Por Sergio Sinay (*)
La metáfora de la tormenta tiene sus voceros mediáticos,
intelectuales y económicos. Los insistentes mensajes de estos mensajeros
podrían sintetizarse así: nadie haga olas en este momento, rememos todos,
juntémonos para llegar a la orilla, después en todo caso vemos qué pasó,
hagámoslo por patriotismo. Cuando, a fuerza de ser repetida, la metáfora se
transforma en relato, cuenta que en la orilla espera un futuro luminoso.
El problema es cómo convencer de esto a quienes permanecen
bajo la línea de la pobreza o a quienes, a diario, regresan a esa condición
tras haber remado para emerger unos centímetros. Otro problema es cómo alentar
a todos a remar parejo cuando el capitán de la nave se toma “el peor fin de
semana de su vida” para descansar en su quinta, jugar al paddle y mirar fútbol.
O cuando unos van en bote y otros en yate. ¿Quiénes somos todos? ¿Los grandes
empresarios que admitieron ser coimeros seriales y siguen sueltos y tan
campantes, aplaudidos por sus colegas en cuanta convención se les presenta,
junto a quienes no reúnen lo suficiente para comer, pagar tarifazos y cumplir
con el alquiler? ¿Los ministros que descansan en Río de Janeiro en plena “tormenta”,
junto a los que no saben si mañana al llegar a su trabajo éste todavía
existirá? ¿Y alcanzan los remos?
La invocación a todos (“somos todos argentinos”, “la patria
somos todos”, “lo que todos queremos”, “a lo que todos aspiramos”, etcétera),
resulta siempre autoritaria, elimina la diversidad, somete las necesidades de
unos al poder numérico de otros, no contempla situaciones particulares y
específicas, y permite que se licúen responsabilidades, permitiéndoles a los
responsables mimetizarse en esa masa difusa. “Todos” es una palabra funcional a
los populismos, tanto de derecha como de izquierda. Como lo son “pueblo”,
“vecinos”, “público”, “gente”, “hinchada”, “fanático”, “militante” o también
“patria” (no confundir con nación o país).
Durante la década perdida bajo la impronta de un populismo
corrupto hasta la médula, la consigna “roban, pero hacen” alcanzó su máxima
expresión absolutoria y fomentó, desde una masa crítica de la sociedad, una
obscena impunidad. “Roban, pero hacen” significaba “a mí me va bien”, “callate
la boca”, “no me importa lo que pensás”, “sos destituyente”. Toda objeción u
opinión autónoma era invalidada y aplastada con prepotencia. Sin prisa y sin
pausa, con otros modales y una presunta superioridad moral, algo así empieza a aparecer
hoy con la premisa de “remar todos”, “arremangarse juntos”, “no hacer olas” y
callarse hasta tocar la orilla. Flota en el aire la amenaza de que no sumarse a
esto coloca al disidente en una lista de presuntos kirchneristas. No importa su
trayectoria, su conducta, los riesgos que haya corrido precisamente por no
serlo. Fiel a sí misma, buena parte de la sociedad cambia ropajes, pero
resuelve sus dilemas apelando a lo que en la psicología cognitiva se conoce
como heurísticas. Es decir, atajos mentales, respuestas fáciles,
simplificadoras e imperfectas a cuestiones complejas. No sea cosa que haya que
reflexionar, comparar, consensuar, abrir nuevos interrogantes. En síntesis,
pensar.
Daniel Kahneman, precisamente psicólogo cognitivo, el
primero no economista ganador del Premio Nobel de esta especialidad, en 2002, y
autor de Pensar rápido, pensar despacio (obra esencial para desentrañar los
trucos de la mente), dice que no se ayuda a nadie rescatándolo de sus propios
errores. Ese rescate impide el aprendizaje y anula la responsabilidad. Los
llamados a “remar juntos” (no importa con quién ni hacia dónde), a no hacer
olas y demás, suenan como una convocatoria a rescatar de sus propios errores a
quienes los cometieron sin estar forzados, por liviandad, por ejercicio de
soberbia y optimismo banal. Esto es una crisis profunda y no una tormenta. Y
una oportunidad para pensar. En la iluminadora entrevista de Jorge Fontevecchia
al heterodoxo filósofo esloveno Slavoj Zizek publicada en PERFIL la semana pasada, éste decía: “La primera tarea de pensar no
es solucionar problemas, sino formularlos correctamente”. Pensar no es remar.
(*) Periodista y escritor
© Perfil.com
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