sábado, 22 de septiembre de 2018

Paciente estable

Con promesas de oro y moro, el Gobierno toma aire. FMI, mercados y receta conocida.

Por Roberto García
El dúo, que ya no confía entre sí, permanece airoso. Dujovne agradece que su vida laboral continúe por un prestador de última instancia, el FMI, y Caputo aguanta como una hoja amarilla mientras el billete verde no se mueva de la soga de colgar la ropa. 

Como es obvio, ambos se van si se dispara el dólar. Por ahora, navegan en la semana de la sonrisa. 

Aunque a Dujovne, el propio Macri lo humilló cuando le propuso a Melconian ocupar su cartera, oferta que no contemplaba las exigencias, pruritos y dilaciones del economista, que parecieron más una negativa que una negociación. Seguirá, entonces, el hombre de Puente Alsina como el ministro que no pudo ser de Duhalde, de Menem, de Kirchner y tampoco de Macri. Siempre demostró más talento para el discurso que para la política. Después vino otra ayuda: Lagarde le avisó al ingeniero que no cambiara al mensajero, que Dujovne traducía con decoro lo que su organismo instruía (lo que puede una buena cena de anfitrión servicial rociada con vino italiano). Por si faltaba una frutilla, habló Trump por teléfono para decirle con insistencia: “Mauricio, no te preocupes, te voy a ayudar; quiero que los argentinos me vean como a un papá”. Asombra esa candidez norteamericana para ejercer deberes paternales con un hijo adolescente y descarriado, pródigo, plagado de vicios, incorregible. Pero más barato que otros.

Buenas ondas. La armonizadora terapeuta también le suspendió a Macri sus temores momentáneos, le recordó que es un líder, un caramelo que no se envuelve en papel de diario. Así, el mandatario suspendió la reyerta del brotado Dujovne contra Caputo por haber inducido a una breve inconveniencia para salvarse de la hecatombe cambiaria (discurso presidencial de un minuto y medio que anunció un acuerdo que no estaba formalizado con el FMI) y le disipó dudas al enojado sobre su porvenir en el Gobierno. Hasta Caputo zafó, luego de haber provocado una devaluación legendaria y presumir, como hace pocas horas, con perversidad o inocencia, de que luego de esa crisis el país saldrá adelante. Algo así como matar a un hijo para salvar a otro.

Se supone que la estabilidad aparente de estos días se obtuvo gracias a la promesa de un adelanto de casi 20 mil millones, a llegar en una semana, por parte del bendito FMI, un convenio sobre flotación con bandas (o sea, cierta permisividad para detener una corrida utilizando reservas), una eventual fotografía Trump-Macri, declaraciones de connotados a favor del Gobierno, el toqueteo de los encajes bancarios y una tasa de interés brutal para dormir en pesos (al menos, hasta diciembre).

Si uno lo piensa, hasta una niñita de 6 años contiene al dólar con ese instrumental. Para Macri es una señal de que avanza en el camino correcto.

La recomposición presidencial también fue política, envolvió su propio caramelo en papel de regalo, como sugirió su armonizadora de corte oriental.
Entonces, disolvió la mesa chica que lo nutría desde el inicio de la administración y, en esa correntada, apartó a Horacio Rodríguez Larreta y a María Eugenia Vidal, pupila del intendente porteño. Con este, el Presidente había incrementado sus diferencias: ya hubo problemas por recaudaciones políticas, tejes y manejes con Hugo Moyano mientras él apunta al corazón del sindicalista, otras amistades sospechosas que le generan disgustos (una influyente encuestadora que brinda resultados pésimos para su persona) y, sobre todo, esa inspiración depuradora del jefe de Gobierno que intentó acercar a Lousteau y a Prat-Gay al gabinete, especialmente este último, que luego se habría de incinerar en el altar de su inalcanzable soberbia, al ofender al canciller Faurie justo antes del G20, diciendo que podría ocupar ese ministerio cuando se le diera la gana. Justo él, que no puede bajar en Tucumán, como candidato a gobernador, la peor opinión que existe sobre la Casa Rosada en todo el país.

Los gestos del FMI, en rigor del mismo Trump como tutor, obedecen a impedir que se propague la influencia de China en la región y, también, al propósito de bloquear una hemorragia contagiosa: la Argentina se ha sumado a los traspiés económicos de Turquía y Sudáfrica, entre otros, también a México, y nadie sabe aún el desenlace electoral de Brasil. Preocupa como factor de epidemia, y arrancarla de la profundidad –imaginan– puede no ser caro en términos dinerarios, en relación con otras naciones afectadas. Además, hay muchos jugadores amigos que perdieron en el sumergimiento de este año.

Para esa asistencia, al país le exigen una prueba menor: un Presupuesto más austero para 2019, acordado con la oposición. Y así ingresó al Parlamento esta semana un proyecto con más impuestos, que casi no toca el gasto, contrario a lo que siempre enunció el oficialismo, sin cambios estructurales, con el formato de siempre y el objetivo presunto de alcanzar un déficit primario de cero. Poco después de tres años de gobierno y sin considerar siquiera la lectura de otros presupuestos donde se realizó un ajuste duro y medianamente exitoso, como en España.

Una vez más. De nuevo los ciudadanos en blanco, entonces, habrán de aportar más de l70 días de trabajo para sostener el sistema y atender la monserga, señalada en los considerandos, de que la crisis proviene del ya lejano cristinismo. Ninguna innovación impositiva, salvo aplicar más retenciones –operación simple y rápida–, menos en lo laboral o en salud, patética la fotografía previsional: 6 millones de personas se hacen cargo de 25 millones, insostenible, un aparato grandioso en manos de la señora Stanley, que significa administrar dos billones seiscientos mil pesos. Con razón se afirma que puede ser candidata a vicepresidenta. O a gobernadora, si la emergencia lo requiere.

No cumple el Gobierno con las metas de crecimiento que había prometido, menos de consumo privado o público, ni piensa siquiera en otra forma de recaudación más razonable. Un ejercicio contable para que el FMI lo asista ahora, en 2019, y reserve una hipoteca fenomenal de deuda e intereses para 2020. Con lo cual se podrá calmar el dólar y repetir mansamente una frase de Juan José Castelli, vocal y abogado de la Primera Junta, ejecutor de Liniers, orador y guerrero morenista, quien antes de morir escribió en un papel (le habían amputado la lengua por un cáncer): “Si ven al futuro, díganle que no venga”.

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