A 50 años de la
muerte de un renovador
de las palabras. Su paso por Salta.
León Felipe: Honrar la palabra en tiempos canallas. |
Por Adolfo Castañón
¿Quién era en realidad León Felipe (1884-1968)?
La respuesta estalla en leyendas y anécdotas, versos y poemas traídos en la
memoria por algunas generaciones de lectores. Se concentra en algunos libros
delgados que a fuerza de acumularse forman un monte.
El autor hospitalario
y a la par beligerante de Versos y oraciones de caminante (1920,
1929), todavía firmado con su apellido Camino, El payaso de las
bofetadas y el pescador de caña (1938), El hacha y Español
del éxodo y del llanto (1939), El gran responsable (1940), Macbeth
o el asesino del sueño (1954) –estampado por la Librería Madero con
dibujo de la portada y tipografía de Vicente Rojo– El juglarón (1961)
o La manzana (1964), libros por cierto muy raros y no
reeditados, para no hablar de la Biblioteca León Felipe, lanzada por la
Colección Málaga editada por Rafael Jiménez Siles. El poeta estaba acostumbrado
a llenar auditorios como sucedió en Bellas Artes el 30 de julio de 1938. Una
vez muerto, sus versos se harían canciones.
El libro final de León Felipe se titula ¡Oh,
este viejo y roto violín! (1965), está dedicado: “A la
memoria de Enrique Díez-Canedo, él mismo muy buen poeta. Hombre valiente y
generoso que hace ahora cincuenta años me abrió la puerta de la poesía española
y me dijo unas palabras que no he olvidado nunca. Su fiel amigo que quiso
siempre León Felipe”. Este último libro escrito en vida por el poeta es como un
testamento. Así lo consideraba él mismo en una carta inédita a su hermana,
escrita pocos días después de entregado el manuscrito a la editorial, unas
semanas antes del cambio que desplazaría a Arnaldo Orfila de la dirección
del Fondo de Cultura Económica:
México 17 de julio de 1965
Saludo. Querida hermana. Te quiero como siempre y estoy
contigo.
Estos cuatro meses pasados he estado en unas circunstancias que no había estado nunca. Todo me ha parecido como de milagro. Pero ya ayer entregué al Fondo de Cultura un libro de 250 páginas que es lo mejor que yo he escrito en mi vida. Lo he escrito en un estado de agonía, sin dormir ni descansar. Creí que no me iba a alcanzar la vida para escribirlo pero al fin, pero no se qué extrañar después todo concluyo.
Ahora estoy más tranquilo, pero mi salud no está bien. Después de este esfuerzo es muy natural que todo en mi organismo se encuentre muy mal. No sé si llegaré a ver el libro ya editado. No hay en él nada que pueda tachar la censura y estando en España sin ninguna dificultad[1].
Estos cuatro meses pasados he estado en unas circunstancias que no había estado nunca. Todo me ha parecido como de milagro. Pero ya ayer entregué al Fondo de Cultura un libro de 250 páginas que es lo mejor que yo he escrito en mi vida. Lo he escrito en un estado de agonía, sin dormir ni descansar. Creí que no me iba a alcanzar la vida para escribirlo pero al fin, pero no se qué extrañar después todo concluyo.
Ahora estoy más tranquilo, pero mi salud no está bien. Después de este esfuerzo es muy natural que todo en mi organismo se encuentre muy mal. No sé si llegaré a ver el libro ya editado. No hay en él nada que pueda tachar la censura y estando en España sin ninguna dificultad[1].
¡Oh, este viejo y roto violín! concluye con un envío “A Octavio Paz”:
Octavio: Cuando yo escribí mi libro Ganarás la luz, tú
dijiste que no era un libro de poemas, pero que era un gran libro. Tampoco éste
es un libro de poemas, y menos ahora que estás ahí con tu verso y tu verbo
sustantivos, arañando, escudriñando en las entrañas del México que nace. Y
tampoco es un gran libro. Es un libro escrito por un viejo payaso a los 81 años
para hacer reír a la gente. Te mando este primer ejemplar a tu Embajada en la
India, para que te rías tú también. Ríete con piedad. Soy viejo y estoy como el
rey Lear, pero aún puedo abrazar y discernir a los antiguos amigos y a los
grandes poetas como tú.[2]
Este no sería el último intercambio epistolar
entre los poetas. Años después, por lo que se desprende de la “Carta-poema a
León Felipe” de Octavio Paz incluida en Ladera este (1968), León
Felipe le habría enviado otra carta y un poema al mexicano que entonces se
encontraba como embajador de la India. Este intercambio amistoso y caballeresco
–pues ambos eran caballeros andantes de la poesía– deja ver la hondura de lo
que María Luisa Capella ha llamado “la huella mexicana en León Felipe”, tanto
como la huella de León Felipe –y más allá, el poderoso ascendiente de los
poetas y escritores refugiados, trasplantados, desterrados o transterrados– en
México.
León Felipe es en paralelo el traductor
impecable de Walt Whitman, Shakespeare, John Milton, Emily Dickinson... Figura
también una encarnación del santo poeta que se arriesga a salir descalzo a las
calles para decir con su acción verdades incómodas, difíciles. Pacifista hasta
su último aliento, tradujo a Bertrand Russell y se interesó por la renovación de
la palabra y de las instituciones hechas para darle acogida. Lo admiraron Jorge
Cuesta y Octavio Paz, Luis Echeverría y Ernesto “Che” Guevara, Paco Ignacio
Taibo I y Benito Taibo, Víctor García de la Concha, Gonzalo Santonja,
Inmaculada Serón Ordóñez, María Luisa Capella, Tomás Segovia, Aurelio González,
Jorge Ruiz Dueñas, Angelina Muñiz-Huberman y Carlos Pellicer. Decidió desde
temprana edad ser un hombre libre, ajeno a cualquier partido. Junto con Antonio
Machado es uno de los estandartes de la palabra honrada en tiempos de canallas.
Algunos recuerdan su risa soberana que se
disparaba a la carcajada, otros su ironía y su altísima calidad humana. Fue uno
de los primeros que dieron testimonio en contra de la guerra y del holocausto,
como muestra el poema “Auschwitz”. Vino a México antes que todos gracias a una
pequeña tarjeta de presentación que le dio Alfonso Reyes para Pedro Henríquez
Ureña. Este lo reclutó de inmediato para esa escuela de verano para extranjeros
organizada por la Universidad Nacional, que sería a la larga la simiente
conceptual de la Casa de España en México y de El Colegio de México, en cuyas
fundaciones participaría. Su figura aparece como una casa en el centro de un
jardín encantado; esa casa es la Casa de la Palabra que nos habita. Estas son
algunas de las razones por las cuales Agustín Yáñez y Carlos Pellicer lo
acompañaron después de muerto para saludar la estatua que se
encuentra en el Paseo de los Poetas, en Chapultepec.
León Felipe en Salta (Argentina)
León Felipe estuvo en la provincia de Salta
donde mantuvo encuentros con poetas locales, como Juan Carlos Dávalos, su hijo
Jaime y Manuel J. Castilla, entre otros. Justamente, años después, Jaime
Dávalos compondría Canto al sueño americano,
con música de Eduardo Falú. En el estribillo de la canción, Jaime escribió: “El día que los pueblos sean libres, la
política será una canción”, como un homenaje al poeta español que había
escrito un poema que, en uno de sus versos decía: “Un día, cuando el hombre sea libre, la política será una canción”.
Así lo relata Carlos María Romero Sosa: “En
la ciudad de Salta fue asiduo concurrente a la panadería del anarquista natural
de Ibiza Juan Riera situada en la calle Pellegrini 515, todo un personaje (Riera)
inmortalizado en la zamba Juan Panadero
de Manuel J. Castilla y Gustavo Leguizamón. Igualmente León Felipe trató en la
tierra de Güemes a Juan Carlos Dávalos, padre de Jaime, como solía relatar el
crítico literario y académico de letras doctor Roberto García Pinto. No cabe
duda pues que la suerte de paráfrasis de Jaime Dávalos correspondió a un
homenaje tributado al poeta zamorano de quien expresó Guillermo de Torre: ‘Cuando
tanto se habla de ´literatura comprometida´, cuando tan contradictorias
definiciones se dan a su verdadera expresión, al margen de cualquier consigna
yo no vacilaría en señalar un modelo inequívoco: León Felipe y su poesía’”.
[1] Esta carta proviene del Archivo Provincial de Zamora.
[2] León Felipe, ¡Oh,
este viejo y roto violín! Visor, Madrid, Segunda edición, 1993, p.
175.
© Letras
Libres y Agensur.info
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