Macri, Carrió y los
radicales, bajo la crisis. Una reconfiguración, pero con objetivo de corto
plazo.
Por Roberto García |
Del idilio perfecto al matrimonio por conveniencia. Del colorido romance
a la burguesa conservación del vínculo, la comodidad premiada y el perdón de
los pecados. A la penitencia inclusive. Así fue el retrato de la alianza
gobernante, Cambiemos,
el pasado y penoso fin de semana, justo cuando hervía la caldera
del fin del mundo por la extrema trepada del dólar y la sorprendente ausencia presidencial
ante la crisis (se quedó en su propia quinta familiar, jugó y vio fútbol).
Nadie
dio la talla en esas jornadas y ni el mismo Macri pudo advertir que, junto al
desconcierto general y la controversia con sus socios, se abría un pasadizo
para salvarse –al menos, momentáneamente– del infierno. Por obra y gracia
de Trump y su tercerizado FMI. Dirá, ahora que pasó el chubasco, que todo fue
deliberado, que dejó manosear a sus ministros adrede, que redujo formalmente el
gabinete, que desplazó influyentes y que Duran Barba y Peña, de tiempo completo
en ese ejercicio, se dedicaron a ordenar la maquinaria administrativa y no a
revisar informes de focus group sobre los resultados de las elecciones en el
2019.
Sin la fiebre del dólar, apaciguados los ánimos, bien vale un repaso
sobre el saldo de la ficción Cambiemos en el Gobierno:
1. Carrió.
Quedó colgada de un peldaño. Amenazó en el medio del tumulto con la extorsión
de su retiro del Gobierno si tocaban a Quintana
y a Lopetegui, afectados por un complot de los laboratorios. No solo los
tocaron: bajaron el cuadro de uno y al otro lo pusieron boca abajo. Los
laboratorios, como se sabe, son buena palabra: basta visitar la Casa Rosada.
Para la diputada, el problema no se remitía solo a nombres, también
utilizó el chantaje de su retiro por la violación de los contenidos del
Gobierno: en otro mensaje sostuvo que, si tocan las retenciones, insistió, nos
vamos a casa. Tocaron las
retenciones y, sin embargo, ni chistó después, como si
disfrutara por padecer violencia de género desde la Presidencia. Materia de
perversión para algún manual de psicología. Para no dejar de confundir, luego
dijo que su relación con Macri es inalterable, sagrada, hasta llegó al punto de
la épica afirmando que ambos se podrían defender a los tiros e inmolarse como
Salvador Allende. Un ejemplo que alguna vez, con la misma temeridad, utilizó Cristina
de Kirchner. Seguramente, ese destino no está en la cabeza del ingeniero.
2. UCR. Los otros partenaires del escenario, los radicales,
también quedaron en la frontera del desahucio. Cuando vieron la hendija para
que se filtre Lousteau en dos ministerios a su elección o Prat-Gay en
la Cancillería –una forma de recortar el poder de Peña y, al
mismo tiempo, reparar algún disgusto que la primera dama parece tener con el
ministro Faurie por un episodio en Sudáfrica–, en la casa del último candidato
urdieron otra estrategia: ni uno ni dos, tres, ya que un solo cambio no alcanza
para modificar el resultado del partido, añadiendo a Sanz como agregado. Casi un
ultimatum. No aceptó Macri ningún ingreso a pesar del asedio. Golpazo
para la UCR: se quedan sin cargos para ubicar gente, un leitmotiv de su
subsistencia. Y, en el gabinete apenas perduran pinceladas del partido
centenario en Aguad (Defensa) y en su colega Dujovne de Hacienda sí le aceptan
a éste rastros partidarios por haber estado conchabado con Naidenoff en el
Senado. Como es obvio, no son los más representativos de la cúpula, más bien se
los considera trasvasados al Presidente.
3. Macri. Más de uno dirá que se quedó solo, devaluado su
gabinete, averiado su álter ego Peña –con tantas lesiones que hasta pidió no
asistir a su examen mensual en el Parlamento, un acto rutinario que le provoca
un estrés inaudito– y con el desgarro de haber entregado en la porfía parte de
su cuerpo: no se sabe si Quintana eran sus ojos o sus brazos. Sin embargo,
tampoco requiere piedad: el ingeniero se ha divorciado varias veces y la
pérdida de seres queridos no lo trastorna demasiado. Además, si mantiene el
sosiego actual, estabiliza la situación
cambiaria, suben los bonos y baja el riesgo-país –clave de la
recuperación– ya no deberá consultar a sus socios con premura, enviarles intermediarios,
ser obsequioso con ellos.
El episodio del fin de semana esclareció posiciones en materia de
confianza: se acabó el amor, solo impera la conveniencia. Y si, al revés, le
estalla de nuevo la vidriera, los puede llamar para incorporar un trío de
cantantes radicales y derivar conspiraciones a la Pasionaria para que lo
proteja en los programas de TV ad hoc. Hasta podría canjear a Dujovne por Melconian,
como en alguna medida ensayó en el tortuoso fin de semana, un cambio que no
prosperó por las presuntas condicionalidades del candidato economista. Parece
que pidió más de
lo que acepta el FMI, un súper ministro, justo a un amarrete
como él que superó en el pasado altas exigencias de divos como Riquelme y
Maradona. Parece, tal vez, que Melconian no estuviera informado de que Macri
será bendecido extraordinariamente por el organismo internacional en el nuevo
acuerdo y que luego, en la próxima reunión de Naciones Unidas en Nueva York se
reunirá con Trump para agradecer un respaldo multilateral a la Argentina
encabezado por los Estados Unidos. Nadie pareció atender lo que dijo Steven
Mnuchin en su visita a Buenos Aires hace más de 30 días: los vamos a apoyar
en el FMI y, si no alcanza, lo haremos nosotros mismos. Hablaba de dinero,
aunque para muchos esa referencia decía que los elefantes vuelan, olvidando
quizás que un elefante volador fue imaginado por Disney.
Esta asistencia, en principio, podría cumplir un doble objetivo: le
permitiría al Banco Central devolver el swap a China y acumular unos 6 mil
millones más de reservas, suficientes para tranquilizar espíritus
atemorizados del mercado en los próximos dos años y, sobre todo, aquietar
turbulencias eventuales antes del G20 en Buenos Aires, a fin de noviembre.
Aunque más de uno consideró este auxilio como una asistencia semejante a la que
Clinton le otorgó a México en su momento, la realidad es que esa operatoria ya
no está vigente, ni se puede aplicar. Tiene, claro, una misión política: el
consorcio de países, piloteado por Trump,
se funda en un objetivo de los dos partidos tradicionales de EE.UU. según
transmiten las inquietudes de todos los think tank de ese país: clausurar,
bloquear, disminuir, la influencia china en la región, considerada
acechante para los intereses norteamericanos y violatoria de sus normas
morales, ya que el gigante asiático no parece estremecerse con los hechos de
corrupción en el continente. Por lo menos es lo que aseguran aquellos que ahora
le han devuelto a Macri más de un tubo de oxígeno que el fin de semana hubiera
necesitado para silenciar socios, no volar la entente Cambiemos y salvar en
parte la ropa de sus ministros.
© Perfil.com
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