos ellos, la variante de tonto con voz pública o parcela de poder es
vitriolo puro. En un abrir y cerrar de ojos pasan a ser peligrosos, y pueden
destrozar un país, la convivencia, la vida. No por maldad, sino por el lugar
que ocupan y las decisiones que toman. En política, por ejemplo, hacen más daño
que los malos. Ahí está Rodríguez Zapatero –ahora lo tenemos arreglando
Venezuela– que, necesitado de tensión electoral, nos devolvió, desenterrada y
fresquita para las nuevas generaciones que la habían olvidado, la Guerra Civil.
Por eso no me fío de los tontos, por inofensivos
que parezcan. Tengo canas en la barba y sé a dónde te llevan o van ellos
mismos. Durante veintiún años viví en países en guerra; y allí aprendí que,
aunque los tontos suelen morir primero, también hacen morir a los demás. Pisan
donde no deben, se asoman a la calle, encienden cigarrillos de noche. Te ponen
en peligro. Y cuando les dan un cebollazo, eso despeja el paisaje, pero no
acaba con todos. Por mucho que palmen en la guerra o en la paz, como especie
los tontos nunca mueren.
Al hilo de esto recuerdo un caso, ahora divertido
pero que entonces no me hizo ninguna gracia. Cuando trabajaba para la tele
solía ir con gente dura, fiable, cámaras de élite sin los que mi trabajo no
habría valido nada: Márquez, Custodio y alguno más. Pero no siempre estaban
disponibles, y una vez regresé a los Balcanes con otro compañero. Era buen
profesional y excelente persona, pero tenía la complejidad intelectual del
mecanismo de un sonajero. Cruzábamos varias líneas de frente con puestos de
control a menudo enemigos entre sí: cascos azules, croatas, serbios, bosnios.
Era su primera guerra, y le dije que se metiera las tarjetas de acreditación de
cada bando en un bolsillo diferente, y que no se equivocara al sacarlas porque
nos podían cortar los huevos. «Tranquilo», recuerdo perfectamente que me dijo.
«No soy tonto».
Cruzar líneas en guerra es una cabronada. El peor
momento para un reportero. Habíamos dejado atrás un control croata y nos
pararon los serbios que bombardeaban Sarajevo, mataban a mujeres y niños y lo llenaban
todo de fosas comunes. Imaginen a una docena de esos hijos de puta pidiendo
documentos, y a mi colega el cámara sacando con la acreditación serbia,
cuidadosamente enganchadas por el clip unas a otras, cuantas llevaba encima,
incluidas las de los enemigos: un rosario de tarjetas que dejó a los serbios
boquiabiertos, preguntándose si se les cachondeaba en la cara. Así que,
desesperado, no vi otra salida que quitárselas de un manotazo, hacerle a los
serbios un ademán con el dedo en la sien como si a mi compañero se le hubiera
ido un tornillo, y decirles: «Es que es tonto». Glupan, fue la
palabra serbocroata que usé. Entonces aquellos animales se echaron a reír y nos
dejaron irnos.
Mi colega estuvo los siguientes tres kilómetros en
silencio, fruncido el ceño, rumiando la cosa. Yo conducía; y al fin, cuando ya
íbamos a toda pastilla por Sniper Alley esquivando coches reventados, se volvió
a mirarme, muy serio. «Me has llamado tonto», dijo. Y yo le respondí que no.
Que eran figuraciones suyas.
© XLSemanal
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