Con promesas de oro
y moro, el Gobierno toma aire. FMI, mercados y receta conocida.
Por Roberto García |
El dúo, que ya no confía entre sí, permanece airoso. Dujovne
agradece que su vida laboral continúe por un prestador de última instancia, el FMI, y
Caputo aguanta como una hoja amarilla mientras el billete verde no se mueva de
la soga de colgar la ropa.
Como es obvio, ambos se van si se dispara el dólar.
Por ahora, navegan en la semana de la sonrisa.
Aunque a Dujovne, el propio
Macri lo humilló cuando le propuso a Melconian ocupar su cartera, oferta
que no contemplaba las exigencias, pruritos y dilaciones del economista, que
parecieron más una negativa que una negociación. Seguirá, entonces, el hombre
de Puente Alsina como el ministro que no pudo ser de Duhalde, de Menem, de
Kirchner y tampoco de Macri. Siempre demostró más talento para el discurso que
para la política. Después vino otra ayuda: Lagarde le avisó al ingeniero que no
cambiara al mensajero, que Dujovne traducía con decoro lo que su organismo
instruía (lo que puede una buena cena de anfitrión servicial rociada con vino
italiano). Por si faltaba una frutilla, habló Trump por teléfono
para decirle con insistencia: “Mauricio, no te preocupes, te voy a ayudar;
quiero que los argentinos me vean como a un papá”. Asombra esa candidez
norteamericana para ejercer deberes paternales con un hijo adolescente y
descarriado, pródigo, plagado de vicios, incorregible. Pero más barato que
otros.
Buenas ondas. La armonizadora terapeuta también le suspendió a Macri sus temores
momentáneos, le recordó que es un líder, un caramelo que no se envuelve en papel
de diario. Así, el mandatario suspendió la reyerta del brotado Dujovne contra
Caputo por haber inducido a una breve inconveniencia para salvarse de la
hecatombe cambiaria (discurso presidencial de un minuto y medio que anunció un
acuerdo que no estaba formalizado con el FMI) y le disipó dudas al enojado
sobre su porvenir en el Gobierno. Hasta Caputo zafó, luego de haber provocado
una devaluación legendaria y presumir, como hace pocas horas, con perversidad o
inocencia, de que luego de esa crisis el país saldrá adelante. Algo así como
matar a un hijo para salvar a otro.
Se supone que la estabilidad aparente de estos días se
obtuvo gracias a la promesa de un adelanto de casi 20 mil millones, a llegar en
una semana, por parte del bendito FMI, un convenio sobre flotación con bandas
(o sea, cierta permisividad para detener una corrida utilizando reservas), una
eventual fotografía Trump-Macri, declaraciones de connotados a favor del
Gobierno, el toqueteo de los encajes bancarios y una tasa de interés brutal
para dormir en pesos (al menos, hasta diciembre).
Si uno lo piensa, hasta una niñita de 6 años contiene al dólar con ese
instrumental. Para Macri es una señal de que avanza en el camino correcto.
La recomposición presidencial también fue política, envolvió su propio caramelo en papel de regalo, como sugirió su armonizadora de corte oriental.
Entonces, disolvió la mesa chica que lo nutría desde el inicio de la
administración y, en esa correntada, apartó a Horacio Rodríguez Larreta
y a María Eugenia Vidal, pupila del intendente porteño. Con este, el Presidente
había incrementado sus diferencias: ya hubo problemas por recaudaciones
políticas, tejes y manejes con Hugo Moyano mientras él apunta al corazón
del sindicalista, otras amistades sospechosas que le generan disgustos (una
influyente encuestadora que brinda resultados pésimos para su persona) y, sobre
todo, esa inspiración depuradora del jefe de Gobierno que intentó acercar a
Lousteau y a Prat-Gay al gabinete, especialmente este último, que luego se
habría de incinerar en el altar de su inalcanzable soberbia, al ofender al
canciller Faurie justo antes del G20, diciendo que podría ocupar ese ministerio
cuando se le diera la gana. Justo él, que no puede bajar en Tucumán, como
candidato a gobernador, la peor opinión que existe sobre la Casa Rosada en todo
el país.
Los gestos del FMI,
en rigor del mismo Trump como tutor, obedecen a impedir que se propague la
influencia de China en la región y, también, al propósito de bloquear una
hemorragia contagiosa: la Argentina se ha sumado a los traspiés económicos de
Turquía y Sudáfrica, entre otros, también a México, y nadie sabe aún el
desenlace electoral de Brasil. Preocupa como factor de epidemia, y arrancarla
de la profundidad –imaginan– puede no ser caro en términos dinerarios, en
relación con otras naciones afectadas. Además, hay muchos jugadores amigos
que perdieron en el sumergimiento de este año.
Para esa asistencia, al país le exigen una prueba menor: un Presupuesto más austero
para 2019, acordado con la oposición. Y así ingresó al
Parlamento esta semana un proyecto con más impuestos, que casi no toca el
gasto, contrario a lo que siempre enunció el oficialismo, sin cambios
estructurales, con el formato de siempre y el objetivo presunto de alcanzar
un déficit primario de cero. Poco después de tres años de gobierno y sin
considerar siquiera la lectura de otros presupuestos donde se realizó un ajuste
duro y medianamente exitoso, como en España.
Una vez más. De nuevo los ciudadanos en blanco, entonces, habrán de aportar más de
l70 días de trabajo para sostener el sistema y atender la monserga, señalada en
los considerandos, de que la crisis proviene del ya lejano cristinismo. Ninguna
innovación impositiva, salvo aplicar más retenciones –operación simple y
rápida–, menos en lo laboral o en salud, patética la fotografía previsional: 6
millones de personas se hacen cargo de 25 millones, insostenible, un aparato grandioso en
manos de la señora Stanley, que significa administrar dos billones seiscientos
mil pesos. Con razón se afirma que puede ser candidata a
vicepresidenta. O a gobernadora, si la emergencia lo requiere.
No cumple el Gobierno con las metas de crecimiento que había prometido,
menos de consumo privado o público, ni piensa siquiera en otra forma de
recaudación más razonable. Un ejercicio contable para que el FMI lo asista
ahora, en 2019, y reserve una hipoteca fenomenal de deuda e intereses para
2020. Con lo cual se podrá calmar el dólar y repetir mansamente una frase de Juan
José Castelli, vocal y abogado de la Primera Junta, ejecutor de Liniers,
orador y guerrero morenista, quien antes de morir escribió en un papel (le
habían amputado la lengua por un cáncer): “Si ven al futuro, díganle que no
venga”.
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