Por Javier Marías |
Por
ello mereció el apoyo de gran parte de la sociedad, que celebró sus éxitos como
conquistas de todos.
Los hechos no están
muy claros, pero sí alguno. Como recordarán, cerca de la Ciutadella de
Barcelona, una mujer española de origen ruso, casada con un militante de
Ciudadanos (que la acompañaba en aquel momento junto a los hijos pequeños de
ambos), quitó lazos
amarillos anudados a la verja del parque, ya saben que Cataluña está
inundada, los activistas muy activos. Un hombre la increpó, se produjo la
discusión consiguiente y a continuación el individuo le propinó un puñetazo en
la cara que la tumbó al suelo. No le bastó con eso, sino que, al tratar de
incorporarse la mujer, se abalanzó sobre ella y le dio más puñetazos en la cara
y en otras partes del cuerpo. El marido intentó quitarle al agresor de encima,
con escaso éxito, y el atacante se dio a la fuga tras el forcejeo. Esta es la
versión de la mujer, que añadió un dato: al dirigirse a sus críos en ruso, el
independentista le espetó: “Extranjera de mierda, vete a tu país y no vengas aquí
a joder la marrana”.
La versión del
varón, identificado y detenido al cabo de unos días, naturalmente difiere.
Según él, la recriminó “sólo por su incivismo”. “No que quitara los lazos sino
que ensuciase la ciudad porque los tiraba de malos modos al suelo”. Entonces
ella le dio una patada en los testículos “y después ambos cayeron al suelo
peleándose, hasta que fueron separados”. Como en todo caso de palabra contra
palabra, las dos narraciones pueden ser ciertas, o, mejor dicho, lo será una
tan sólo, pero no podremos saber cuál hasta que los testigos corroboren una (y
siempre que sean veraces). En principio, sin embargo, la segunda suena bastante
inverosímil. Si cada vez que alguien enguarra las calles tirando cosas al suelo
en vez de a una papelera (bolsas de patatas, botes de refrescos) reaccionáramos
como ese sujeto, tendríamos un permanente paisaje de peleas y riñas a puñetazos
y patadas, o aun con armas. Cuesta creer que el motivo de la increpación fuera
el incivismo, ya que en todas las ciudades españolas —en Madrid en la que más—,
esa clase de incivismo es incesante. Me juego la paga de este artículo a que si
la señora de origen ruso hubiera arrojado una docena de kleenex usados al
suelo, ese guardián de la limpieza no se habría irritado hasta semejante punto.
El agresor, por cierto, al salir más bien libre del juzgado, se tapó la cara
con una toalla —oh casualidad— amarilla.
Lo que sí es seguro
es que la mujer recibió atención sanitaria por una “desviación del tabique
nasal, con dolor intenso a la palpación” y “presencia de contusión maxilar”,
como consta en el parte médico. De los testículos del varón no hay noticia,
pero puedo atestiguar desde niño que si uno encaja un golpe en ellos, queda
inmovilizado de dolor durante un par de minutos por lo menos, e incapacitado
para abalanzarse sobre nadie mientras ese dolor no remita. Así pues, de lo que
no cabe duda es de que un hombre pegó a una mujer en plena calle y en presencia
de sus hijos. Para las feministas de la “cuarta ola”, tan dadas a la susceptibilidad
y a la condena sin pruebas, eso debería haber bastado para poner el grito en el
cielo, independientemente de que la mujer hubiera respondido o no a los golpes.
Y sin embargo no he visto manifestaciones de apoyo a la hispano-rusa, ni he
leído artículos indignados de escritoras, ni sé de campañas de linchamiento en
las redes como las que han sufrido muchos otros sin haber llegado nunca a las
manos.
A partir de ahora
no podré creerme una palabra de lo que digan, reclamen, protesten o acusen
muchas hipócritas feministas actuales, sobre todo catalanas. Me pregunto qué se
ha hecho de la plataforma anónima Dones i Cultura, que ha logrado la dimisión
del director Lluís Pasqual “por malos tratos verbales” a una actriz hace
años. Verbales, insisto: no puñetazos. Me pregunto por el
silencio o la “prudencia” de las políticas Colau, Artadi, Rovira, Gabriel,
Boya, Borràs y otras, de las periodistas Terribas y Chaparro y otras, de la
neófita y gurú Dolera, todas ellas catalanas y muy o superfeministas. Algunas
saltan por nada, y en cambio no han dado un brinquito por este caso. Si este
feminismo tan jaleado resulta ser selectivo, su sinceridad está en tela de
juicio. Si una mujer es antiindependentista y de origen ruso, ya no es tan
mujer, por lo visto. Si el varón que le pega es secesionista y xenófobo (una
pelea así es casi siempre desigual por sexo, todavía), entonces es menos
agresor y quizá no condenable. No hay que “precipitarse” a juzgarlo,
pobrecillo: no merece la misma vía rápida e irreflexiva que Woody Allen, Dustin
Hoffman y tantos otros con los que no ha habido contemplaciones. Está blindado,
si es de los nuestros. Del otro “colectivo” decepcionante, deberé ocuparme un
domingo futuro.
© El País Semanal
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